EMILIA CARRIL y ODILO MASID

n n n'La vida es largo morir; el morir es fin de la muerte. Procura morir de suerte, que comiences a vivir'.
Los dos se ausentaron de la faz de la Tierra con unos minutos de diferencia. A Emilia la traté como médico y persona; a Odilo, como persona y político. ¡Es igual! El reconocido patólogo Virchow, en vista de que algunos médicos se dedicaban a la política, disponía una explicación convincente: el médico es para los pacientes lo que el político para los ciudadanos. ¡O al menos debiera serlo!

La señora Emilia, a un mes de cumplir los 108 años, murió de suerte; de esa suerte, que hay que tener en vida para dejarnos sin sufrir dolor físico. Vivió, sin embargo, mucho tiempo, para padecer muchos sufrimientos y golpes psicológicos, al ver marcharse a su marido y tres de sus cinco hijos. Recuerdo cuando la muerte de su hijo, el doctor Garrido, psiquiatra en Albacete y antes médico de Lobios, al tener que explicarle lo acontecido, ya que su edad elevada podría suponer un trance para su buena salud de siempre. Pero, con todo, le quedó mucho tiempo para ser una mujer amena, amable, risueña, optimista y toda una enciclopedia de anécdotas de la guerra y de su estancia en Buenos Aires. Así, cuando cumplía los 96 junios, la visité para una consulta rutinaria; en vista de su buena salud le oferté la tarta para su centenario; no rechistó y el trato no sólo quedó hecho sino que se consumó llegado el momento. Su soplo cardíaco ?fácil de deducir el motivo- y la artrosis bilateral no dolorosa de ambas rodillas eran su patología. Y cuando cada año llegaba el final de septiembre, su hija Inés recordaba la vacuna antigripal de la señora Emilia. Prevenir para no curar.

Odilo, el gladiador, se despidió mucho más joven; pero después de una vida intensa, polifacética, con vocación de servicio público, y en la que alternó el quehacer deportivo ?árbitro de fútbol- con el político ?era el más veterano de la corporación municipal- y la empresa propia. Pero sobre todo Odilo disponía de bonhomía, dedicación, siempre dispuesto? Odilo podía estar serio, pero nunca enfadado. Aguantó estoicamente su padecimiento, sin trasladar su problema, dando ánimos y no quejarse. Sólo esperamos que muriera de tal suerte que pronto comience a vivir. Hay personas que no debieran morir nunca; una de ellas es Odilo.

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