‘Malditos bastardos’: Tarantino es otra Historia

Inventarse el devenir de la Segunda Guerra Mundial es una osadía que sólo Quentin Tarantino podía perpetrar y ‘Malditos bastardos’, tan descabellada como brillante, llega mañana a la cartelera española dispuesta a demostrar que la mejor Historia era otra que nunca nos contaron.
Tarantino, que nunca ha ido por los cauces de lo previsible, podía haberse estrellado con su producción más ambiciosa. Un rizar el rizo en una trayectoria ya de por sí alambicada que ha dado como resultado una obra tan irregular como imponente.

Los malabares tarantinianos en ‘Malditos bastardos’ giran esta ver alrededor del homenaje extremo al cine, hasta el punto de que la Historia se subyuga a esta arte. Desde que Hitchcock decidió matar a la protagonista de ‘Psicosis’ en la primera media hora de película, nadie había conseguido jugársela al espectador como Tarantino.

La excusa para esta elaboradísima burla a todo y a todos es un batallón de judíos americanos, encabezados por Brad Pitt, que llegan a la Francia ocupada con la intención de matar a cuantos más nazis mejor.

Pero las piruetas estilísticas hacen que entren en juego los mecanismos para invertir todos los papeles posibles: el cine bélico se acaba convirtiendo en comedia de situación y el conflicto de personajes en el toque fundamental de toda receta tarantiniana: el spaghetti western. Y desde luego, esos diálogos que han hecho famoso a su autor en el mundo entero.

‘Malditos bastardos’ dispara a matar. A veces no da en el blanco, pero otras alumbra momentos de una lucidez despampanante. Y todos ellos están casi siempre relacionados con Christoph Waltz, el actor que encarna a un sádico pero políglota y encantador cazajudíos dispuesto a dinamitar con sus diálogos cualquier tipo de lógica sentimental.

El intérprete austríaco, que ganó un merecidísimo premio de interpretación en el pasado Festival de Cannes, convierte ‘Malditos bastardos’, a pesar de Pitt, de Daniel Brühl, Eli Roth, Diane Kruger y Michael Fassbender, en un vehículo para su exclusivo lucimiento, en un mano a mano en el que extrae lo mejor de Tarantino.

Frente a la medida perfección de ‘Pulp Fiction’, ‘Malditos bastardos’ desprende visceralidad salvaje, pero eso la hace más vibrante, más verborreica. También es más inmadura que ‘Jackie Brown’, menos sofisticada que ‘Kill Bill’ o, por momentos, igual de frívola que ‘Death Proof’.

Pero el ingenio, el delirio soberbiamente canalizado y la mala uva con la que Tarantino ha conseguido regar su amplio metraje -153 minutoshacen que esta última descubra a su director en mejor forma que nunca. Más arriesgado. Visionario. Excelente.

Ni que decir tiene que sigue bebiendo de innumerables fuentes, copiando sin rubor, abrillantando lo más rebuscado de la serie Z y orquestando todo con música no original. Pero mezcla, agita y busca sinergias tan inesperadas, que acaba siendo absolutamente único. Y ‘Malditos bastardos’ demuestra que a su genio le queda cuerda para rato.

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