Opinión

Ínfulas retrógradas

En todo colectivo humano el mérito de cada uno se agranda y se hace más evidente cuanto mayor es la mediocridad o estolidez de los que lo rodean. La valía de cada cual se mide a veces en términos relativos o de comparación, según lo alto o bajo que se haya dejado el listón. Hasta nuestro refranero consagra eso de que en el país de los ciegos el tuerto es rey; y es verdad que cuando aparece alguien con ganas de hacer las cosas de otra manera, y con capacidad para ello, despierta unas expectativas e ilusiones que se echaban de menos durante los tiempos de la oscuridad.

Tal ha sucedido con la llegada del papa Francisco, que con su proceder novedoso, no ya solo en el campo espiritual, sino también en el político y en el social, se ha granjeado la simpatía de muchos y ha despertado la esperanza de otros. Siempre habrá quien diga que eso no es suficiente para calmar las afrentas infligidas por la Iglesia Católica durante tanto tiempo, pero lo cierto es que corren vientos nuevos por las más altas instancias vaticanas, hasta el punto de que algunos, pájaros de mal agüero, hacen cábalas sobre lo poco que tardará una de esas ventiscas en llevarse por delante al papa, y traer de vuelta a un ortodoxo guardador de las más rancias esencias de la doctrina de la fe. Que se guarde bien las espaldas, por si acaso. Y mire bien debajo de la cama cada noche.

Claro que nunca nos libraremos del todo; siempre quedará algún impresentable que nos transporte a tiempos oscuros, por mucho que el líder pretenda cambiar de arriba abajo la compostura; siguiendo con el ejemplo de la jerarquía eclesiástica, por estos lares seguimos sufriendo el bochorno de tener que soportar los improperios de algún obispo, como el de Alcalá de Henares, cuando dice que los homosexuales, por el mero hecho de serlo, se corrompen y prostituyen; o cuando tilda al movimiento feminista como un paso hacia la destrucción de la persona. ¡Ea! Y a su lado el arzobispo de Granada, quien justifica la violencia contra las mujeres en la legislación sobre el aborto y el divorcio, después de haber apadrinado en su diócesis el libro “Cásate y sé sumisa” (... y si te pega pon buena cara, ¿verdad, Excelencia?). Siempre tuvimos en este país jerarcas de la Iglesia un tanto peculiares (por decirlo suavemente). Y si nos repugnaba el tufillo filoetarra del obispo Setién, estas otras actitudes retrógradas parecen dejar en mera ilusión vacía las consignas de cambio que parece se quieren abrir camino por obra de su máximo mandatario. Como si solo escuchásemos el eco lejano de la voz rebelde, apagada al instante por ogros del pasado.

Uno de su ogros parece anidar en el alma de Antonio Cañizares, cardenal arzobispo de Valencia; éste se preguntaba el otro día, ante la tragedia del pueblo sirio, si esa “invasión” de emigrantes y de refugiados era todo trigo limpio. Miserable. Y recalcaba que esos pobres, que escapan con lo puesto y sus hijos a lomos, eran “el caballo de Troya dentro de las sociedades europeas, y en concreto de la española”. Y se preguntaba: “¿Cómo quedará Europa dentro de unos años con la que viene ahora?” Adviertan el tono nazi, de preservación de la pureza española, que destilan sus palabras y preguntas retóricas. Pues bien, arzobispo, le deseo que cuando recuerde la persecución de los cristianos a manos de los emperadores, piense que tan solo les guiaba el ánimo de preservar la pureza del pueblo romano; y que cuando lea los pasajes en los que Jesucristo se mezcla con leprosos, ladrones, pobres y prostitutas, a usted se le caiga la cara de vergüenza, pues sus palabras van en contra de la esencia del evangelio que usted dice predicar. Lo que le convierte, no ya en un rancio retrógrado con tufillo franquista, sino en un cínico impenitente. Y mal cristiano.

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