Zé, con su barco varado en el Puente Novísimo

Ourense. 26-05-2016. Zé María Da Silva, quien vive en libertad a su manera. Paz
photo_camera Zé María Da Silva, quien vive en libertad a su manera.

Zé María da Silva Teixeira vive bajo el Puente Novísimo, refugiado entre un viejo colchón, plásticos y dos paraguas, a propa y a popa, varado en la embarcación. Hubo quien temió por su vida, pero sigue ahí, encallado pero vivo

No, no estaba muerto, ni muriéndose, como decían.

Varado en la orilla debajo de un puente -el Novísimo- su extraña embarcación de mínima eslora encalló hace mucho tiempo, pero ni las crecidas del Miño, que las ha visto bien cerca, y no han sido pocas, han conseguido que su vida surcara de nuevo.

Se llama Zé María da Silva Teixeira, “me llamaba, dice, con ironía y un poso de amargura”, cincuenta años, portugués de “Clurico de Basto, provincia de Braga, freguesía de Santa Tecla”, cuenta. Trabajó de todo, y desde muy niño (con diez años ya dejó la escuela, para cuidar vacas y ovejas –dice- y trepar escalera arriba camino del sabroso vinho verde); hoy vive de la nada, o casi.

Ourense. 26-05-2016. Zé María Da Silva, quien vive en libertad a su manera. PazEn su almanaque -en una memoria que resiste, como su vida- recuerda dos fechas. Todas frías. La de un 4 de enero de enero de 1988, en la que se alejó de Tras os Montes, rumbo a España, llamando al porvenir a la puerta. Cortó madera en Asturias, “para a papeleira de Navia. Traballei en Chantada, Taboada, A Barrela, coidando vacas, alí onde me daban máis diñeiro”. En Ourense lo hizo en la construcción, pero también descargando sacos de carbón vegetal, desbrozando fincas y lo que hiciera falta. La otra fecha, fue un 28 de enero del 2004, en la que dibujó una equis decidida sobre su piel y huesos. Fue en la obra, trabajando en la ampliación del CHUO, en una mañana desquiciada, se enfrentó al jefe de obra que lo dirigía, que “Nin era encargado nin era nada”, sobra decir que no se llevaban; lo amenazó con lanzarle un hierro a la cabeza y se marchó para no volver jamás. Soltó amarras a la vida y su bote quedó encallado en las orillas del Miño entre el Ponte Novo y el Novísimo. Nunca volvió a ser el mismo. En su día, este diario de la mano de Sonia Torre ya dio sonada cuenta de su peregrinar por A Ponte, sorprendiendo a propios y extraños al verlo vivir en pleno invierno casi a la intemperie. Desde entonces vive en libertad, a su manera, sin compromisos con el futuro. No intentó trabajar más. Los tiempos mudaron y el empleo no fue fácil o ya no estaba, “se non hai traballo para os mozos preparados, que vai haber para min”.

Amarrado en la orilla

Su vida hoy se resume en esa pequeña embarcación encallada y un graffiti al fondo; incluye colchón y mantas, sobre el que reposa, a modo de velamen un saco de dormir bien amarrado y sendos paraguas en proa y a popa, para que no lo cruja el viento ni la lluvia. Vive con poco pero no le falta nada de lo imprescindible para seguir. peña se porta con él, le llevan comida, tampoco pide nada. El combustible que lo mueve ahora es un kalimocho de cola y vino peleón que le dura todo el día, entonces, cuando dejó su otra vida de trabajo y jornal, los tumbos eran notables.

Los servicios sociales llaman a su puerta muchos días pero él no pide nada, ni siquiera pensión, “sería un engaño”. Hace meses estuvo muy malo, un fuerte dolor en el pecho le hizo pensar lo peor, fue a la Cruz Roja quien lo recogió y llevó al hospital donde estuvo cinco días, después, regresó a su “hogar”, “unha señorita me traía a mediciña todos os días”. “¿Qué tenías”. “Non o sei, a señora que me atendeu foi a que se quedou cos papeis”. También le llevan comida y lo visitan. Es imposible no verlo, el bajo puente donde reside es paso frecuente de muchos caminantes en dirección a las termas de A Chavasqueira, muchos lo saludan y el corresponde, pero lo que no le gusta es que le digan qué ha de hacer con su vida, “que vaian limpar a súa casa, non che parece?”. Alguno sintió también estos días la alarma, “al verlo morir” así en su mundo, que no es el de todos.

Ourense. 26-05-2016. Zé María Da Silva, quien vive en libertad a su manera. PazHeridas de guerra

Bajo un gorro de lana su rostro herido refleja una parálisis vivida que le hizo perder la visión de un ojo que no deja de lagrimear. “A saúde hoxe me vai amañando”. La dentadura se pulverizó hace tiempo, la barba es casi refugio de un rostro marchito. De noche deja la embarcación de sus sueños y surca la esperanza en un viaje que lo desplaza al centro. “Non todos os días, sempre que as forzas mo permiten, hai veces que as pernas non me deixan e volvo”, sale sobre todo cuando hay marcha, no de botellón, pero sí a recoger muchas de esas cosas que a los demás les sobra. Colillas, que después transformará en picadura mestiza para liar unos cigarrillos con los que matar el tiempo. También recoge restos, enseres que acumula en bolsas, muchos indescriptibles que forman parte de la línea de flotación del barco. De noche –dice- he visto cosas increíbles, la gente se desfasa mucho. Pero él es lo que se dice y siente “liberal”, a su manera, no va a decir a los demás cómo deben vivir sus vidas.

Cuando dejó su otra vida y afrontó la calle empezó a pedir, primero en la Catedral, pero había competencia extraña y no sacaba para un bocadillo, así que se enfiló hacía el Paseo donde hubo días muy generosos, casi 100 euros dice, sacaba, pero el alcohol –vino, mezclas, cerveza-, le encendían la cabeza y le hacían dar demasiados tumbos de regreso. “Eu son unha persoa que vive con pouca cousa”. Se olvidó también de eso.

No siente miedo, “eu non me meto con nadie”. Pero no siempre ha sido así. Aguas arriba, cuando habitaba más allá del Puente Romano, unos jóvenes “colocados” le tiraron piedras sin piedad, alguna le destrozó el tinglado, otras casi lo matan. “Chicos y chicas, eran peor elas que eles”, así que decidió coger el colchón y los pocos enseres que acumulaba y probar otro puerto donde habita, al principio próximo al río tras un pilar del Novísimo, hasta que una crecida le provocó un remonte que no la huida.

Ourense. 26-05-2016. Zé María Da Silva, quien vive en libertad a su manera. PazA la vida no le pide nada. Lee la prensa que recoge en los bares, aunque sea a destiempo y caduca, sus horas no son urgentes, y los domingos escucha los partidos en la radio con un auricular huérfano que tiene a su lado. Tuvo pareja, o estuvo arrimado, seis años “e sobroume”, vivían en Santa Teresita, pero ni las cuentas –él trabajaba- ni el amor le salían. Así que un día a aquello también le puso fin. Cinco años después, en la misma tienda donde siempre iba a comprar había deudas, preguntó por ella, quería hacerle una visita “a esa mujer”, “no vayas, le dijeron, hacía tiempo que ella había muerto, bebía mucho y no se cuidaba nada”.

Le pregunto si no ha pensado en dejar el alcohol, cambiar de vida, dice que también bebe agua, estirándose hacia atrás me enseña varias botellas muy llenas. A la vida le mira de reojo, con el que le resta sano, y le sonríe como si toda ella estuviera a su lado. “¿Feliz?” “Vou vendendo”. A la derecha de su nave tiene una flores plantadas, “As rosas é posible que aguanten”.

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