Opinión

Ponga un castaño en su vida

Alfonso Arias es amigo mío desde que coincidimos en la mili. Que si hará tiempo de esto, que teníamos 20 años y España era una, grande y libre, la reserva espiritual de occidente, la unidad de destino en lo universal, el contubernio judeo-masónico, los elementos subversivos, el certificado de buena conducta y, en caso de duda, carretera y manta, porque todos estábamos preparados para la partida al estilo Machado, ligeros de equipaje, pero no como muchos de los de ahora, que tienen la mamandurria asegurada y se quedan al abrigo de su casa, tan ricamente.

Mi amigo Alfonso, por esas circunstancias de la vida, conoció y se enamoró de Xochitl y después hizo lo mismo con México. Por ese orden. Allí crearon, con sus dos hijas, Xochitl y Belén, una familia hispano-mexicana que es un ejemplo de integración entre nuestras culturas. Aunque su corazón (los abuelos somos unos sentimentales, tío) siempre quedará “partío” hasta el final de sus días, entre sus dos queridos países, sus raíces y recuerdos están en O Barco, donde han transcurrido sus años de infancia, y allí ha puesto en marcha un proyecto de repoblación de castaños, ese árbol majestuoso y gallego por antonomasia. Está ilusionado, como nos ilusionamos los mayores, con este proyecto. Pensando en las nuevas generaciones, está buscando alguna fórmula que permita llevar a cabo esta plantación, en una superficie considerable para nuestra tierra, 45 hectáreas, pero yo le animo a que trate de hacer extensible esta idea a otros sitios, ya que si algo salta a la vista cuando hacemos un viaje por nuestra querida tierra es el abandono de nuestras fincas y bosques.

No cabe duda de que donde crezca un castaño no será un terreno abandonado. Podemos comprobar como los nuevos tiempos y sus tecnologías han terminado con la rentabilidad de muchos sectores que durante años han sostenido la economía de nuestros pueblos, ahora abandonados. El castaño ha resistido repúblicas, guerras, dictaduras, democracias, monarquías, sobres y mareas. Ha podido hasta con el internet y con la China. El mismo castaño bajo cuya sombra jugaba Alfonso los veranos de su infancia sigue dando fresco, sigue dando castañas y éstas siguen dando dinero. Parece un milagro.

Creo que sería una buena idea que un niño pudiera apadrinar un castaño, regale o regálese uno. Veremos la fórmula de incentivar a las nuevas generaciones para que vuelvan a mirar al campo con la ilusión que lo hacían sus abuelos. Cuando veo a esos okupas en las grandes y contaminadas ciudades me pregunto por qué no se instalan en esos pueblos abandonados que tanto abundan. Al final, tienen lo mismo que en las ciudades: TV e internet, pero además, un aire limpio, aunque pienso que tal vez eso de la limpieza no les preocupe demasiado.
En paralelo, aunque no tengan relación alguna ambos proyectos, y por iniciativa de Aceites Abril, con la colaboración entusiasta de mi hermana Mary Carmen (con qué no se entusiasmará esta mujer que igual se va a Lourdes en autobús acompañando enfermos, como atendiendo las llamadas de Cáritas, parroquias, asilos, conventos y demás negocios celestiales tan necesitados de esa generosidad que ella reparte a raudales desde siempre. ¿Para cuando un homenaje a esta superwoman?) están tratando de plantar olivos en nuestras fincas. Me da igual que se planten castaños, robles u olivos, lo que no me cabe la menor duda es que tenemos que hacer algo para que en el futuro nuestros hijos y nietos no se encuentren con un entorno desértico propiciado por los incendios, la desidia y el abandono.

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