Rock leído en pandemia

Desde Mario Vaquerizo con su naif “Cuentos para niños rockeros” hasta el bajista Rafa J. Vegas con sus vivencias de una agitada carretera junto a Rosendo Mercado en “Córtate el pelo y búscate un trabajo”, los rockeros aprovecharon la pandemia para afinar sus plumas más que sus instrumentos y ofrecer a sus seguidores la opción de leerlos cuando no podían ir a verlos actuar en vivo producto de las restricciones impuestas por el Covid. “Dejando a un lado todas las desgracias que ha traído la pandemia, para la realización del libro ha sido una auténtica bendición. Aislarme y dedicar todo el tiempo a escribir era exactamente lo que necesitaba. El confinamiento, al contrario que a la inmensa mayoría de la gente, se me hizo corto”, aduce Rafa, además de reconocer que desde siempre fue lector de libros escritos por músicos hasta que se animó a hacer los suyos. “Siempre me han gustado los libros escritos por músicos. Tengo una buena colección de ellos. Llevaba muchos años queriendo escribir y por fin me tiré al barro. Además, la actividad como músico deja mucho tiempo libre. Mi época fiestera pasó, en gran medida. Ahora me apetece estar más en casa y, por ejemplo, escribir, que es una actividad bastante sana y más acorde con mi vida actual”, detalla quien ya tenía publicado “Mil maneras de volver al hotel”. “40 años, 40 canciones” de Arco (El Puchero del Hortelano); “El libro de Estopa”, de los hermanos David y José Muñoz; “¿Y si pongo otra palabra?”, donde se retoma la compilación de composiciones de Antonio Vega que comenzó con “¿Y si pongo una palabra?”; “Debut. Cuadernos y canciones”, de Christina Rosenvinge; “En mi refugio interior”, del ex batería de Héroes del Silencio Pedro Andreu; “Tres acordes y la verdad”, de Rulo; o “La sangre al río: Palabras y agasajos de ida y vuelta”, de Kike Babas y Kutxi Romero, son otras de las tantas propuestas que tiene el público rockero para leer. En el caso de Vaquerizo, que recrea historias de artistas como Elvis Presley, Madonna o Britney Spears, está muy clara su vocación. “Hace cuarenta y cuatro años nacía en Madrid un niño muy gordito con un ojo más cerrado que el otro. ‘El ojito triste’, como lo llama su mujer, y que todavía hoy se manifiesta cuando se enfada o llora. Fue el segundo hijo de un matrimonio muy joven que desde siempre se quiso y que tuvo la intención de dar a sus hijos lo mejor para ellos -detalla en su propio texto-. A ese niño, al contrario que a Ángel, su hermano mayor, siempre le gustaron cosas que no eran muy comunes en los niños de su edad”.