Pasó lo que pasó

Adiós a los besos por el mostrador

Cajero automático situado en la vía pública. (MARTIÑO PINAL)
photo_camera Cajero automático situado en la vía pública. Foto de archivo.

Ya no quedan ni los caramelos 

En días pasados este periódico titulaba que la banca obtiene beneficios estratosféricos mientras cierra oficinas de atención al público, diez en los últimos doce meses en Ourense. Hace más de un año que por mis finanzas no voy a una sucursal ya que las escasas operaciones que requiere mi modesta economía se resuelven con un par de clics en la banca electrónica desde el móvil. Durante meses he tenido que ir presencialmente a una oficina a realizar gestiones menores para mi padre. Siempre antes de las once de la mañana porque sino no me atendían en el cajero. Casi siempre una persona diferente para no crear vínculo entre el cliente y el empleado de la entidad. En más de una ocasión mi padre, cliente de toda la vida, me preguntó si nadie en la sucursal se había interesado por él. Al decirle que no, se quedaba contrariado. Me recordaba que la directora le interpelaba por su salud, que le daba un par de besos y un caramelo de paso que le atendía: cobro de pensión y retirada de efectivo para hacer frente a los gastos del mes. Hace unos días mi padre falleció. Nadie en su entidad de toda la vida, por la que sentía una gran fidelidad, se enteró que habían perdido un cliente porque no era el único ni el más importante. Seguro que ese día dejaron este mundo otros muchos impositores. Su vida se cerró, como si fuese una sucursal más. No habrá caramelos en el mostrador ni besos de la directora. Ignoro si ella seguirá a día de hoy, incluso si su oficina se mantendrá abierta por mucho tiempo.

Lo de los fondos 

El mundo de hoy valora más el avatar que lo que somos, el yo digital que el analógico. Pasa lo mismo en las empresas y sus convulsos movimientos. Hace años Ourense esperaba proyectos industriales transformadores, su particular Míster Marshall, que tirase del empleo y la riqueza repercutida en la provincia. Ahora ha entrado la econonía de casino, toma el dinero y corre, como el título de Woody Allen. Es la erótica de la pasta: “Sólo existen dos cosas importantes en la vida, la primera es el sexo y la segunda no me acuerdo”, decía el guión de la película. Como levantarse por lado diferente de la cama sin mirar al otro después de yacer. En eso se ha quedado una parte del capitalismo y las inversiones. Fondos de quita y pon compran barato para vender caro al poco tiempo, sin importar mucho lo que ha quedado por el camino. A Ourense están llegando a toda prisa, no a construir ex novo, sino a tomar posiciones en el accionariado, colocando gestores supernova, cuyos destellos deslumbran la cuenta de resultados y antes de que se vean los harapos, venden otra vez. La industria del automóvil, la pizarra, los servicios sociosanitarios o el turismo son solo alguna de las puntas de lanza. Y lo que nos espera en adelante. No va quedando nadie en el mostrador, ni siquiera los caramelos ni los besos de paso que se pregunta por la salud. 

Como Azarías   

Por las casas de las aldeas venían los candidatos de las municipales dejando mecheros y bolígrafos con las siglas y el eslogan del partido. Unas cuantas veces echamos la partida al subastado en el bar apuntando los resultados con el boli de vota Pepito. Los aspirantes a seguir cuatro años más creían que los del pueblo eran como el Azarías de Los Santos Inocentes, de Delibes, un bobalicón preocupado por cuidar un cuervo. Aún quedan aspirantes a concejales que creen tratar solo con los Azarías, esperando el aplauso a su gestión el haber colocardo una marquesina de autobús con el logo de la Diputación o de la Xunta en la visera.  Pasan pocos buses y aún por encima van medio vacíos. No hay banco al que ir buscando la sonrisa de los empleados.

Los de siempre 

Lo único que no cambia es el listado de candidatos de los grandes partidos a las municipales. Hay regidores que están en el machito desde los años 70 del pasado siglo y quieren más. Cierto que están porque les votan, pero no deja de ser de un inmovilismo institucional preocupante. Una especie de paternalismo cutre, como quien dice cómo te voy a dejar solo si aún no sabes caminar y ganarte la vida, pero siguen gozando de simpatía popular.  Los alcaldes ya son los únicos que reparten besos y abrazos. Y caramelos, mecheros y bolis con su nombre. Y van a los entierros, sigue habiendo mucho votiño ahí.



Al poner la lupa

Hay que hacerlo todo a toda prisa

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Una mezcla de imprudencia e infortunio provocaron la caída de un muro en el entorno del colegio Cisneros de la capital. Una combinación de pericia e intuición permitieron que el asunto se saldase con importantes daños materiales e incordios para los vecinos, pero poco más. Al mismo tiempo, el periódico desveló que el Gobierno adjudicó obras de urgencia para parchear un par de viaductos de la autovía A-52, en riesgo de un colapso similar al que provocó la caída de una plataforma en la A-6, en Lugo. Imposible reducir a cero los riesgos, como no hay manera de advertir dónde está la desgracia. Las soluciones constructivas han experimentado una mejoría cualitativa espectacular en años, casi siempre en beneficio de la prisa, de cumplir una serie de plazos que a todos nos agobian. Pocos lustros de vida tienen los viaductos de la A-52 y ya en grave riesgo. Y ahí tienen el Puente Viejo, soportando durante siglos el empuje del Miño, sin una sola queja. 



El portafotos

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Antonio Mouriño recibió una bofetada en la mejilla de su partido de toda la vida, el que le dio todo en el ejercicio público y que ahora le vilipendia. El PP hizo público un comunicado en días pasados adjetivando de “desleal” al que fuera su general en jefe en Celanova. Mouriño fue regidor en la villa entre 1991 y 2012, diputado en el Parlamento de Galicia entre 2012 y 2020, amén de otras canonjías como la presidencia del Inorde. Ahora los populares lo expulsan del partido, acusándole de ser agente doble: mantener la fe en el PP pero profesar la religión del enemigo. O lo que es lo mismo, ayudar al gobierno del actual alcalde, Antonio Puga, de la agrupación Celanova Decide, rival de los populares. Antonio Mouriño eludió valorar el asunto y dijo que seguía siendo militante del PP, rememorando el célebre pasaje de cuando al marido lo pillan con otra: cariño, esto no es lo que parece. Quedan para los adentros del exalcalde las razones que le llevan a sucumbir a otras tentaciones, posiblemente tengan que ver más con las vísceras que con la razón. Sabrá el PP también por qué le da una sonora patada en el trasero, pero está claro que Mouriño no se ha podido quejar del rédito obtenido de su ya expartido. ¿O es que aún quería más?

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