Ana Iris Simón: "Hay que pelear porque aquel que quiera no tenga que irse de su pueblo”

Ana Iris Simón, en un primer plano.
photo_camera Ana Iris Simón, en un primer plano.

El debut literario de la periodista Ana Iris Simón no pudo ser más exitoso, con una novela, “Feria”, que se convirtió en una de las sensaciones del año, gracias a su oda a una “España que no existe” a través de sus propios orígenes, vinculados a la tierra y a sus abuelos feriantes. Este viernes desentrañará los secretos de su obra como invitada al Foro La Región, que se celebra en el Centro Cultural Marcos Valcárcel a partir de las 20.30 horas, como parte también de la programación de la ICC Week.

El New York Times dijo que ‘Feria’, su ópera prima, cautiva a España. Durante estos dos años, supongo que ha reflexionado sobre su éxito. ¿A qué cree que se debe?

La verdad es que no lo sé. Lo pienso a veces, de pronto tengo ataques de realidad, me paro a mirar cómo ha cambiado mi vida en el último año y medio, desde que se publicó “Feria”, y en la mayoría de ocasiones no doy crédito. Supongo que es una mezcla de suerte, y de recoger y tocar una serie de temas y cuestiones de época que han acabado conectando con un montón de gente. También creo que en el éxito tiene que ver con que mi historia -nieta de campesinos y feriantes, hija de carteros que pudieron llevar a sus hijos a la universidad, pero se dieron cuenta de cómo no era el prometido cheque para montar en el ascensor social- es la de la muchísimos españoles.

¿Es una novela autobiográfica o una galería de relatos costumbristas de autoficción?

Es, como dice mi abuelo cuando no tiene cena preparada, abre la nevera y coge lo que haya, un “rin ran”. Un compendio de crónicas costumbristas que parten de mi historia familiar, de mis recuerdos y vivencias. Nada es inventado, porque no sé inventarme nada, así que me toca robarle al mundo, a mi entorno, a mi propia familia.

Dice que ha escrito este libro para su padre, ¿por qué?

Le leí a José F. Peláez que uno siempre empieza a escribir para gustarle a alguien, y yo empecé a escribir para gustarle, en concreto, a mi padre. En esas sigo. Desde niña, siempre pienso en él y en qué le parecerá lo que escribo, desde “Feria” a mis columnas. Ahora, para intentar no perder de vista para quién y para qué escribo, también pienso mucho en una anciana que, en la verbena de mi pueblo, se acercó, me cogió del brazo y me dijo “hermosa, yo no me había leído ni un libro entero hasta que me leí el tuyo”.

¿Fue complicado abrirse en canal y hablar de su infancia y de su familia?

No, porque no pensaba que fuera a leerme tanta gente. Publicaba en una editorial con una edición y una selección cuidadísima, pero muy pequeña, Círculo de Tiza. Fue una sorpresa, es muy sencillo escribir con libertad cuando piensas que -casi- nadie te va a leer.

Tardó 20 años en contar que su familia eran feriantes y campesinos. ¿Se ha quitado todos los complejos?

Lo de campesinos sí que lo contaba, eso no me daba vergüenza. Sin embargo, contar que mis abuelos maternos eran feriantes me daba mucho apuro, porque era una profesión asociada al lumpen, a lo quinqui. Fíjate qué curioso que, ya de tan niña, supiera que la clase social no es solo una cuestión material, sino cultural. Luego creces, claro, y te das cuenta de la pantomima. De que si eres pobre no es porque tus abuelos y padres lo hicieran mal, sino porque es el sistema el que está mal planteado.

Este libro supongo que es el resultado de pararse a pensar sobre si vivimos conforme a nuestros valores…

Es un ajuste de cuentas conmigo misma. Arranca con una escena en la que, compartiendo piso en el centro de Madrid con 27 años, le digo a mi amigo Jaime, que está enchufando su Play Station, que no tenemos hijos porque no podemos. Y él me responde que no, que claro que podemos, que el problema es que no queremos. Poco después muere mi abuela paterna, la única que me quedaba viva, también lo cuento en Feria. Y me doy cuenta de que el tiempo pasa y de que si hubiera tenido críos antes, ella los habría conocido. Esos dos momentos, a través de la reflexión sobre la maternidad, remueven en mí algo y me caigo del caballo, como San Pablo, y me pregunto, sí, a quién estoy sirviendo con mis decisiones. 

Usted propone volver a casa, al pueblo, pero no siempre es posible… ¿Cómo se hace?

Yo no propongo nada, no creo que haya una receta maestra que garantice a nadie la felicidad, ni mucho menos. También creo que cada cual, según su ser y sus circunstancias, se encontrará mejor en una ciudad o en un pueblo. Yo simplemente cuento lo que hice yo, porque pude: en mi tercer ERE, con el dinero que junté por despido improcedente, me fui a vivir a Ávila con mi pareja, que era infinitamente más barato que Madrid. Después volví a Aranjuez, que es donde están mis padres, para poder criarlo junto a ellos. Creo que el objetivo, más que prescribir si es mejor la ciudad o el pueblo, es pelear porque aquel que quiera no tenga que marcharse de su pueblo porque no hay trabajo.

Cuando uno vuelve a casa ya no es el que se fue. ¿Valora lo positivo de desarraigarse un tiempo?

No sé si uno necesita irse para volver más sabio, creo que no. Muchos de mis compañeros de clase no necesitaron emprender el camino que emprendí yo para valorar lo que implicaba vivir en Aranjuez. Creo que no hay una única vía, pero que conviene no concebir como intrínsecamente positivo el viaje, el desplazamiento, el salir de la propia tierra para enriquecerse intelectualmente.

¿Tiene su libro más de personal que de político? ¿Cuál era su intención?

Tiene de ambas cosas. Quizá por la militancia política de mi familia -cuatro generaciones de militantes comunistas-, mi visión del mundo tiene mucho que ver con la política. Mi intención era, en parte, poner en relación lo que se decide en los grandes despachos de Bruselas con nuestras vidas cotidianas, porque es así como veo el mundo. 

 El feminismo y la izquierda son expertos en dividirse y perder. ¿Por qué cree que lo ponen tan complicado?

No lo sé. Tampoco sé si son expertos en perder. Ahora mismo tenemos un Gobierno de izquierda, y el feminismo es un movimiento social con un eco mediático y una presencia institucional que, desde luego, no tiene ningún otro…

 Creo que lleva tatuado en un brazo ‘Made in La Mancha’, ¿qué es para usted ser manchega?

Haber recibido por única herencia la humildad. La Mancha es llana, sobria, eternamente acusada de “secarral”, y creo que eso, unido a su historia, a su literatura, al haber sido una región tradicionalmente dedicada al sector primario, generan un tipo humano muy humilde, muy capaz de reírse de sí mismo, muy realista en su manera de mirarse y de mirar al mundo, pero que sabe que nunca fueron molinos sino gigantes.

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