Opinión

PIRATAS

No, lo siento, el título que encabeza estas líneas no alude a ciertos personajes públicos bien conocidos por todos. Esos en los que están pensando ustedes y que aparecen a todas horas en la tele tan sonrientes abrazando autovías e inaugurando niños (¡uy, ya me he confundido!), en realidad no son piratas sino otra cosa que descubrirán en la última línea de este artículo, algo peor. Los verdaderos piratas como por ejemplo Jack Sparrow (interpretado en la gran pantalla por el actor Johnny Depp), Sandokán o el Capitán Garfio suelen ser bastante más decentes. Y me explicaré.


Cuando yo era un adolescente solía reunirme con mis amigos en un bar mágico, decadente e indescriptible como una cueva de Alí Babá que muchos orensanos recordarán: el 'Tucho, O'Voltér' ya desaparecido. Entonces todavía lo regentaba el ya mayor pero aun singular 'Tucho' que yo creo que nos apreciaba tanto -éramos una pandilla de críos-, como nosotros lo temíamos a él. El bar había sido en los 60 lugar de reunión de intelectuales gallegos que habían llenado sus curvadas paredes y sus techos imposibles como en una Altamira moderna y vanguardista de poemas, pinturas, esculturas y maravillas. Los que lo conocieron lo recordarán así, como un sueño loco. Un escenario mágico y febril nacido tal vez de la imaginación de algún Tim Burton encendido; un hermoso disparate libertario que quizás por eso fue destruido sin contemplaciones. El apodo 'O Voltér' fue una humorada galleguizante que le puso Vicente Risco, uno de los clientes habituales, en honor al 'Cabaret Voltaire' de Zúrich donde se había fundado el Dadaísmo. Y resultaba apropiado pues hasta el mismo Tucho (el dueño), tenía bastante de surreal.


Pero aun en aquellos años cuando el Tucho (el bar) se desmoronaba como un antiguo palacio que hacía mucho había sido abandonado por sus príncipes, a mí y a mis amigos nos parecía que eran la literatura, la osadía y el arte que llenaban sus paredes los que heroicamente todavía lo mantenían en pie como una reliquia viva, extraña y secreta. Y en aquel Tucho irreverente y ateo tan próximo a la Catedral uno se sentía un poco? en otra catedral. En una distinta pero igualmente majestuosa; en una que estaba a punto de perderse para siempre.


Yo solía sentarme en el mismo sitio y enfrente de mí, en la pared y en el techo, escrito y profusamente decorado había un poema de Antón Tovar del que nunca he podido olvidar estos magníficos versos, ya que a lo largo de los años hube de repetírmelos mentalmente en incontables ocasiones. Aun hoy sigo haciéndolo casi todos los días:


'Ya no quedan piratas.


¡Rebeliones!


Ya todos somos bueyes, bueyes, bueyes


para aguantar el yugo de las leyes


que en su provecho dan los piratones.'

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