Tras la marcha de los militares en 1985, los terrenos fueron revertidos a sus propietarios, y las edificaciones, fruto de innumerables hurtos han sembrado todo de un amasijo de hierros y cemento al capricho del azar

De cuando Ourense albergaba un grupo de 'guerrilleros'

Al igual que el resto de edificaciones, la residencia de los mandos presenta una visión ale  górica de lo que fue el cuartel. (Foto: JOSÉ PAZ)
Hoy se dibuja en él un horizonte extraño, como en el de aquellos territorios que han vivido una guerra y han sido arrasados. Todo se ha venido abajo. Lo que fueron edificaciones militares salpicadas en una extensa amplitud de terreno en lo alto del Cumial, justo al límite entre los concellos de Ourense y San Cibrao, son ahora un cúmulo de amasijos de planchadas y hierro distorsionadas como si fuesen elementos líquidos, escombros dispersos fuera de toda lógica, de podredumbre y también materia de un extenso grafiti sobre el que algunos de nuestros ilustres del spray han dejado su huella.
'Se lo han llevado todo, lo más valioso, las tejas; las tejas es un elemento muy valorado en este país', comenta, con ironía, José García Calvo, 'Willy', veterano teniente que durante cinco años estuvo al frente de una de las secciones de la compañía de guerrilleros ?Operaciones Especiales nº 81-, y que, en su día, si no llegó a ser capitán -sí se presentó- fue porque los superiores buscaban para el destacamento 'un mando más solícito, y a mí me veían muy rojo'.


EL MILITAR GUERRILLERO

'Willy' se 'jubiló' a los 48 años como comandante en la Delegación de Defensa. Hoy, con 67 años, mantiene un físico de privilegio y en el fondo de su memoria aún conserva intactos los recuerdos, que al revivir en singular paseo junto a lo que fue su lugar de trabajo, uno percibe, a veces, cómo el sentimiento apremia.

Los terrenos del cuartel del Cumial fueron expropiados, acabada la guerra -1940-, por el franquismo para albergar edificaciones militares. En funcionamiento hasta 1985, a principios de los noventa fueron revertidos a sus anteriores propietarios; una importante parcela de terreno fue vendida por parte de Defensa a la Diputación con la finalidad de ejecutar en ella unas instalaciones deportivas que nunca prosperaron. Con la reorganización del Ejército ?anquilosado y obsoleto- primero desapareció el cuartel del Cumial, en 1985, dos años después, el propio Regimiento Zamora 8, en San Francisco, del que dependía. Con ellos, la ciudad perdió no sólo las tropas, también unos recursos regulares que se notaban muy mucho en el comercio local: 'Estamos hablando de alrededor de un millar de personas que hacían vida en Ourense'.

Difícil imaginar viendo todas estas ruinas pulverizadas en el tiempo que el Cumial pudiera haber sido un día campo de adiestramiento militar, y de los duros; hablamos de una unidad irregular en misiones especiales, con una muy concreta, la de ejecutar los golpes de mando: 'Nosotros éramos los guerrilleros, el enemigo a batir', en su boca las palabras resuenan distantes; aún emplea apelativos y una particular jerga, propia del lenguaje castrense que fluye porque lo ha vivido, pero también deja entrever -se le nota- que algunas significaciones semejan arqueologismos verbales.

Con la mili obligatoria derogada -principios del 2000- muchas de estas historias parecen antiguallas, salvo sus protagonistas. Para muchos ourensanos el Cumial significó un espacio temporal integrado en un cuerpo de élite 'de buenos tiradores', donde el trabajo físico era determinante; el cuerpo de los 'guerrilleros' era similar a los paracaidistas. A los soldados se les seleccionaba en los centros de reclutamiento por su físico. Por allí pasaron artistas como Ramón Conde, Alexandro o Vidal Souto. Para otros, para los soldados de reemplazo del Regimiento, que les encomendaban la vigilancia del recinto, posiblemente no fuera más que un tiempo ingrato de espera.

La entrada al otrora acuartelamiento, por el este, es hoy un talud de terreno que nos impide el paso, alguno de los propietarios, para evitar que se extienda más el particular vertedero industrial de algunas de las zonas, o los expolios -poco queda en pie- han pensado que lo mejor era cerrar la puerta. La garita que nos recibe es todo maleza, el monumento donde se posicionaba la bandera, un elemento ausente. El anteriormente cuidado seto, recortado paralelo a las calles, son arbustos de cuatro metros en una suerte de fantasmal escenario, que no desacompasa con el de los pabellones, unificados el de la tropa de vigilancia y 'guerrilleros', separados en la distancia, del de mandos; los tres están pulverizados contra el suelo, en pura ruina. A uno le cuesta adivinar el significado de semejante encuentro, difícil pensar que todo aquello lo ha provocado la mano del hombre arramplando con todo tipo de material de construcción, y no una excavadora.

Lo más sorprendente, la piscina, que apenas se le dio uso, se construyó un año antes de la marcha, y de la que uno tiene la sensación de que si se llenara de agua aún estaría hábil para el baño; lo más singular, los restos de un cine, aquí sí que ya no hay imaginación que valga apoyo externo, lo único que queda en pie es un paralelepípedo de cemento a modo de minarete que nos contempla. 'A los militares les importaba un pito el cine'. No sé si era el cine lo que no le interesaba a la tropa, o era el cine de arte y ensayo que él, como integrante del Cineclub Padre Feijóo, deseaba compartir con ellos. El caso es que no sólo había una amplia edificación para las proyecciones sino que también contaban con un proyector de 35 mm para ver las películas de Bergman.

Hay edificaciones que ni el propio militar es capaz de identificar. Encontramos una, frente a la de los dormitorios de la tropa, con dos amplios portalones y sendos grupos de escalera de bajada que no hay manera. Acaba por llamar a 'Arturito', otro veterano compañero al que, tras compartir la nueva del recuerdo como quien comparte un tesoro, aclara la duda. Se trata de un viejo almacén lleno de útiles para ensillar los caballos y utensilios y para atender las granjas. Se ve que él por allí poco transitaba, sin embargo, la aclaración le lleva a recordar que estaba todo aquello lleno de 'objetos hermosos'.


VIVO O MUERTO

La granja y los cerdos eran el verdadero desvelo de los mandos, el coronel les pasaba revista con más atención que al desfile de la victoria, y así lo menta con sorna. Con los cerdos se alimentaba a la tropa, y una vez al año, los mandos tenían derecho a uno, vivo o muerto. Muchos se lo llevaban vivo, y lo mataban en casa.

El polvorín, uno de los sitios que más imponían, 'y eso que eran militares', aún conserva -al estar bajo tierra- una estructura reconocible; el campo de tiro, 'donde disparaba todo el regimiento, aprovechando nuestras acampadas en el monte'; la pista de aplicaciones militares, en lo alto del monte, donde cada mañana nada más levantarse corrían al frescor del día las tropas, allí les esperaban duros aparatos donde emplearse a fondo; algunos de aquellos elementos aún se identifican.

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