Castro da Boullosa y Castelo de Sendim

Una mañana de tanto sol como heladas caídas, con cinco amigos que nunca correrán ese riesgo como los trece de la fama de Pizarro en la Isla del Gallo, lo cuales a propuesta de su caudillo cuando trazó la famosa raya en la arena indicando que al norte, la retirada y la pobreza en Panamá, y al sur, la riqueza y el riesgo en Perú, me caí por donde todavía revueltas las aguas contra corriente de esa Iberdrola que, a voz callada, quiso sorprender a todos tendiendo enormes torres en el flanco norte de las faldas del Larouco para evacuar la electricidad que producirán los aerogeneradores gigantes que se van a instalar en la prolongación del Larouco hasta la sierra de Pena, tocando casi la media docena de instalados en la de O Pisco, solo que ésta en el lado portugués que ya funcionando hace como una veintena de años. Llegar a las planicies donde nace el río Salas es como hallarse en la luminosidad de tanta como en aquellas tierras cuasi exentas de nieblas, el sol expande. Acabábamos de pasar la seminiebla urbana, lateralmente la que inunda el val da Rabeda donde se asienta el Polígono Industrial y las tierras de a Derrasa, ninguna en Allariz por donde el Arnoia pasa, y como retales de ella en A Limia. Estas tierras de Baltar -A Boullosa- Couto Misto de buenas cosechas de nabos, nabizas y grelos y de otros productos de la huerta entre los que excelentes patatas, menos abonadas que las de otras zonas con esa sazón que dan los 800 metros de altitud, no carecen de atractivos en el plano montañero porque instalados casi al pie del castro de A Boullosa, el más cónico y vistoso de los que uno conoce, la emprendimos con abrigo más del que pensado si no fuese que un casi gélido viento del sur nos saludase, más apaciguado, cuando a cubierto en el flanco norte del castro, y en el comienzo de la trepada por pista flanqueando el costado este y sur hasta hallar a media cima como sendero abierto entre el intenso brezal, que hasta poco hace, impracticable la subida. Este castro era referencia cuando se celebraba la Camiñada de Baltar de 50 kilómetros, ascendiendo por su cara norte y descendiendo por la sur hacia a Rousía, esa aldea abandonada, se dice, entre otras cosas por una plaga de hormigas. Quedan los cimientos y un poco más de las casas que por allí hubo, señal de que los vecinos emigrados a Montecelo, a Vila Maior da Boullosa o al mismo Baltar se llevaron con ellos las piedras. El lugar es un paraíso entre carballos, laureles, abedules, pero insufrible en el duro estío cuando los insectos te acosan, salvo que como melero disfrazado vayas. La llegada a la cima del castro fue como un goce incontenido a lo que ayudaba el día, el panorama y la paz que se respiraba, aunque alguno de sofoco, pero recuperado en los 1.236 m. de altura del cónico castro. Una cruz pétrea, testigo de la cristianización de cualquier cima, como se hacía y se hizo en Trevinca con cruz de cemento armado, pero ésta, ya abatida por los temporales, solo sirve como asiento de acomodo de montañeros en el campero llantar. El flanco oeste lleno de derrumbes de las dos murallas que ciñeron a este castro, que más defensivo que habitable. Cuando aquellos antepasados del Neolítico percibían una señal de alarma concurrían a la fortificación para defenderse. Alguno de los acompañantes juramentó que jamás volvería a subir, como si de un Everest lleno de sufridos peligros superase. Allá él con sus limitaciones y sus protestas camineras que nosotros no nos pondremos otros límites que los que la naturaleza disponga. Ya del reposo que las bajadas proporcionan mas no la atención a donde pisas, fuimos de paso como metidos en el pinar cuando todo el castro rodeado de carballos de poco porte por su competencia numérica, y de brezos en su costado sur y parte del oeste, avistamos el Castelo de Sendim, inexistente hoy y del que algunas piedras a parar fueron para levantar no pocas casas de la portuguesa aldea. Estos castillos fronterizos del XII, cuando la independencia de Portugal de la corona de León, eran numerosos y respondían a la fiebre desatada en esa movible frontera siempre tensionada por las ambiciones territoriales del rey portugués Afonso Henriquez y las de su primo leonés Alfonso VII que pretendía recuperar el territorio que antaño formaba parte de la leonesa corona. De esa época son los castillos de a Limia: Pena, Sandiás, Celme, Porqueira, Ribeira, sin contar los de Monterrei y los de Arauxo y Pía da Moura en tierras de Lobios y Entrimo. Estas fortalezas de la parte de acá, aunque las límicas pasaban de una a otra mano; se movían tanto como indefinida frontera. Este Castelo de Sendim en un roquedo sobresaliente y con amplia panorámica, con la aldea a sus pies, pero más fortificado y del que no quedan restos, el de Piconha, encima de Tourem, y aun otro cuando los vaivenes de frontera frecuentes, el de Paradela, en la colina donde se asentó un castro del que queda un resto de muralla. Pero esto quedará para otro día, porque nosotros al retorno de asalto a naveira de un amigo que me insta constantemente a que me lleve los grelos y que surta a los amigos que conmigo van. Pero aunque en descampado y sin nadie a la vista, una llamada de vecina alertó al amigo de que había unos cuantos cogiendo grelos, de lo que se deduce que entras en las aldeas, no ves a nadie… pero todo el mundo, los vecinos que censados sean, te han visto. Pasar sin que te vean en el rural medio, siempre fue un imposible.