Adolfo Domínguez: "Me miro lo justo al espejo, la vanidad nunca fue una de mis debilidades"

Entrevista a Adolfo Domínguez, diseñador de moda, escritor, Premio Ourensanía 2023

Adolfo Domínguez (A Pobra de Trives, 1950) es uno de esos ourensanos que traspasaron todas las fronteras. Acaba de recibir el Premio Ourensanía de la Diputación a toda su trayectoria: diseñador, empresario y escritor -esto último más que nunca-. Adolfo Domínguez pasó a la historia de la moda con la marca de su mismo nombre, presente en 18 países y en más de 300 tiendas. El trivés es autor del lema “La arruga es bella”, una oda al lino y una reivindicación de lo viejo y lo sostenible. Criado en la sastrería de sus padres -vivían encima de la tienda, llamada El Faro-, hizo de la moda su oficio. Con la empresa en manos de sus hijas, ahora disfruta de su retiro en el monte. Y de su otra profesión, escribir. Atiende a La Región en la fábrica de AD, en el polígono de San Cibrao que tanto mentan él como su familia para recordar que apostaron por quedarse en su tierra.

¿Suele venir a la fábrica o está ya más desconectado?

Llevo ya muchos años. Vengo, tengo consejo de administración y pocas actividades más. Ahora es un privilegio dedicarme a otra cosa, me encanta escribir. 

Está muy bien en su refugio, ¿no? Últimamente habla más del monte.

Siempre hablé, estoy muy bien allí. No sé lo que es estar parado, yo viajaba seis meses al año mínimo, tenía una maleta siempre preparada.  ¿Tú sabes el placer del sedentarismo? Me encanta.

¿Se arrepiente de no haber pasado más tiempo en casa?

No. A cada uno nos toca lo que nos toca, es una mezcla de azar y de determinación. No me arrepiento de nada. Hombre, del mal hecho sí. Siempre tenemos equivocaciones, incluso maldades. En mi caso, creo que pequeñas maldades, pero no soy un malo de película.

¿Son pequeñas maldades confesables?

No, no hay por qué confesar. Ya te confiesan los demás las tuyas. Me tocó la vida que me tocó. Los años 50 no tenían nada que ver con esto. Te toca un tipo de vida que no es la de mis hijas. Si hubiese nacido en Madrid, tampoco hubiera sido lo mismo. Yo dije que me gustaba estar aquí y me gusta vivir aquí, no me voy a mover para la costa ni para Madrid, ni se me ocurre.

Es una reivindicación potente, porque Ourense se vacía.

Que se vacíe. ¿Cuál es el problema? La vida no tienes que esperar a que te la resuelvan, tienes que resolverla tú. Yo creo en la espontaneidad de la sociedad, de la gente y del mercado. Las cosas no están determinadas. Si quieren irse, que se vayan. No todo tiene que ser Vigo. No podría vivir ni en Vigo, es aún más intensa que Ourense. Es que me encanta la naturaleza. Y enterrado, en ningún cementerio. No pozo do Caneiro. El verano es tan importante... Para mí, el verano era el Pozo do Caneiro.

¿Qué importancia tiene la naturaleza? ¿Forma parte de su identidad?

Total, a mí me influye muchísimo. Yo salgo todas las noches a ver la luna, si sale. Y salgo todas las noches a ver las estrellas y siempre son las mismas, pero me sobrecoge cada día. Y las flores. Me encanta ver la flor del tilo, que huele muy bien. Es mejor que el jazmín, es más delicada. Y mejor que el azahar de Sevilla. Me gustaría que se plantaran muchos tilos.

Ese discurso de las flores dejó en shock a la gente durante el premio Ourensanía.

Me lo dijeron. Gustó mucho. Yo escribo lo que me viene a la cabeza y luego refino. Incluso cuando hablo preparo las improvisaciones, no sale todo a la primera. Aunque aquí estoy improvisando.

¿Y cómo logró incrustar la naturaleza en su concepción de la moda?

Es un proceso espontáneo, pero es obvio que reintroduje el lino, había desaparecido. En concomitancia de los italianos. Empecé con el único textilero que había aquí de lino. Torras. Fui su mejor cliente. Y luego ya pasé a Solbiati en Italia y donde lo hubiera. Mi abuela lo cultivaba en la huerta pegada a casa, a la que llamaba O Soutiño do Rei; tenía siempre lino. Sabía cómo se cultivaba, cómo se recoge, cómo se pudre bajo la lluvia...

Por lo que cuenta, le gusta estar en todos los procesos, desde la tierra.

Es que estuve, yo nací en un taller. Para vivir de él, me gusta. No me gustaría ser carnicero, ni pescadero. Es el oficio que aprendí de pequeño. No lo resentí. Tenías que pasar una hora en la huerta, una en el taller y otra en la tienda. No pasaba nada. Aprendías.

¿Fue fácil transmitir ese discurso a sus hijas, que siguieron con  su legado?

Bueno, yo creo que fui buen educador. Me gustan los niños. Soy más solitario entre adultos que con niños. Me esforcé por enseñarles a leer a mis hijas y a buena parte de mis nietos. La esencia de la vida es no apagar la curiosidad que uno tiene.Y que a un niño le encante leer es fundamental. Todos mis hijos y mis nietos leen como cosacos. Bondad, sí. Hay que aprender a ser bondadosos y sensibles. Aunque hay gente que es más sensible que otra, pero hay gente más inteligente que otra.

Esa intelectualidad forma parte de...

No le llames intelectualidad. Sabiduría.

¿Intelecto?

Intelecto sí. Intelectualidad es una palabra que en la cultura latina es dudosa. La sabiduría está pegada al dato, contar y medir. Incluso a la economía. Aquí es de contar y medir. En los oficios todo va de contar y medir y yo creo que esa es la base de la vida.

Llevando una empresa tanto tiempo... sensibilidad y datos irán de la mano.

Sí, pero deberían hacerlo todos en todos los ámbitos de la vida, cuando hay datos no dar opiniones. La poesía sí, pero pegada al dato. Por eso, ojo con los intelectuales.

Aunque en su faceta como literato, la poesía lo ocupará todo.

Pero “Juan Griego” es pegado al dato. Es una escritura sencilla y pegada al dato.

Decía en una entrevista que lo escribía para mínimos.

No, para la inmensa minoría. Una frase de Juan Ramón Jiménez. Pertenezco a una generación que leía mucho.

Leí que aparcó la vanidad en los últimos años.

¿Aparcar? Yo creo que nunca me ha caracterizado la vanidad. Normalmente, todos tenemos algo de cualquier cosa. Pero mi cuota de vanidad, si existió, quedó satisfecha hace muchísimos años. Y nunca fue una de mis debilidades. Tengo otras. Pero me miro lo justo al espejo, miro más bien por la ventana.

¿Quizás es la gente la que tiene un concepto de “divo” de la figura de diseñador?

Pff, pff… somos mortales todos. Leí lo suficiente en la vida para decir mi frase de siempre que es que ser humilde es una virtud a los 20 años, pero a los 73 que ya tengo es pura lucidez. No tiene mérito. Ya has sido golpeado por todos los vientos.

 ¿Cuál fue el peor viento?

No hay peores. La vida es como va y como viene. La vida es aceptar lo que hay y es la mejor manera de encararla. Expectativas las justas, así eres más feliz que si tienes muchas expectativas.

Cuando creó ese lema (“La arruga es bella”), ¿qué expectativas tenía?

Convencer a la gente de que el lino, a pesar de que se arrugaba, era hermoso. Lo sigue siendo. Hoy volvió a recuperarse el lino como nunca, pero la verdad es que como siempre. Hubo una interrupción, desapareció prácticamente del mercado, pero luego el lino volvió.

¿Lo que funciona no se cambia o cree que el lema de la arruga puede tener una reformulación en la actualidad?

No lo sé, pero no es tan fácil. Digamos que las frases que se reproducen hasta la extenuación, uno las hace, pero luego es la sociedad la que las adopta o no.

Parece que vuelve con fuerza ese lema.

¿La arruga? Para mí la palabra anciano es horrible, y tercera edad más horrible. A mí la belleza de un olmo viejo, como decía Antonio Machado. La palabra viejo me encanta, ¿cuál es el problema? Una rosa es bella en primavera y cuando seca sigue siendo bella.

¿Y ahora solo se centra en escribir?

Me encanta. Joder, es que si puedes hacerlo, sería malgastar el tiempo. Me encanta. Muy, muy, muy por encima de otras cosas. La naturaleza me sigue pudiendo, como siempre, pero no te impide. Al contrario. Escribir el río que uno lleva dentro, yo me paso la vida haciendo eso.

¿Se siente igual de reconocido en esa faceta como en la de diseñador?

Me es indiferente. No sabes cómo. Esas cosas te pueden inquietar de adolescente, luego no. Luego hay otra guerra. La de sobrevivir es importante.

¿Y se sintió siempre reconocido en casa?

Nunca tuve problemas. Viví, vivo y viviré aquí siempre. Tampoco te tienen que querer todo el tiempo, toda la gente, toda la vida. Soy partidario de convivir, sin problemas, con el mínimo roce posible. En la vida te tienes que pelear muchas veces y yo me peleé todo lo que tuve que pelearme, pero no busco la pelea. Yo estoy contento aquí. Viajé mucho, pero siempre para volver a casa. Nunca me planteé irme.

Cuando vio aquella Inglaterra industrializada cuenta que decidió volver.

Es un poco más complejo, pero efectivamente. Yo nací en una familia de comerciantes. Eso es un tipo de vida, y mi padre se empeñó en inculcarme el gusto por esa vida y unos valores. Hubo un proceso de reconocimiento y en Inglaterra tomé la decisión final. Me acuerdo. Barruntaba en mi cabeza. También se dieron una serie de circunstancias, pero, ¿y por qué no continuar? Nunca me arrepiento de esa decisión. Yo estaba en Inglaterra y llegué a la conclusión de que era un país de tenderos y comerciantes y por eso ganó la batalla.

¿Qué pasó para que Ourense se convirtiese en cuna de la moda con nombres como el suyo?

Hay un punto de necesidad y azar. Si alguien empezó, yo no recuerdo. Había una empresa en Vigo, José Fernando Dress Lock. Tuvo una influencia aquí en Galicia enorme. Y quizás fue mi primer maestro. De ahí salió incluso parte del equipo de Inditex, que eso es otra explosión. Pero fueron los iniciadores, luego no les fue bien, suspendió pagos. Pero dejó equipos diseminados, y la gente siguió el ejemplo. Yo posiblemente salga de ahí. Si tuviera que poner un referente, más que a mí, pondría a José Fernando de Dress Lock. Somos el eco de otras voces. Esa es una voz que a mí me influyó. Y mis padres. Darme el oficio, a mis padres, se lo agradeceré siempre. Te dan carácter. A mí no me cuesta nada vender nada, y si hace falta vender la ciudad de las flores, la vendo. 

¿Cómo hacer para que Ourense sea la ciudad de las flores?

Desgravando la actividad. Hay que dar incentivos.

¿Ya movió sus hilos?

No, lo tiene que hacer la propia gente. Si tú plantas las plantas, las plantas crecen. Ellas solas te arreglan todo. 

¿Cree que a la gente le importa tanto Ourense?

Si vive en ella, debiera. Y somos muy sensibles a la belleza. ¿Qué hace una ciudad como el antiguo Ourense, que era muy hermoso? El nuevo, dices, se nos fue la olla. Pero eso es arreglable. ¿No mejoraría aquí el turismo si hacemos una ciudad de las flores? La ciudad cambiaría una enormidad. Y dices, ¿a quién le importa Ourense? La pregunta sería lo contrario: ¿A quién no le importa si vives aquí?

¿Por qué no se ha ido a pesar de tener fuera oportunidades?

Siempre viajé mucho, pero para volver, nunca me lo planteé. No quiero moverme, quiero morir aquí y que mis cenizas las esparzan en el Pozo do Caneiro.

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