Opinión

Un día del padre con mu

Los pensamientos en los niños surgen como la floración en primavera; sólo hace falta que entre un rayo de sol en aquel regato para que éste se llene de ese color dorado de marzo y comience a salpicar el prado de botones de oro, de margaritas minúsculas. Sus pensamientos también nacen así, inesperados, leves, casi insignificantes y luego ascienden volátiles y vaporosos.

El padre para un chico es un ser maravilloso. Todo lo sabe y todo lo puede. Es que mi padre… decía Mu, y sus amigos le contestaban como el eco que hace rebotar las palabras al fondo de la dehesa, cuando chocan contra la piedra grandísima que ellos llaman la Peña del Cuervo. Y su eco repetía: y el mío… y el mío… y el mío…

El mundo cuando uno crece se va complicando progresivamente hasta hacerse insoportable, pero cuando uno es como Mu sus referencias son simples. Bueno… simples pero esenciales: la madre, la abuela, los primos del pueblo y sobre todo… el padre. Hay que reconocer que hay otros referentes de segunda división, pero de categoría: la maestra, el electricista que arregla todas las luces en la fiesta y coloca los banderines de colores y el perro. Aquel pastor alemán que ladra a su hermana cuando viene de catequesis y ella se asusta y llora.

Durante un tiempo es un ser misterioso que se marcha por las mañanas temprano y lleva, en una fiambrera de aluminio brillante, una tortilla francesa o dos huevos cocidos y un pimiento morrón. Mu sabe que se marcha a trabajar, pero no sabe de qué ni a dónde va. Por qué va a tener necesidad de saber cuál es su oficio si hemos decidido, que sabe hacer de todo. Y para qué ha de saber dónde trabaja si ya lo sabe la madre. Porque las madres tienen todo controlado y son, piensa Mu, un armario lleno de cajones con etiquetas. En ellos guardan la sabiduría, las recetas de cocina, el cariño por sus hijos y la seguridad de que cuando sean mayores van a ser una gente como Dios manda. También guardan aquel corazón que… ¡pub! ¡pub! ¡pub! Les palpita loco cuando alguno de ellos se pone enfermo.

-Algún día nosotras saldremos también a trabajar y vosotros, a lo mejor, atenderéis la casa.

Su padre sonríe algo socarrón, pero Mu se da cuenta de que eso estaría muy bien. Total… ambos son seres de primera categoría.

Pronto va a ser el día del Padre y necesita hacerle un regalo. Pero no es tiempo de hacerle un dibujo con los colores Alpino. Mu tiene por lo menos… siete u ocho años y eso, piensa él, ya es… un chico mayor.

No le han puesto el despertador y han dejado que duerma como un lirón. Claro, hoy es sábado y no tiene colegio.

La persiana veneciana de su habitación está un pelín desvencijada. Su padre promete cada día arreglarla, pero mientras tanto el sol entra a sus anchas y le da en la cara a Mu. Por eso si le dijesen ahora de qué color era el sábado diría que amarillo. Alguien ensortija con su pelo la mano callosa y áspera, mientras se sienta al borde de su cama.

-¡Papá! -dice mientras observa a su padre que le pone esa sonrisa de oreja a oreja-. Entonces le estampa un beso que a él le sabe a puro membrillo.

Suenan vivarachas las campanas, como si fuese domingo. Corre a la iglesia y se acerca a aquella imagen guapa de un hombre con su hijo.

-Oye, no olvides felicitarle. Puede que no lo sepas, pero… hoy es el día del Padre, le dice… al chico.

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