Opinión

PRIVATIZAR, DIVINA PALABRA

Conozco a muchas personas bienintencionadas que creen, con una ingenuidad que roza el delito, que ciertas cosas porque dan pérdidas estarían mejor en manos privadas, la Sanidad por ejemplo. Como si el hecho de privatizarla fuera a garantizar su mejor funcionamiento. Una idea absurda desde cualquier punto de vista. Dan pérdidas y cierran más empresas privadas que públicas todos los días. En todo el mundo.


Hace poco el periodista José Manuel Ponte señaló con acierto en un artículo que si de algo deberíamos estar orgullosos los españoles, y mucho, no es de la Roja sino de nuestra Sanidad Pública, que a pesar de las agresiones que está sufriendo sigue siendo una de las mejores del mundo a la altura de las de Japón, Suiza, Finlandia o Suecia. Lo dice la OMS, no yo.


En febrero, lo recordarán, se estrelló un tren en la estación Once de Buenos Aires con el trágico saldo de 51 muertos y más de 700 heridos. Uno de tantos sucesos que no se deben a un accidente ni a una imprudencia. Se deben a la codicia. Si se fijaron en las fotos, verían que los vagones ni siquiera tenían asientos. Los adjudicatarios de la privatización hecha por Menem en los 90 se emplearon a fondo para destruir, en solo quince años, la mejor red de ferrocarriles de Sudamérica y de paso llenarse los bolsillos. Levantaron las vías, malvendieron el acero, cerraron estaciones, abandonaron el servicio y se olvidaron del mantenimiento. Codicia. Lo normal cuando se deja un servicio público en garras privadas. La codicia de unos pocos es la maldición de muchos.


En realidad, en el todavía primer mundo los accidentes casi no existen. Sí, es verdad que un obrero se puede caer de un andamio un día pero curiosamente siempre que sucede, ese día el andamio estaba mal montado o no se cumplieron las normas de seguridad.


Los defensores a ultranza de la privatización, con el falaz argumento de que las pérdidas resultan inaceptables en una empresa pública, la convierten en privada para que los beneficiados, por lo general ellos, sus primos y parientes, saquen una pasta. Los que nos han tocado aquí además le quieren sacar pasta hasta a los minusválidos. A mií me recuerdan a Saturno devorando a sus hijos, vayan a verlo al Prado (sala de Goya).


No hemos construido nuestras sociedades para dejarlas en manos de tiburones. La Sanidad no tiene que dar beneficios, sino un servicio. Si lo hace, a mí al menos, y creo que a la mayoría de los ciudadanos, no me importa sufragar sus pérdidas. Prefiero pagar más en la declaración de la renta y que se atienda a cualquiera en los hospitales sea somalí o lleve o no una visa en el bolsillo.


A los adalides de la privatización como el cínico consejero de Sanidad de Madrid y sus colegas de partido, tal vez haya que sugerirles que ya va siendo hora de privatizar lo importante: el Gobierno.

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