Avistamientos desde el Castelo de Celme

Yendo por donde el río Limía, después de recorrer cerca de sus fuentes por toda la llamada alta Limia, se estrecha el valle y a la placidez fluvial corresponden los rápidos donde ya comienzan los desniveles hasta el encuentro de sus remansadas aguas por As Conchas. En este tramo del que un día escribiré, el río se encrespa, es encorsetado por una minicentral, y aprovechando el paso, que no garganta, se abría la calzada romana o bracarense, la Via Nova, que en parte hoy colonizada por el asfalto. Pues más que recorrer estos tramos los avistamos desde las alturas de ese cónico Castelo de Celme, que lo tuvo, como consta de los derribos de sus muros, que escasos porque gran parte de esas piedras o fueron para casas de Congostro, Celme, o para muros de fincas o molinos. Celme, que debería ser Congostro, porque la aldea más importante núcleo, parroquia y cercanía, fue castillo desde más de mediados el siglo XII cuando el Portugal independizado por obra de Afonso Henriques fue estableciendo fronteras tan movibles como la misma guerra entablada entre los dos primos Alfonso VII y Afonso Henriques, el primero para conservar la unidad del Reyno de León y el segundo para certificar la identidad lusa y anexionarse su gemela Galicia. Así que el rey portugués erigiría un castillo, de los más formidables de a Limia y pondría en él a los 200 caballeros más belicosos de su hueste, pero Alfonso VII atacaría el castillo, pasaría a cuchillo a todos sus defensores y pondría guarnición propia acabando con las esperanzas anexionistas del monarca portugués. El camino que allá lleva discurre entre carballos, algunos abedules y unos cuantos pinares, pero en la cima de los 800-900 metros la vegetación arbórea cede ante la del llamado monte bajo. Se puede tomar la ruta en el Congostro rehabilitado o en la misma Feira Nova o en Ponte Liñares o, si se quiere de más larga distancia, desde o alto do Vieiro, con predominio en este mayo del escobón blanco, esa retama que cuando se mezcla con la amarilla da una vistosidad especial al paisaje. Alguno me comparaba el Jerte en plena floración del cerezo con esto, que visto en la distancia pudieren confundirse. Los cinco que por allí discurrimos, los Risco, Peribáñez, Castro encaramados a lo alto donde los posicionamientos varios marcaban de 956 a 972 m. de altitud de un como cono truncado con hermosas vistas a oriente y occidente o a septentrión y meridión, como en poético modo se decía. Un vértice geodésico en la cima, fuera de uso como todos en la era GPS, es lo más notable hoy aunque se vean los encastres de lo que fue poderosa muralla, y en la subida lo que quedó de los derribos, porque gran parte de las castellanas piedras, que mejor cantera no pudiera hallarse, fueron a parar abajo. Curioso es que de los cinco castillos límicos, las dos más poderosos, Celme y Ribeira, han, prácticamente, desaparecido, aunque sus emplazamientos signifiquen por si mismos que casi inexpugnables fortalezas fueron. El de Ribeira y Celme, nombrados de titularidad real; el de Porqueira, episcopal, y los de Sandiás y Pena, señorial. Era una forma de administración porque el episcopal entregado a señores o segundones de la nobleza que se encargaban, además, de la cobranza tributaria. La mayoría abatidos en la revuelta Irmandiña. Viajando por aquellos caminos, impregnándose de los aromas, del paisaje, vale la pena un viajecillo que además nos transportará al visitar aldeas como esta poderosa de Congostro, restauradas, a ese mundo de casonas aldeanas de recias escaleras, balcones apoyados en canzorros, balconadas columnadas, varias eras donde se majaba el centeno o el trigo, con una principal a modo de plaza, raro en aldeas, con varios hórreos o espigueiros. Mucha historia impregna, desde la antigüedad, a Limia, desde los palafitos antelanos hasta la calzada bracarense, Via Nova, que atravesaba toda la comarca, y en el Medievo, tantas fortalezas levantadas de las que sólamente tres conservan sus torreones o torres del homenaje.