Carla Montero desvela las sombras tras la Viena de oro en 'La piel dorada'

Fotografía facilitada por Plaza & Janés de la escritora Carla Montero
photo_camera Fotografía facilitada por Plaza & Janés de la escritora Carla Montero

Viena se pinta con destellos de oro, los que despuntan desde sus majestuosos palacios y jardines. Pero en "La piel dorada", la escritora Carla Montero no solo ha reflejado las luces de la ciudad a principios del siglo XX, sino también las sombras de sus calles más "neblinosas, oscuras y desconocidas".

"Detrás de ese color dorado había podredumbre, un poco como reacción a esa sociedad encorsetada que venía del siglo XVIII donde todo era la norma, el comportamiento perfecto y la represión", ha explicado Montero (Madrid, 1973) en una entrevista concedida a Efe.

Una Viena más oscura que en esta obra, publicada por Plaza & Janés y tercer trabajo de la autora, aparece como testigo de un misterioso caso: el de un asesino en serie que tiene por víctimas a las modelos de los artistas.

La llamada "Viena de fin de siglo" era también la de "los problemas sociales, la crisis económica, la decadencia de un imperio, la prostitución y la marginalidad entre los inmigrantes y las clases trabajadoras", enumera la autora, quien ha intentado huir de la imagen estereotipada de la ciudad, vinculada habitualmente a personajes como la emperatriz Sissi o Mozart.

Asimismo, Montero subraya la alta tasa de criminalidad que presentaba entonces la capital, aunque sus casos de violencia no gocen hoy en día de la misma popularidad que otros, como los ocurridos en Londres con Jack el Destripador.

Es por eso por lo que, indica la escritora, la ciudad fue la cuna de la criminalística -"estaban muy avanzados en medicina forense por necesidad pura y dura"-, uno de los datos sorprendentes que descubrió en su proceso de investigación, con el que derrotó "muchos clichés".

A pesar de ello, la Viena de entonces también brillaba con otra gama de dorados, como los que emergían de los cuadros de Klimt o de los adornos diseñados por Otto Wagner, inscritos en movimientos nuevos, rupturistas "no solo a nivel artístico, sino en todos los aspectos".

Debido a esto, en la novela destaca la presencia, invisible pero decisiva, de una serie de personajes como el de Freud o los rompedores artistas de la Secession, que se abrían paso entre la férrea tradición.

"Lo fascinante es que no solo se dio una gran concentración de nombres singulares, sino que además hay mucha conexión y contacto entre ellos", reconoce Montero, "se reunían en los cafés y acudían a salones donde tenían tertulias sobre arte, política, literatura e intercambiaban conocimientos".

Como indica la autora, este constante intercambio tuvo como resultado una estrecha relación en la que las influencias pasaban de una disciplina a otra, como ocurrió con las pinturas de Klimt o Kokoschka, que "reflejan la teoría del psicoanálisis de Freud y los aspectos de la psique humana que este puso de manifiesto", ejemplifica.

Pero la novela no solo se centra en la figura de los artistas, sino que pone el punto de mira en sus modelos, unas mujeres que han quedado relegadas a un "segundo plano absoluto" en la historia, como ha atestiguado Montero, quien se topó con una "barrera infranqueable" en el proceso de documentación: la carencia de testimonios sobre ellas, "ni suyos propios ni de otros".

Por este motivo, pronto se vio forzada a abandonar su idea inicial de escribir en primera persona, poniéndose en la piel de estas musas y "profundizando en sus motivaciones y psicología". Y de nuevo, como ha ocurrido a lo largo de los siglos, sus modelos se configuran a través de la mirada de otros personajes.

Como hace la protagonista de su ficción, una enigmática modelo llamada Inés, Montero se lamenta de la poca visibilidad que se ha dado al rol de estas mujeres, cuya influencia, afirma enérgicamente, es "incuestionable".

¿Sería igual la obra maestra de Manet, "Almuerzo sobre la hierba", sin la mirada descarada de Victorine Meurent? ¿Y los cuadros de los prerrafaelitas, si no estuvieran esas modelos voluptuosas, cuyas caras desprendían sensualidad?, se pregunta la autora.

Por parte de Montero, la respuesta es un "no" rotundo, ya que está convencida de que el papel de las modelos "iba más allá de las instrucciones precisas que pudieron darles los artistas". Un papel que las hacía portadoras de una peculiar magia que desprendían desde los lienzos y que las convertían, a ellas mismas, en arte.

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