El técnico del Boiro, Javier Falagán, fue cesado en los compases previos de su partido en O Barco, en un día en el que el frío dejó paso al calor en los campos
La vida del entrenador es compleja y por momentos roza el surrealismo. Que se lo digan a Javier Falagán, que en plena degustación de manjares valdeorreses se enteró de que ya no era entrenador del Boiro. Allí, cuchillo y tenedor en mano, se vio cesado vía telefónica de un equipo que le ofreció una victoria como despedida, aunque eso vendría después, al tener que volverse en el autobús del que ya era su ex equipo, ¡qué ingrato es el destino!
Por la mañana arengando a los tuyos para sumar en Calabagueiros y por la tarde, más solo que la una, compuesto y sin equipo y con cara de conejillo en mitad de una comarcal ante las luces de un coche.
Muchos pensarán que forma parte de la vida del entrenador. Otros consideran que la elegancia y el respeto está por encima de cualquier aspecto deportivo. En el deporte, el fin no justifica los medios, jamás.
Más plácida es la vida a pie de campo en el fútbol provincial. Que sí, que hace mucho frío por las noches, pero a las tardes ya apetece ponerse al 'solete' a disfrutar del deporte rey, algún valiente. Hasta parece que los dos equipos juegan mejor y el sorteo del descanso está más próximo al número de la rifa, la vitamina D, que ayuda y las ganas de un jamón, más.
Y es que lo mismo da una silla de músico que apoyado en la valla, la pasión no entiende de asientos, solo de colores y de ganas de pasar un buen rato entre amigos. Y si es con sol, mejor.
