DEAMBULANDO

Entre escaladores y parientes

Hay una afición por la escalada que han propiciado estos rocódromos. Y la pregunta surge: ¿no es un deporte peligroso? Sí y hay otros que  son tanto o más

Encontrarse con dos escaladores que vienen de dar unas lecciones en el rocódromo del Pabellón con tanta ilusión como la de media docena de alumnos que con ellos venían. Hay una afición por la escalada que han propiciado estos rocódromos. Y la pregunta surge: ¿no es un deporte peligroso? Sí y hay otros que  son tanto o más; todo está en los límites de la propia capacidad; cuando uno va más allá, los riesgos se multiplican. La escalada asistida de todo un material minimiza los riesgos, y si no que se lo digan a uno de estos escaladores Ernesto Fdez, el Negro, al que se le soltó un afijación, pero aguantaron las otras cuando escalaba el Naranjo de Bulnes, llamado allá el Urriellu, y fue rescatado por un helicóptero sufriendo solo magulladuras; no podría decirse lo mismo de Nacho de las Heras, del que pocos percances, y menos ahora, más volcado en la espeleología. Se les nota como imbuidos de un entusiasmo de adolescentes.

Dos ex compañeros laborales cuando doy con ellos están arreglando el país, despotricando contra ese pacto que dicen contra natura entre Sánchez e Iglesias y loando a los políticos de antaño, a los que supongo harían también caer de un burro, cuando el poder ejercían. Este es el posicionamiento que adoptan todos los que están contra lo actual loando ogaño a los que antaño denostaban. Los dejé arreglando el país a su modo. No tenemos remedio, pensaba mientras me alejaba. Dándose la razón mutuamente, creo que aun seguirían despotricando contra lo divino, agotado lo humano. Mejor emplearían su tiempo como ingenieros videntes de obras; a falta de grúas urbanas, disponen de obra pública en la que refocilarse,  como la de la estación Empalme o la de San Francisco.

Después de este inopinado encuentro me voy de funeral: se ha muerto un pariente no tan lejano, Aurelio García, de una familia que ha visto la falta de cuatro miembros, en no muy dilatado espacio de tiempo: José Luís, Manolo  y Eduardo. Aurelio era ese capitán de la marina mercante que en la jubilación te lo encontrabas callejeando en este reducido mundo para quien por otros tan dilatados cuando navegaba por esos océanos sin que ningún puerto de los conocidos le fuese ajeno. Contaba sus muchas vivencias, si se lo solicitabas, con esa gracia que solo los ingeniosos poseen. Yo reconozco que gustaba de sus breves narraciones a las que estimulaba con reiteradas preguntas. Su marcha me deja un tanto huérfano de esos mundos añorados que tan familiares para él. Navegará por el espacio interestelar quien tan bien lo hizo por el oceánico.

Ya que de óbitos va la cosa, en otro velatorio me hallo de otros pariente de la materna vía, cuando el antes nombrado Aurelio, de la paterna. Estamos velando a Berta Barril, la madre de Jorge Gómez Barril, ex concejal de deportes, el primer árbitro de fútbol de Primera  División, de Ourense; su hermano José Luis, ex colega laboral, capaz hoy de trocar sus viñedos de Ferreiros por olivares en esas suaves laderas que se caen al rio por  Barra de Miño, y su otro hermano Roberto,  venido de Barcelona como sus primas Regina y Conchita, que trataron, por también primas, a Joan Barril , eximio escritor y periodista renombrado, columnista que fue de El País.

Esto de los tanatorios o velatorios, lo primero de Tanatos, el dios de la muerte, y lo de velatorios creo que porque se vela al difunto, aunque más celebración de encuentro con los que apenas ves, en esa antesala de murmullos y no pocas risotadas de las que los pasillos, testigos. Es que no se puede reprimir la alegría del encuentro donde proclives a las muestras de amistad. Hay quienes en estos espacios aprovechan para dar no uno si no a veces hasta tres pésames. Es tal la asepsia del lugar que parecieras estar en un hospital si no vieras que el negro aun hoy prevalece. Morirse hoy cuesta un pastón que ronda los 5.000 Euros, más que cuando se portaba al difunto en carrozas tiradas por enjaezados caballos, y sin que se sepa cómo nos despluman por una caja, un cadáver arreglado o trajeado, un traslado, una estancia, acaso una esquela. Es éste un negocio de esos fijos en los que la clientela nunca falta por aquello de nada hay más cierto que todos hemos de morir. Tengo una factura y no acabo de digerir el precio, pero en el dolor se traga  hasta lo absurdo. 

Nuestras vidas son los ríos que van a la mar que es el morir…, como decía Jorge Manrique, pero los ríos son vida, tienen  su sonido particular en el decurso de sus aguas, se hinchan inesperados y también  nos amenazan desde arriba, como el Sil en diciembre de 1959 con los ingenieros Julián Trincado, presidente de las sociedad Saltos del Sil; Alejandro del Campo, ingeniero proyectista, y otro ingeniero implicado en su construcción, Julián García Roselló, y otro que no estuvo por accidente de auto cuando acudía a la presa, el ingeniero director  José Luis Lobera. Todos vivieron aquellos días de angustia allí mismo haciendo acopio de sus conocimientos para evitar un posible derrumbe del muro de Santo Estevo, y nosotros abajo, por indecisión gubernamental ignorantes, sin plan de evacuación alguno, esperando a ser engullidos como los 145 de Ribadelago ese mismo año.

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