Opinión

Vigo pleamar

Al amanecer el día va desenvolviendo su top manta y nos muestra como si fuesen robados: una pizca de sol, un airecillo suave, la mirada de aquella muchacha, la sonrisa de tus amigos, el autobús C3 y una nube desgarrada.

Aquella neblina se acuesta sobre el horizonte húmedo de Samil. A la playa se le llenan los ojos de orzuelos de arena. Ese algodón blanco que baja y más tarde sube me hace pensar en lo sublime.

Desde aquí las sombrillas multicolores son miles de chinchetas fijando el amor sobre las toallas. El mar sigue pareciéndome una barriga enorme con hipoxia. 

Las gaviotas graznan alborotadas y chirrían como puerta desvencijada. Nos miran desde arriba y se abalanzan desvergonzadas y fastidiosas sobre los bocatas. A lo mejor son lagartos con disfraces de palomas que les quedan grandes. Míralas como ensayan su caminar solemne y hortera debajo de los pinos y en las pedreras. Preciosas payasas.

A ti y a mí nos gusta esta playa porque tiene un rumor de peces, un qué sé yo…debajo de esa hamaca azul que viene o se va o bambolea o cabecea como la cuna de aquel Moisés de la historia sagrada. Tres o cuatro barcos de vela van trazando una raya blanca.

 Lo pienso y entonces te embadurno, con mimo, de ese factor 50 y sonrío mientras pasa una venus negra, espigada. Ella sí que está ya morena y se cubre, estoy seguro, con el montón de soles que bajaron a visitarla en su infancia subsahariana.

Un montón de gente hace su playa a lo moderno que es pasear la espuma del mar que se abalanza, nada tímida, sobre los pies. Así, arriba y abajo vamos tricotándolo, al caminar, con pespuntes que se desvanecen como esa mirada tuya cuando me amas.

Somos muchísimos y llevamos en la mano carteritas. Carteras y pequeños bolsos, en las manos de gente que luce en cueros sus propias extravagancias. Nadar, lo que se dice nadar, como se hacía antes, casi nadie. Antes de antes la gente rica se tomaba sus baños de ola. Hace nada, cuando fue después, la playa era una gran comuna con chicos y balones, con chillidos y fiambreras, y vendedores de helados de cucurucho que se derretían como si nada. 

Por doce euros de nada hemos comprado hoy una sombrilla de rayas azules. Nos ofrecen cortavientos para parcelar el espacio en el que te tumbarás a leer una novela vieja por la página 23, o este periódico, o soñarás tu futuro del que no sabes nada de nada. No gracias.

¿En qué piensas? Me dices por romper el silencio. Veo un gotelé de arena sobre su espalda y cómo vas a darte un chapuzón mientras un viento liviano trae desde el agua un cielo azul reflejado y una migaja de ozono con algunas algas.

Y cuando vuelves de ese bautismo terrenal el agua del mar baja sobre tu piel suave y lo hace tan despacio que se convierte en una lágrima que tirita sobre tus senos de madre y llora miles de gotas sobre esta tierra perfecta y “pleamarada”.

Y sin darnos cuenta se agota en el reloj de mi muñeca este domingo.

El día que gritó tanta luz va y se retracta, mientras recoge poco a poco los rayos de sol, la alegría, el pensamiento místico, la piel mojada. El día es un mantero que mañana extenderá de nuevo su manta prohibida y cordial, como es habitual, sobre la playa.

Vigo, incoloro, cristal de roca, ciudad moderna y cuarzo puro, volverá contigo de madrugada.

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