El Carroleiro, toda una historia

Salón de la planta superior. La fotografía de la pared me atrevería a decir que es obra de Foplas.
photo_camera Salón de la planta superior. La fotografía de la pared me atrevería a decir que es obra de Foplas.

Está la hostelería luchando por salir de un tremendo bache en el que la pandemia la ha metido. La verdad es que es un sector acostumbrado a sufrir y que solo conoce una forma de seguir adelante, y esa no es otra que “seguir trabajando”.

Algo que suele pasar desapercibido es que este tipo de negocio, con frecuencia familiar, tiene en ocasiones una longevidad extraordinaria: también es cierto que a pesar del cambio de propietarios, en muchas ocasiones el nombre del negocio se mantiene para aprovechar el tirón que la fama anterior proporciona.

Este ha sido el caso del mítico Carroleiro, que desde el 65 sobrevivió a mil batallas hasta que sucumbió creo que en 2017 (que me corrijan los entendidos). Si no recuerdo mal, tuvo un lapsus de uno o dos años en los últimos tiempos, en los que acogió una tapería llamada O Catorce, recuperó el nombre y en ese año 2017 aproximadamente pasó a llamarse Asador de Roa, negocio que cambiaba de ubicación por lo que ya gozaba de prestigio propio. Lo que no puedo decir es qué ha ocurrido con los dibujos de Virxilio y obras de Arturo Baltar que lucían en la inauguración aquel 10 de octubre del 65. Un año de trabajo supuso para los artistas (con la dirección de Manolo Conde) integrar su arte entre las mesas y fogones del local. Lo que me hubiera gustado es haber estado ese año aunque fuera de pinche. Conociendo a Manolo Santamaría con su gusto por la cocina de producto excepcional y el buen diente de los artistas, casi me atrevería a afirmar que alguna jornada de trabajo fue interminable y seguramente a las horas de la comida se dejaran caer otros de los artistiñas: Vidal Souto, Quesada y Carlos Viejo eran también muy amigos…

Recupero hoy este histórico negocio porque cayó en mis manos un interesante artículo que a finales de los sesenta se publicó en la revista Chan, bajo la firma de José Fernández Ferreiro, donde se lo cita como excusa para hablar de un personaje con historia.

Los estudiosos del gallego saben que carrola es una de las maneras de denominar al fruto del nogal en nuestra tierra. Con lo cual el carroleiro sería el lugar donde abundan los nogales. Pero también el apodo de un personaje con muchas historias, dedicado al ourensano oficio de afilador y paragüero. 

Y a pesar de que Fernández Ferreiro no cree que el bautizo de este restaurante fuera por nuestro afilador, yo, conociendo al amigo Manolo Outeiriño “Santamaría”, uno de los primeros propietarios del local, no lo descarté. Fue así como encuentro en prensa que al menos se acordaron del Mesón del Carroleiro que en Castadón (en los 40), había abierto Ramón, el hermano de nuestro personaje.

 Carroleiro o José el de Rubiacós (nacido en Santa Cruz de Rubiacós) fue uno de los más famosos afiladores de nuestro Ourense, que empujando su “parafusa” (rueda), recorrió medio mundo, con a su lado en ocasiones casi una docena de “mutilos” (aprendices) que sabiendo que no era vida fácil no dudaban en coger camino. Quedarse era menos fácil aun. 

Uno de esos “mutilos”, era un gallego que con el tiempo llegó a ser uno de los más importantes hombres del cine a nivel nacional, Cesáreo González (Suevia Films), quien tenía familia en Espartedo, Nogueira de Ramuin, y de ahí su relación con Carroleiro. Cuentan que José era un bohemio que se escudaba en su trabajo para andar a la aventura; se hablaba de que su prole era larga, pero solía llevarse con él a los mayores y, aunque no es que se preocupara mucho de ahorros, al regreso de sus viajes traía lo suficiente para que la familia subsistiera hasta el siguiente y él poder descansar de sus viajes en fondas y tabernas. Sus pupilos coincidían en afirmar que si en algún momento se pasaba hambre el último en comer era él, los “mutilos” siempre primero.

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