deambulando

El gran delirio y sus otros adláteres

Un libro de investigación que remata con una bibliografía abundante, y con el testimonio de aquellos que vivieron el nazismo

Título de un libro de investigación de muchos años del historiador y periodista Norman Olher que anduvo por los archivos de Alemania, Estados Unidos y lo que pudo de Rusia. Un libro que se remata con una bibliografía abundante, y en el testimonio de aquellos que vivieron el nazismo. Resulta que uno, que anda embarcado en algún verano con un libro, cayó este en mis manos, como “Fariña” el año pasado, y aunque dé cierta información de lo que fue aquel horror nunca sospecharía que estaba basado en las drogas administradas para aumentar el rendimiento en el campo de batalla, si no como se explican estas bliztkreig o guerras relámpago que fueron Polonia en el 39, Francia y Países Bajos en el 40 y aun la invasión de Rusia en el 41, con unos soldados que se mantenían vigilantes y combativos 48 horas. 

Polonia fue un visto y no visto. Francia fue un avance incontenible con los blindados de Guderian y de Rommel, el primero experto en caballería blindada con sus tanques, y el segundo, de la infantería pero que partidarios eran de la sorpresa y la guerra fulminante para quebrar la moral del enemigo. Hitler quiso dirigir la invasión de Francia pero sus generales iban por delante y no obedecían unas órdenes que ya quedaban obsoletas. La Wermatch o ejército alemán incontenible, se sabe por el uso de metanfetaminas (cristal metha) para mantener la vigilia y la moral de las tropas, aunque después de empastillarse con el fármaco pervitina quedaban exhaustas.

Mientras el gobierno nazi remprendía una lucha contra las drogas se administraban éstas sobre todo el ejército, la impoluta marina y el arma aérea. Solo así se explican los éxitos iniciales de aquella barbarie en la que el máximo dirigente también las tomaba para mantenerse en pie en las grandes vigilias, recetados los fármacos por su médico personal, el doctor Morell, lo que le produjo un deterioro progresivo, un permanente temblor de las extremidades, en fin, un pelele que aún confiaba en su criminal delirio en su armas secretas, que fueron otro fiasco. Al fin sucumbió, por su propia mano, y con él su criminal delirio. De otro hubo que esperar que la vejez lo fuese minando hasta acabar entre las blancas sábanas de un hospital, entubado hasta el paroxismo.

En fin, no solo la demencia criminal se puede sustentar, ni aun con la persistencia si no se la dota de agentes estimulantes. Y el pueblo alemán en la guerra tuvo que recurrir a estas sustancias para mantener la moral que la propaganda nazi de Goebels lanzaba sin descanso.

Bienvenidos estos documentados libros que nos enseñan mucho de aquella historia de la expansión de un imperio criminal que pretendía durar mil años y que fue de poco más de una década, que tuvo émulos periféricos cuales Mussolini en Italia, Franco en España, Petain en Francia, que aunque no cometiese atroces crímenes consintió que en su parte de la Francia colaboracionista se nutriesen los trenes de la muerte con todo judío que encontraban la Gestapo y la Gendarmería para enviar su cargamento a los campos de exterminio.

Unos crímenes que nunca deben ser olvidados para que no se repitan como esa orgía de sangre desencadenada en nuestra guerra civil donde las hordas falangistas dirigidas desde los gobiernos civiles, las llamadas escuadras negras, hacían las sacas de monasterios y prisiones, los generalotes fusilaban a destajo y todo muy rentable porque el asesinato conllevaba la confiscación de bienes de la que beneficiarios todos los represores y aun los consentidores y los que bendecían todos estos crímenes, que en zonas “pacificadas” todavía aumentaban su crueldad. Los asesinos anduvieron de rositas entre nosotros con cargos y nombre y si no sus consentidores y colaboradores necesarios. Cuenta aquello la historiografía y me lo trae a la memoria hace unos días el presidente del que Foro Peinador, Xosé González, en unas columnas en este diario el pasado sábado, quien sufrió tortura en sus propias carnes. Eso de que hay que olvidar es una patraña que siempre viene de donde todos sabemos, de los herederos de aquellos infames a los que la historia va condenando a medida que se desentierran los matados anónimos.

Aquellos fantasmas de correajes guerreras, boina roja, lustrosas botas de montar inspiraban miedo y más cuando veían al jefe, como pío, pasear bajo palio. Esta iglesia Católica que llegó hasta a bendecir los cañones, como el cardenal Segura en tierras levantinas con la fórmula: “Benditos sean estos cañones si de la sangre que de ellos mana brota el Evangelio” o algo parecido que en mis tiempos parisinos leía en la editorial Ruedo Ibérico, creo que en aquel libro que se titulaba “Morir en Madrid”.

Vivimos mucho tiempo en la ignorancia, en la colonización mental; solamente faltaba que nos drogasen con la pervitina pero una más eficaz droga emplearon: la colonización de las mentes con una propaganda desde la escuela que alcanzaría su cenit en los famosos 25 años de paz, una farsa de aquel nacionalcatolicismo, una especie de nacionalsocialismo nazi, solo que éste sin apoyo eclesial y el llamado franquismo con todas las bulas.

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