HISTORIAS DE PRENSA Y RADIO

De árbitros va hoy la cosa

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photo_camera Manolo Álvarez y Antonio "Máquinas", los líneas

División de opiniones en la grada: unos le recordaban a su madre y otros a su padre

En aquellos primeros tiempos de C.D. Ourense en Tercera División, en los años cincuenta del pasado siglo, los partidos eran arbitrados por colegiados de diferentes lugares de Galicia, pero con líneas, ourensanos. Colegiados gallegos populares, conocidos, que algunas veces deambulaban por las zonas de vinos a última hora de la mañana y que 'las malas lenguas decían que su labor de la tarde podría ir en función de las atenciones recibidas esa mañana'. Lenguas viperinas. Mal intencionadas. No era así.

Manolo Alvarez era un árbitro orensano alto, delgado, muy popular, responsable y capacitado. Regentaba un bar en su domicilio de Guizamonde. Claro, era frecuente verle en la banda como a Federico Pérez, procurador de los tribunales; Gustavo González Márquez, Paco Lamigueiro, Moure, Salgueiro, los Barbosa, que su padre inició una familia netamente arbitral, con un Germinal (Minal) que llegó a Segunda División. El jefe orensano era Enrique Cerqueiros.

Me contaba Manolo Alvarez que un día, jugándose un partido comprometido en el estadio de O Couto y arbitrado por el coruñés Eladio Naya, que más tarde sería presidente del Colegio Gallego de Arbitros, el equipo de casa no salía del empate a cero. Pero ya, cerca del final, rechazó un balón en el travesaño, botó abajo y los jugadores rojillos alzaron los brazos reclamando el gol que juraban ellos habían visto. Fue tal el alboroto que se interrumpió el juego. Y ante las presiones, Naya decidió llegarse a la banda a preguntar a Manolo, cruzándose el siguiente diálogo.

- Manolo, ¿ti que viches?

- Cabronazo, vin o mesmo ca ti. ¿Pero a que vés? ¿A botarme a min a culpa e que me berren a min?

No dio el gol. Y el Ourense no pasó del empate. Bronca mayúscula.

Cuando un partido, arbitralmente hablando, daba mucho de sí, muchos aficionados decidían esperar a la salida de los colegiados próximos a las escaleras que llevaban a casetas. Se producía una situación tirante. Debidamente protegido por los 'grises' se metían en los coches y los escoltaban hasta la salida de Ourense.

Pero como esta vez estaba la cosa tan tirante, se apuntó una salida mejor. Que alguien fuera a retirar el vehículo de Naya y los esperara ya lejos, en determinado punto. Manolo explicaba:

- Cando as gradas estaban valeiras fomos polo campo de cara a grada de fondo e saímos por unhas viñas que había , a pé, non moi tranquilos, pero non nos viron. E cada un foi para a súa casa.

Todavía más espectacular

Otro caso arbitral que quería contaros fue verdaderamente lamentable, aunque ciertamente curioso y, a la postre, espectacular, destacado. Ya no vive el protagonista, por ello no doy su nombre. Hubo en aquel partido un arbitraje 'leonino' que la grada consideró muy perjudicial para el Ourense. Además, el árbitro principal dominaba la situación, erguido, sonriente, como chulesco, pitando a plena satisfacción silbato en boca. Seguramente era así su manera de actuar. Las gradas hervían.

Terminó el partido y, claro, mientras los más excitados tomaban posiciones como de costumbre en la salida de casetas, el árbitro caminaba con el balón en una mano, “disfrutando” –como diría el dibujante y exjugador ourensanista Fernando Quesada en sus viñetas de prensa -de la división de opiniones: “porque unos le recordaban a su madre y otros a su padre”-.

Con arreglo a las normas, nadie en la puerta de vestuarios. Solo un par de directivos para que no hubiera problemas. De modo que tranquilo y confiado, sonriente 'como si le rebotaran los improperios' se dispuso el de negro a subir los peldaños. Pero, ¡oh, sorpresa!, al llegar arriba, el pobre hombre casi los bajó por el aire ante el espectacular puñetazo que le propinó uno de los directivos.

La reacción no se hizo esperar. Los “grises” no sabían si levantar al hombre o buscar al agresor. Pero éste había desaparecido. Voló hacia el vestuario, cerró la puerta con llave. De nada sirvió que los policías llamaran con fuerza. Había que tirarla abajo.

La gente que estaba fuera armaba un espectacular alboroto ajena a la incidencia producida. Cuando la gresca llegaba a su punto álgido, la masa quedó enmudecida de golpe: vieron como se abría una de las ventanas del vestuario ourensanista y se descolgaba a toda pastilla, como en una película de acción, un señor que luego huía despavorido nada más tomar tierra.

Por tan antideportivo suceso, doble multa al club ourensanista.

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