CRÓNICa

"Pallasos en Rebeldía" llevan a Palestina la revolución de la risa

"La risa es el alimento de la esperanza" admiten la organización gallega

El sonido de la música y las risas descubren el lugar que por unas horas ha dejado de ser una escuela de la organización de la ONU para los refugiados palestinos (UNRWA) a la entrada de Ramala, para convertirse en una carpa de circo improvisada en la que los niños son los protagonistas.

Los responsables de esta imagen, repetida en la ciudad cisjordana de Nablús y en Jerusalén Este, son la organización gallega 'Pallasos en Rebeldía', que durante estos días celebra en Palestina la III edición del Festiclown dispuestos a usar la risa como herramienta para trabajar con los niños los efectos de años de ocupación.

Allá donde van se encuentran con un remolino de chiquillos que intrigados primero y entregados al espectáculo después, se muestran ávidos por interactuar con ellos más allá de cualquier barrera, incluso la del idioma, porque el humor, el juego y la música son lenguajes universales.

"Los niños que he encontrado en lugares de conflicto como éste, de opresión, de pobreza y de guerra están vivos. Los seres humanos en estos lugares están vivos, son generosos, te abren las puertas", explica a Efe el portavoz de los 'Pallasos en Rebeldía', Iván Prado, sobre una tierra con que la mantiene un vínculo especial desde su primer viaje, en la segunda Intifada.

Ha regresado menos de un año después de su última visita, marcada por el fin de la operación militar israelí en Gaza, que dejó más de 2.200 muertos palestinos, en su mayoría civiles, y que supuso un nuevo golpe a la historia de un pueblo marcado por el conflicto, al igual que para este payaso que condena con dureza "el poder genocida israelí contra los palestinos".

"Una de las principales diferencias con respecto al Festiclown anterior es que los niños y niñas no están tan bloqueados como el año pasado, cuando encontré lugares en los que realmente el trabajo de payaso implicaba levantar sitios oscuros", dice sobre su terapia.

La puerta de entrada al corazón y, lo más importante, a ese intangible rincón donde nace la risa de los niños -"el público más inteligente que nunca vi", dice-, son esos ojos grandes que desde escasa altura miran curiosos al personaje de nariz y zapatones que más allá del trastabille y la chanza se preocupa por la realidad que les rodea, a la que quiere dar una vía de escape.

"La risa es el alimento de la esperanza. Moviliza cientos de músculos en el cuerpo, genera docenas de sustancias bioquímicas que te llevan a vivir la realidad desde otro ángulo. Por eso es tan importante en lugares de conflicto o poblaciones tan machacadas como la palestina", reflexiona desde una seriedad impropia del gremio.

Prado, que ha llegado a denominar a los payasos "los cascos azules de la humanidad", cree con una pasión contagiosa en la necesidad de esta figura "que ya solo con la vestimenta, la energía, sus caídas, sus tonterías, te saca de ese lugar oscuro, triste. Yo he encontrado en el payaso la mejor medicina contra el miedo".

En esta misión le acompañan una treintena de personas, incluidos artistas circenses, la banda catalana Txarango y más de una decena de voluntarios del programa Rivas VaHaciaPalestina del Ayuntamiento de Rivas-Vaciamadrid que hoy participan junto a artistas locales en la gala de despedida del Festiclown, en el Teatro Nacional Palestino de Jerusalén.

Vinieron aquí para "vivir la experiencia del pueblo palestino, trabajar con ellos y ser altavoces o portavoces de lo que ocurre", dice Raquel, una de las voluntarias.

Cuando regresen a España su objetivo será "transmitir lo que sucede aquí, darle voz al pueblo palestino".

En este afán de posar las miradas sobre las "tonterías humanas" que en ocasiones es la vida y que en este caso es "la opresión y la ocupación israelí", explica Prado, crea una seña de identidad con la que denuncia haciendo de manera literal lo que para él hace el payaso, en el plano metafórico, al subir al escenario: desnudarse.

Así lo hizo hoy en las proximidades del puesto de control de Qalandia, una vez más frente al muro de hormigón de 8 metros que separa Israel de Palestina, y también a Palestina de Palestina, junto a otros voluntarios que cubiertos únicamente con narices rojas quisieron resaltar el poder del humor y de la risa.

"Es revolucionaria, primero en lo físico, después en lo psíquico y por último en lo social, porque permite ver lo ridículo de un sistema opresor como el israelí", afirma sin sonreír.

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