CON TEXTO

Oh, Francis

Y estaba allí, delante de mí, tan cerca que podía haberle visto las bragas, caso de llevarlas debajo del traje negro, tipo cura de paisano, que vestía el hombre para la ocasión

Desde la primera vez que acudí al Super Rock Super Bock, nerviosísima, con lo puesto y sin sitio donde dormir (acabamos durmiendo en una estación de buses) para ver a los recién reunidos Pixies, hasta hace un par de semanas que me fui a Lisboa como una señorita, con mi maleta y mi habitación reservada para ver a mis idolatrados Pixies, han pasado más de diez años.

“Si están juntos por dinero”, “ni tan siquiera se llevan bien entre ellos”, “no hablan con el público”, “dan conciertos por dar”… Todo este rosario de gilipolleces es lo que tuve oír antes de irme. Que digo yo, ¿y a mí qué coño me importan los motivos por los que se han vuelto a reunir o cómo se lleven?, ¿acaso voy a su cumpleaños o a pasar con ellos el finde? Y además, ¿qué problema hay con que no hablen con el público? Hablar está sobrevalorado, la mayoría de la gente que conozco habla demasiado. Sin embargo, tengo que admitir que algo sí me preocupaba: ¿y si su cantante, cueva de gritos, alaridos y fraseos tan furiosos como perfectos, ya no tenía la misma fuerza? Mira que cincuenta años son cincuenta años y que, muy, muy en forma, así que una diga “uy, qué en forma”, Francis no parece…

Así que allí estaba yo. A punto de acabar el concierto anterior al de ellos, repté (con esa cantidad de gente y mi complexión no se puede emplear otro verbo) hasta primera fila, allí me agarré bien a las vallas como desafiando al mismo jesucristo a quitarme el sitio, y esperé… Esperé a que acabara el anterior concierto, esperé a que prepararan los instrumentos, esperé a que los volvieran a preparar… Y por fin salieron. 

Black Francis, gordo como un puerquito y con su eterna cara de desprecio hacia el público, cantó, gritó, tocó… como si tuviera veinte años: con la misma fuerza, con la misma intensidad, con el mismo puto timbre madre del amor hermoso. Sin poner cara de esfuerzo, sin moverse, sin emocionarse, que para emocionarse ya estaba el público. ¿Acaso habéis visto alguna vez una imagen de Dios en la que no esté impasible?, ¿O de Dumbledore, que para el caso es lo mismo pero mejor? Pues Francis igual, impertérrito. Y estaba allí, delante de mí, tan cerca que podía haberle visto las bragas, caso de llevarlas debajo del traje negro, tipo cura de paisano, que vestía el hombre para la ocasión.
En fin, poco más puedo decir. Pixies Rules.

Te puede interesar