En los 3.881 hogares unipersonales con inquilinos de 65 o más años, ocho de cada 10 son mujeres

Al final, solas

Herminia Januario.  (Foto: Miguel Angel)
La última encuesta sobre las condiciones de vida de las familias publicada este año otorgaba a la provincia la media gallega más alta de hogares con un único morador 25,6%, con un apabullante porcentaje de personas de más de 65 años (18,9%). Esta realidad se hace especialmente complicada en la ciudad, con una red social menos desarrollada. Pero en donde, según los trabajadores sociales, aún prenden rescoldos de solidaridad vecinal en edificios con inquilinos que se conocen desde hace medio siglo.
Cerca de 4.000 personas de 65 o más años, de las 22.282 empadronadas (año 2007), viven solas en la ciudad, en una proporción de tres mujeres por cada varón. Precisamente, el perfil del residente de esos hogares unipersonales tiene de forma abrumadora sexo femenino. Muchas de ellas, viudas que, mientras mantengan la autonomía, prefieren permanecer en su domicilio. En su propio hábitat hallan seguridad y tranquilidad. ‘Si a los mayores los sacas del entorno conocido, donde están cómodos, se desorientan, se desestabilizan e incluso los cambios favorecen sentimientos de tristeza ‘, comenta Natalia Belmonte, la responsable de Ayuda a Domicilio y Respiro Familiar de la Cruz Roja de Ourense. Esta trabajadora social, acostumbrada a intervenciones con la tercera edad, es contundente: ‘Hay personas, con patologías físicas, que fallecen al poco tiempo tras ingresarlas’.

Hay hombres nacidos antes de mediados de siglo XX que viven solos (22%) pero se adaptan peor por su supeditación doméstica, fruto de una educación de puertas para fuera. ‘En las siguientes generaciones no habrá esas diferencias tan acusadas, pero hoy tenemos el reflejo de mujeres independientes y hombres dentro dentro del hogar’, matiza la educadora social Rosa María Gómez.

Recetas contra la soledad

La elevada densidad demográfica de una ciudad pequeña como Ourense (1.267 habitantes por kilómetro cuadrado), que a priori podría ser una buena receta contra el aislamiento, resulta engañosa. La brasileña Herminia Januario Vázquez, está a punto de cumplir 79 años. En su memoria hay una fecha; un punto de inflexión vital. El 16 de septiembre de 2001, cuando perdió ‘o meu pai, a miña nai, o meu amante’, en alusión a su esposo. Entonces comenzaron los ataques de ansiedad, la lacerante depresión y un paulatino encierro, en sí misma y en su vivienda de O Couto, rodeada de recuerdos, incluidos los tangibles (hay fotos de su marido por toda la casa). Reconoce que incluso ha llegado a pasar tres o cuatro días sin hablar con nadie. ‘A soedade é moi dura e máis si eres tímida como eu’, dice. Cuando habla de esos episodios de soledad enjuga las lágrimas: ‘En inverno cerro a persiana cedo para non ver a oscuridade’. Pero ha aprendido a sortear el tiempo saliendo a la iglesia, haciendo manualidades en casa o limpiándola. En efecto, el suelo brilla tanto que no es la primera vez que le dicen que se podría comer encima.

Elvira Calviño Rodríguez (99 años) prefiere la televisión para matar horas, ya que no sale de casa. Sus caminatas son por los pasillos de casa y toma contacto con el exterior en el balcón. Aun que su familia está muy pendiente de ella (la visitan a diario), vive sola en su propio piso de A Rabaza desde hace 10 años en un edificio en el que residen dos hermanas, también mayores. ‘En tu propia casa siempre haces lo que quieres, tienes una autoridad’, dice sonriente.

Glorias Iglesias Fernández, vecina de Mende, es hoy una persona renovada en ilusiones pese a vivir sola en una acogedora casa de planta baja. No siempre fue así. Un buen día, hace ya 13 años, sin aviso previo, se quedó viuda. El duelo le duró tres años, el luto cinco más. Su mundo, en el que no había hijos, se derrumbó, aunque el tiempo y los vecinos le ayudaron a firmar un armisticio con la pena. Desde hace cinco años llegó Luna a su casa, una rechoncha perra a la que contagió su apego por los demás, porque Gloria ya es la persona dinámica y sociable de siempre.

Mascotas y vecinos En efecto, las mascotas, según asegura Belmonte, ayudan a mitigar los sentimientos de soledad. ‘Los animales domésticos -añade- resultan muy terapéuticos porque contribuyen a rebajar tensiones, crean conexiones y obligan a sus propietarios a salir de casa’.

Pero sin lugar a dudas una de las mejores medicinas contra la soledad es el acompañamiento personal, muchas veces brindado por los vecinos cuando falta un sustento familiar y una red social. En Ourense, según las trabajadoras sociales, la solidaridad vecinal aún se resiste a desaparecer tal como ocurre en otras impersonales urbes.

A Teresa González Vázquez la visita casi diaria de Sergia, la tendera de toda la vida, en la Carretera de A Granxa, le proporciona dos horas casi diarias de tertulia hasta entrada la una de la madrugada. Con ella, charla, juega a las cartas y muchos días es la única compañía que recibe esta mujer soltera de 86 años. ‘Teño amigas pero están vellas como eu e non poden subir o meu piso porque non hai ascensor’, dice. No sale al exterior por sí sola porque, tal como bromea, se le han dormido los huesos de tanto fregar suelos de rodillas en la posguerra.

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