Entre castillo, canal, lagos y las médulas

Situado en un promontorio rocoso en su cara norte muy pronunciado, este castillo vigilaba la entrada en el Bierzo desde Galicia, y aun toda la planicie oriental a sus pies.
photo_camera Situado en un promontorio rocoso en su cara norte muy pronunciado, este castillo vigilaba la entrada en el Bierzo desde Galicia, y aun toda la planicie oriental a sus pies.

Por esas tierras bercianas, en las cuasi limítrofes con el oriente de nuestra provincia, concretamente en el castillo de Cornatel, que señorearon los de la orden militar del Temple y después los feudales señores de Ponferrada y por tales los condes de Lemos, los Fdez. de Castro, que más residían en esta ciudad que en donde debería presumirse, en Monforte de Lemos, donde palacio poseían y fortificación en la urbana colina donde el convento de los Jerónimos, hoy Parador; pues en el citado castillo de Cornatel, que de visita pagada, emprendimos la marcha por entre vides brotadas, algún cerezo disperso y los carballos por donde ya bosque que antes jalonado el camino de jarales, avistando al norte a la vera del río Sil, Toral de los Vados, con planta cementera en funcionamiento, camino como íbamos, hacia un pueblo llamado san Juan de Palueza, que más abajo como dispersas posadas, por así llamados Ventas de San Juan de Palueza, que hostales en su día para asistencia de viajeros que desde el Bierzo se introducían en Galicia o al revés, y en la romanizada calzada a través de la llamada Via Nova, de Braga a Astorga. Arribamos a San Juan, que de tan largo nombre me recuerda a ese próximo, berciano también de las Colinas del Campo de Martín Moro Toledano, al pie de la sierra del Gistredo.

Penetrar en la ermita de la Estrella, que la primera edificación con la que nos topamos de una aldea de muchas deshabitadas casas y en la cercanía, encima del pueblo, un castro llamado Castrelín, excavado en parte. Camino como vamos del embalse de Cornatel pasando por esas fragas o carballeiras de poco porte por la competencia, arribando a mina a cielo abierto, cuando se nos ofrece la vista de la remansada agua del embalse, nutrida por el canal de Cornatel, que partiendo de la pequeña presa del Azufre, debajo de la de Bárcena, en el río Sil, nutre a la ciudad de Ponferrada, a la agricultura huertana y, en una docena de kilómetros, a la misma presa de Cornatel llamada también de la Campañana, debajo de la que el lago Carucedo que no formado por estas aguas sino por las reconducidas procedentes del lavado de los materiales áureos de las Médulas, desde el siglo II, lo que se llama lago de barrera o de recogida de aluviones del frente minero.

El paso por la presa de una cincuentena de metros de altura nos permite acceder a la aldea de Campañana, pero tomamos un camino, atravesando el riachuelo resultante de las aguas de la presa, andamos por la frondosidad y nos plantamos en la margen derecha del lago Carucedo, que nombre ha dado a dos aldeas: Lago en esta orilla diestra, dominante por más alta, y la de Carucedo, en la siniestra, al nivel del lago; aun quedaría por saber si antes el lago o la aldea.

De las Médulas nada que no se haya dicho de este conocido yacimiento áureo a cielo abierto donde había que demoler la montaña excavando túneles horizontales y verticales en los que se introducía el agua a presión desde la altura de un embalsamiento provocando el derribo, lo que se conocía por ruina montium, técnica que los romanos aprendieron acaso de los pueblos que iban conquistando, porque era ésta, la habilidad para aprender de los pueblos sometidos a los que respetaban en sus costumbres con ese margen de libertad para no provocar rebeliones lo que el emperador Antonino Caracalla entendió para conceder la ciudadanía romana a todos los habitantes del Imperio.

Las Médulas, esa explotación minera áurea, se dice que la más grande de la romanidad en la Península, formadas en el Mioceno, patrimonio de la Humanidad, es o parecen una desmesura de explotación de una minería y pasma que en sus labores con empleo de mano de obra ingente, de entre 5.000, no figurasen esclavos, entre otras cosas porque no consta de las inscripciones halladas y de la época, siglo II, en la que ya pacificada Hispania, la mano de obra esclava o no existía o fue manumitida con anterioridad. Lo que sí se practicaba era la redención tributaria por mano de obra, por deudas, y lo que más primaba eran los mineros asalariados. Así que hemos de desechar toda exageración sobre gente esclavizada laborando de sol a sol, como era costumbre. Cesada la minera actividad hubo intentos de reactivación en distintos siglos, aunque sin éxito alguno. Hoy la explotación es turística y lucrativa para los pueblos circundantes sobre todo el de Las Médulas al pie del costado norte del yacimiento, con beneficio inmediato para la hostelería con una amplísima oferta.

Las Médulas bien vale una visita, sobre todo por el otoño poco antes de la caída de las hojas de unos castaños que pueblan casi en exclusiva toda la cárcava de la ingente minería, con algún abedul como relicto arbóreo.

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