Opinión

Curiosidades de la consulta

El 2015 es un año de elecciones de gran relevancia; la agenda diaria estará marcada por una situación de precampaña, hasta que se dé la salida para que los partidos políticos nos machaquen con sus mítines, debates y proclamas (des)ilusionantes. Pero eso es, digo, en el 2015; por esa razón corríamos el riesgo de que en lo que resta de este año nos quedásemos huérfanos de noticias interesantes de las que tratar en tertulias o artículos de opinión; ya no cabe hablar de la crisis, porque según los expertos, de los que no cabe dudar, vamos como tiros y somos el milagro europeo; los presupuestos anuales se aprobarán sin apenas debate porque son, así los llaman, los de la consolidación de la recuperación, y como solo se consolida lo que ya existe, ¿a qué preocuparse? Miren a su alrededor, fíjense bien, ¿no se dan cuenta de lo bien y mucho que nos hemos recuperado del mazazo? Y el que dude de esto es un ignorante, un quejicoso o un malvado, así que dejemos ya el debate sobre la crisis económica. Antes de que finalice el año nos reiremos de todo esto y no nos quedará más amargo regusto que el que sufrimos al despertarnos de una pesadilla. Hablemos de cosas que de verdad interesen a la población.

Ya sabrán que, por fin, tras los típicos “no te atreverás”, “no me tientes”, “tú no tienes lo que hay que tener”, “tú a mí no me conoces” y demás órdagos y bravatas, el patético Artur Mas ha convocado la consulta para que el 9 de noviembre los catalanes contesten si quieren ser un Estado propio, y si es así, si quieren además que ese Estado sea independiente. Lo ha hecho a través de un decreto que se ampara en la ley de consultas populares no refrendarias (que querrá decir no vinculantes) aprobada por el parlamento catalán y ya publicada en el Diario Oficial de la Generalitat. Es probable que hoy lunes el gobierno interponga un recurso ante el tribunal constitucional que supondrá la suspensión de la ley y del decreto de convocatoria, por lo que nadie puede asegurar lo que va a pasar el 9 de noviembre. Pero como esto no es un tratado de derecho constitucional ni un análisis de ciencias políticas, lo único que pretendo es poner de relieve algunas curiosidades que jalonan este desenfreno en el nos hemos metido con ocasión del debate sobre la indivisibilidad o no del territorio del estado español y la provocación catalana: En primer lugar, y pese a la apariencia rimbombante, el 9 de noviembre se celebrará (si se celebra) una “consulta no vinculante”, no un referéndum; es decir, sea cual sea el resultado, el día 10 España no habrá ganado ni perdido un metro cuadrado de superficie, ni tampoco podrá proclamarse soberanía sobre territorio alguno; en segundo lugar, pensemos, por ejemplo, que el censo con derecho a voto es de 100. Pesemos también en una participación del 70% (siendo optimistas); pensemos que a la primera pregunta dice sí la mitad más uno de los votantes: tenemos que el 36 por ciento del censo quiere que Cataluña sea un Estado propio. Vamos con la segunda pregunta: ¿Quiere que ese Estado sea independiente? Contesta sí la mitad más uno de ese 36%, o sea el 19%. Bien, si mis cálculos no fallan, con el 19% de los votos vence la opción de Cataluña como estado independiente. ¡A eso se le llama legitimación soberanista ganada en las urnas! Y si a ello añadimos que no podrá votar el mañico o el valenciano que va y viene todos los días de Cataluña porque trabaja allí, y en cambio podrá hacerlo el chino que lleva tres años arrasando el comercio de las ramblas con sus “todo a cien”, el cachondeo es de órdago.

Pero bueno, como la crisis económica es agua pasada, menos mal que nos queda el tema catalán como divertimento hasta que lleguen las elecciones del 2015. Si no el sopor sería monumental.

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