REPORTAJE

Cuando tus ojos son los del mejor amigo del hombre

Reportaje al invidente Julio Masid
photo_camera Reportaje al invidente Julio Masid

La ceguera no ha sido impedimento para que Julio Masid lleve una vida normalizada, con sentido de orientación y gran autonomía, se desenvuelve gracias a un perro, Xamba, fiel escudero, el que le lleva a cualquier parte

A los 28 años a Julio Masid le diagnosticaron retinitis pigmentaria, el mundo se le vino abajo. Aun así, ciego del todo, para poder jubilarse -al ser autónomo y no haber reconocimientos médicos previos- trabajaría 5 años más con la ayuda de un asistente. “Cuando me diagnosticaron la enfermedad, pensé que iba a ser un mueble más, yo no sabía las cosas que podía hacer siendo ciego”, Cuenta que superó las circunstancias “gracias a la familia”. Así consiguió salir de casa -Barcelona- y reaprender a vivir, en compañía de otros que como él hacían de la oscuridad y las sombras una realidad inmediata. No fue fácil, pero viéndolo ahora, tampoco imposible. No es que haya hecho de la necesidad virtud, que también, pero a pesar de no percibir un destello de claridad, su sentido de la orientación y autonomía lo han llevado a tener una vida de lo más normalizada, dentro y fuera de casa. “Porque esté ciego sé que muchas cosas no las voy a poder hacer; no voy a poder conducir (antes lo hacía), pero muchas otras, sí”. Por atreverse lo hace hasta con la pesca, donde dice que es un verdadero crack; también cocina, se afeita y se ducha solo todos los días y hasta baila.


Le pregunto por la edad, como quien traza una línea inocente en la curiosidad: "Yo de la edad y del dinero no hablo", responde, como quien quiere poner diques en el terreno. Por los datos aportados sería fácil calcular los años, no es el caso. Por suerte para él, tampoco parece llevar una vida de estrecheces. Con periodos en Tenerife sur, “donde tengo un apartamento, y hago también vida independiente, y de soltero", dice mirando a Roberto, amigo jubilado, con el que comparte destino, “él hace vida de casado, yo de soltero”.


Julio no se casó, “porque no quería ser un estorbo”. ¿Amistades hoy? “Tengo amigos, y amigas, tú ponlo así”, uno obedece. Me imagino la manera de enfocar la vida, hoy bien distinta a la de aquel joven al que el horizonte se le cercenó de repente; entonces tenía novia, “bien guapa”, me cuenta, mientras despliega de paso una picardía verbal con Gisela, la camarera que nos atiende en el café, lo más parecido a los antiguos juegos florales.

Afiladores y quincalleiros


Julio nació en Moreda de Aller, cerca de Mieres, una próspera zona de la minería asturiana, donde su padre de niño se había trasladado. Éste, originario de Nogueira, de Santiago de Zorelle, al igual que su madre, se inició en el oficio de quincalleiro, reaprendido, seguro, de alguien de la zona: “Vendía mecheros, pipas, cuchillas de afeitar, navajas”. Después montaría una especie de supermercado: “Allí se vendía de todo; después un negocio de telas al por mayor, y una fábrica de confección de sábanas; los negocios siempre fueron bien”, dice. A Ourense, se trasladaría más tarde, con su hermano y una cuñada, con los que convive. Con ellos viviría su padre, muerto hace dos años, con 95, “como un cañón hasta el final”. Del acento asturiano, a pesar de las décadas transcurridas, no se le ha retirado un ápice, con el empleo -casi contagioso- de palabras, verbos, usos sintácticos, que te invitan, al menos a mí, a dudar de dónde te encuentras.


Julio me espera a la puerta del portal, puntual; luego vamos al sótano, allí está Xamba: “Te va a ladrar seguro", dice antes de entrar. Y así es, enseguida se calma. El perro tiene 10 años. "Ya está viejita", me cuenta. Es el segundo; antes su lugar lo ocupó Upa, de la misma especie, más altivo y hermoso, “todo el mundo decía que era como Rex”, el perro policía de la serie. Los perros guía, a los invidentes que cumplen los requisitos, la ONCE se los entrega tras haber sido adiestrados durante un año en la FOPG de Madrid, donde trabajan con ellos a partir de un año: “Ésta me llegó con tan sólo 4 meses de adiestramiento, venía muy mal -cuenta-, pero como yo tenía la experiencia de la otra, nos fuimos haciendo”. Aun así no pudo evitar los sustos, como cuando una mañana en la Avenida de Portugal acabó en el fondo de una zanja: el perro, aun con el arnés que le permite saber hacia dónde se dirige el cánido, en vez de esquivar los escombros y saltar la acera, pasó por encima de ellos. Y no fue la primera vez; por suerte, aquello pasó, y tras ocho años, ambos están muy hechos el uno al otro.
En Ourense hay cos invidentes más con perros guía, en Carballiño y Verín, y aunque los gastos de adiestramento, el propio coste del animal, arneses y demás corren por parte de la organización, el afiliado debe afrontar a partir de ahí todos los gastos por su cuenta: “No son pocos, entre piensos, veterinarios, elementos de desparasitado y más; el gasto mensual de un perro tipo supera los 200 euros”. Cada afiliado debe cumplimentar una cartilla y mandar copia cuando se le requiere. De no tener todo en orden, se le puede retirar el animal.


“Mucha gente se cree que si tienes un perro de estos le dices llévame al Jardín y ya está; primero tienes que guiarlo tú hasta allí”, explica. La orientación de la persona es fundamental, el perro es el sustituto del bastón con el que el invidente va dimensionando el espacio, pero mucho más preciso, quien le marca la dirección y los obstáculos a salvar, pero tiene que tener una capacidad previa de orientación para saber a dónde quieres llegar. “Son perros listos, sobre todo los pastores alemanes, pero quien les dirige eres tú”. Antes de entregar el cánido, quienes lo adiestran “te quitan el bastón para ver cómo te orientas”. Estos perros están “vaciados”, capados, para evitar que en épocas de celo, el invidente no acabe esnafrado contra el primer poste.


“Retinitis pigmentaria”, me responde al preguntar de nuevo por su enfermedad, “dicen ahora que con las células madre... yo ya no pienso en eso”. A Julio en la despedida se le ve feliz y autónomo, lo más alejado de un mueble. n

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