Desde su trabajo en La Región dejó constancia para la historia de los hechos más relevantes que se produjeron en la provincia

Fallece Enrique Reza, el fotógrafo que inmortalizó el Ourense del siglo XX

Enrique Reza, con  una de sus antiguas cámaras, en 1996.
El fotógrafo Enrique Reza Castro falleció ayer en su casa de Ourense, a los 80 años de edad. Deja tras de sí una dilatada trayectoria profesional en La Región, que le valió muchos reconocimientos, entre ellos el premio Carracedo que, justamente, valoró su aportación a la fotografía y a Ourense.
Nació en Moreiras en 1932 y desde muy pequeño tuvo afición por la fotografía, aunque no sería hasta llegar a Africa para cumplir el servicio militar cuando profundizó en esa vocación. A la vuelta comenzó a trabajar de fotógrafo en La Región. Su objetivo dejó retratada la actualidad de la vida ourensana y las gentes que en ella se movieron a lo largo de cuatro décadas, convertido en gran profesional, lo que le hizo un personaje muy popular. Quienes tuvieron la dicha ce conocerle y tratarle saben, sin embargo, que su verdadera virtud residía más allá de la profesionalidad, cierta, en la humanidad y bondad que conformaban su personalidad.
Quienes tuvimos el placer de compartir con Enrique tantas horas y cuitas, asumimos pronto la imposibilidad de superarle en calidad humana y en humildad. Jefes, compañeros, colegas y discípulos se descubrieron sin ambages, ante aquella bonhomía que obligaba a quererle y respetarle, sin apenas resquicio para colocarle un reproche.
Sus condiciones personales fueron claves en su trabajo. Hay fotografías en la historia de Ourense que existen porque Reza las hizo; es decir, más de una vez, de diez y de cien mandó posar junta a gente que no lo haría ni pagándole, y sin embargo, cumplía el deseo del reconocido fótografo. Es díficil encontrar en los medios de comunicación una figura tan querida como la suya. Verle con la cámara al hombro en los grandes acontecimientos deportivos del campo de O Couto, en Os Remedios o en el Paco Paz, despertaba una nube de simpatía entre los retratados.
En sus archivos -queda viva la deuda de recuperarlos y ordenarlos-, están todos los grandes sucesos, las tragedias o actos de postín, pero también lo banal e intrascendente, que todo eso era la vida, junto con las personalidades más señaladas de la segunda mitad del siglo pasado en Ourense, de Franco en adelante. Precisamente, tal vez fuese la política quien mejor le retrató, a través del respeto que le dispensaron quienes se dedicaron a ella, de la derecha más recalcitrante a la izquierda más radical.
El óbito es el punto y final, aunque hacía años que se había dado de baja en esta vida, empujado por ese mal puñetero que es el alzheimer. La enfermedad siempre es injusta, pero para Enrique fue una puñalada trapera, pues le noqueó justo cuando más saboreaba la luna de miel permanente con Olga Cabaleiro, su Olguita, compañera del alma, tras la jubilación de ella. San Agustín entendía que la verdadera medida del amor era amar con desmedida, y él lo cumplió a rajatabla y fue correspondido en igual medida, aunque el tiempo se les hiciese corto. Tal vez fuese mejor así, pues vivir ausente de los asuntos mundanos le evitó el insufrible trago de ver cómo la enfermedad hizo presa en su amada hasta llevársela para siempre.

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