Deambulando

Entorno do Castelo de Canderrei

La aldea, de escasos vecinos, también se llama O Castelo, conocido por Canderrei, del que uno se resiste a creer que un castillo en su cima…todo lo más una torre, y más abajo, acaso el cinturón de muralla.
photo_camera La aldea, de escasos vecinos, también se llama O Castelo, conocido por Canderrei, del que uno se resiste a creer que un castillo en su cima…todo lo más una torre, y más abajo, acaso el cinturón de muralla.

De caminata por el entorno de entre los ayuntamientos de Trasmiras-Cualedro, a la que en alguna canción se atribuía como pueblo de las desgracias, transitarás por un mar de carballeiras. La mayor parte, por su densidad y consecuente competencia, de poco porte. Inmensos robledales que cubren los itinerarios por alguno de cuyos tramos discurre uno de los caminos a Santiago, el de Chaves-Verín, que va a parecer algo así como que todos los caminos confluyen a Roma, tal como se relataba en la descripción que de las calzadas imperiales se hacía con el itinerario de Antonino, publicado en tiempos del emperador Antonino Pío, conocido por Caracalla, por las famosas termas por él fundadas en la romana urbe.

Saliendo de Viladorrei, de la que alguno diría que nin vila nin do rei, en un ejercicio de frivolidad se supone, desandamos como un trayecto del camino portugués que penetra desde Chaves y se va a Ourense donde converge con otro, el sanabrés-ourensán, que tanto llena la boca de los políticos llamándole Vía de la Plata. Al final habrá que apandar con lo que no es, por repetición constante de la mentira que acaba por instalarse; el sanabrés-ourensán parte de la Vía de la Plata en la zamorana Granja de Moreruela. Pero no iba por ese derrotero sino que, desandando el camino, nos topamos con un molino, dicho do Cuco, de los no vistos por acá, de tres aberturas que recibían las aguas del regato llamado do Caneiro en un canal en rampa que se amplía en no menos de ocho metros de ancho de rocosos sillares.

Pasamos bajo la ruidosa autovía que no es santo de la devoción de un caminante, aunque uso de ella haga por rapidez y economía, subimos inmersos en un bosque de robles en los que la densidad de las ramas no dejan penetrar los solares rayos, ¿qué será cuando las hojas cubran el ramaje? Íbamos en más subes que bajas, pistas alfombradas de césped por su escaso tránsito, valados de piedra flanqueados por carballos, cuando al encuentro de dos vecinos do Castelo, una de nuestras metas. Fabriciano, que a romano suena, era uno de ellos, que Paco el otro; coinciden ambos en que una manada de cinco lobos, por ellos vista, ha mermados las poblaciones del jabalí, antaño devastador de sus prados; parecería como que admiten al salvaje cánido como reductor de poblaciones del salvaje suido porque no se pronunciaron en contra de un lobo, que perfecto hábitat por la densidad del matorral allí tiene. Una excepción, me parece, en este medio rural, que mal no se hable del cánido salvaje, cuando nos encaminábamos hacia Cualedro, por pista, pero sin penetrar en ella seducidos por su oriental valle, en parte de quemados robles, que parecen recuperados y de unos abedules que ya no tanto resistieron a las llamas. La llegada a O Castelo, al que el castillo dio nombre, que algunos denominan de Viladorrei cuando Canderrei se nombra y en sus orígenes Kanderei; fue en el momento en el que en un documento su primer señor lo dona al abad de Celanova. De regia pertenencia estos castillos fronteros que tanto proliferaron en esta movible raya, de tenencia de nobles u obispos, alejados algunos unas cuantas millas del fronterizo linde. Castillo que otros gemelos tienen en el inmediato valle de Monterrei, como el mismo y principal así dicho, el de Cabreiroá o Capraria o el próximo de Vilaza, o el de Lobarzana, un cinturón de defensa o de avance de las fronteras tan indefinidas en aquellos tiempos, que por el siglo XII y posteriores, inmersos en intermitentes conflictos con nuestros vecinos.

El Castelo, ese conglomerado de bolos, batolitos asentados, como acumulados los unos sobre los otros, si no fuera por la base documental y el rebaje en las rocas para asentar las murallas, difícil sería creer en la existencia de una fortaleza, que acaso arriba el torreón o torre del homenaje y el cinturón castellano por donde hoy el muro de la capilla dos Remedios. Subir a la cima que se remata por un desusado vértice geodésico supone trepar por angosto sendero entre zarzas y retamas, de cierta atención para no dar un traspiés. La panorámica sobre gran parte de la alta Limia es total, y lo sería hacia el sur el valle de Monterrei, si no se interpusiesen As Estivadas.

Dejamos, luego de permanencia de muchos minutos esta atalaya, de la que referencia constructiva la mentada capilla, restaurada poco ha, para bajar por la amenidad de una herbosa pista que te coloca en una más hermosa corredoira rodeada de la densidad de robles, que le dan mágico aspecto.

Ya se olía el cocido galaico en el que por experto pasa la casa César donde los diligentes rectores atienden a comensales. Otra casa enfrente, el Calahorra, se sospecharía que así porque su dueño de por allí, denota que este pueblo, que se ubica en las estribaciones de las norteñas Estivadas, tiene su imán como lugar de referencia. Aunque sin disparar cohetes, acaso porque aquello siempre lleno, nos aplicamos a saborear chorizo de cebolla, de carne, repollo blanco, garbanzos, limianas patatas; lacón y cachucha un tanto duras; por lo demás, bien abundantes y de atención. Ignoro si aquellos carreteros y arrieros, camino o de vuelta de Castilla, se aplicarían con la diligencia que nosotros empleamos, pero es de suponer que más, porque nosotros viajeros placenteros de escasa quincena de kilómetros y ellos, a veces, hasta de más de 50; documentos fechados en el siglo XIII hablan de 80, que por increíble distancia, ni de veraniego sol a sol da.

Te puede interesar