Opinión

El hombre que perdió su paraguas

Llovía a rabiar. Cosa rara porque hacía un montón de meses que no caía una gota. Pero ponerse como un pito no le fastidiaba tanto, como el hecho de haber perdido aquel paraguas, algo peculiar, con sus colores verdes y rojos con mariposas malvas.

Muchas veces ocurre que un objeto cualquiera, un bolígrafo dorado, un monedero, la chaqueta tan rota o cualquier otra cosa, dejan de ser tales objetos al recibir todo nuestro afecto para convertirlos en bártulos entrañables.

Eso ocurre desde la más tierna infancia y así muchos bebés no son capaces de dormirse sin su pequeña manta que tricotó la abuela o sin su perro de trapo ya aviejado por tanto mimo pueril. Hasta que un día su avispada madre supone, que eso es un objeto inservible y lo cuela en la tripa del contenedor verde que se merienda las cosas superfluas. 

A todos nos han debido arrebatar aquel perro Pluto o aquel trapo de cocina. Desde entonces arrastramos ese hueco en el corazón, esa melancolía con la que haremos nuestra vida. Siempre iremos tirando de ese maletín con ruedas que es la añoranza.

¿Sería en el bar? Había ido el día anterior y se había encontrado con Casimiro. Habían tomado aquella chiquita y hablado de esto, de aquello e incluso de política. Se ríe al recordar aquel chiste tonto del elefante y la pulga. Pero no…allí no fue porque aún tapó diligente a su amigo hasta el viejo Chevrolet tan enorme que parece una guagua. 

¿Sería en el fútbol? Allí no, porque fue con su señora y era ella la que llevaba aquel paraguas portugués de doble alambre que es tan grande, y se carcajea, como para tapar toda la plaza.

A él el que le gusta es ese que le ha regalado, hace un par de meses, la directora del banco que es tan maja. Tiene esa chica unos ojos medio chinos que le roban a uno el alma y una forma de teclear el ordenador algo torpe, que se tropieza casi siempre con la tecla “Alt” cuando él la interrumpe con alguna bagatela o con una bobada. Entonces empieza a operar, de nuevo, después de una sonrisa que a él le sabe a golosina o a un cucurucho de patatas fritas con mostaza.

Ahora, que lo ha perdido, se pregunta si la culpa la va a tener el alzhéimer que dicen que cuando menos lo esperas viene, te agarra por la corbata de lunares y te atrapa. Pero no, porque él es joven y nunca se olvida de nada. Se pone triste ese hombre porque no quiere ser viejo, ni estar enfermo del recuerdo, ni quiere entrar en el salón de los pasos perdidos, como su paraguas.

El agua corre por las calles como un gato de color gris hasta meterse de cabeza por los agujeros de las alcantarillas. Ya que se va apagando la tarde como una vela barata, se van encendiendo las farolas y los escaparates son sólo alacenas falsas. 

Aunque llueve racheado el hombre apenas se moja. Eso sí, las zapatillas de casa se le están empapando mientras avanza. De pronto se para a mirar alrededor y no conoce nada. Mira a un sitio y a otro, pero no ve sino un montón de imágenes mezcladas y adulteradas.

Un coche viene despacio escudriñando, verificando, observando a ventanilla bajada. Da un frenazo y allí mismo se para.

-Menos mal que dimos contigo. ¿Cómo sales de casa en pijama? Con este día que hace… Menos mal que te tapaste con tu querido paraguas.

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