Es ejemplo de emigrante afortunado. Se asentó hace 60 años en Nueva York, fue dueño de El Faro, santo y seña de la comida española en USA. Escuchándole aún hoy, no extrañan los éxitos empresariales de su carrera.

Haciendo arte desde los fogones

Es paradigma del éxito empresarial en la emigración, que es como decir triunfo doble, o triple, si hablamos de que hizo carrera en una ciudad, Nueva York, y en un país, Estados Unidos, de habla no hispana, al que llegó sin saber inglés.
El suyo es un ejemplo de superación, pues su historia tampoco encaja en los estándares de emigración por necesidad, sino influido por su mujer, que nació en West Virginia y vino a Celanova a los seis o siete años. Hasta entonces, José se había ganado la vida como agente comercial de una empresa ferretera vasca, con la que visitó 'todos los pueblos de España con más de 10.000 habitantes' y también como 'contable de una empresa de ataúdes en Celanova'. Quiere decirse que era hombre de mundo para defenderse sin irse fuera.

Nació en Celanova y aprendió a leer con don Manuel Gago, 'buen profesor, pero que mandaba a los chavales por cañas para luego atizarles con ellas'. Estudió contabilidad y fue agente comercial. Se crió en medio de vino, pues sus padres eran cosecheros, que tuvieron el Palacio del Vino. Por eso dice que 'nací haciendo vino' y lo bebe 'desde los ocho años'. Aún hoy defiende su consumo moderado y lo saborea. Su forma de mirar y tratar la copa delatan a un experto, que incluso canta a su chófer en NY la conocida estrofa de la música popular vasca ('el que no beba vino es un animal / o no vale un real'). Ríe cuando lo cuenta, pero dice que el chófer se desternilla al esucharlo.

Así que se casó y el matrimonio se fue a Nueva York. Nacieron dos hijos y una hija, que le dieron siete nietos -dos de ellos le hicieron bisabuelo ya seis veces- y allí se asentó para el resto de su vida, aunque desde hace muchos años pasa los veranos en su casa de Celanova.

Comenzó de lavaplatos en el Bar Granados, pero como 'tenía una recomendación del cónsul español, su aspiración era trabajar en la legación diplomática. La profesora con la que aprendía inglés le quitó esa idea de la cabeza. 'Me dijo que como camarero, un día podría comprar el restaurante; como empleado de la diplomacia, nunca podría comprar un consulado'.

El caso es que a los dos años compró, con un socio, el establecimiento en el que era barman. Luego se harían con El Faro, restaurante emblemático, que llegó a tener tres estrellas -la máxima categoría- del prestigioso ranking establecido por el New York Times. Todavía fue propietario de El Faro 72 y O Lar, en los que llegó a tener contratadas a 80 personas.

El Faro fue su santo y seña. Por él pasaron gran parte de los grandes de la vida social, cultural, económica y política de Nueva York, así como muchos de los ilustres que llegaban a la ciudad. De James Baldwin a Edward Koch -cuando era todopoderoso alcalde-, o de Brando a Nat King Cole, además de cuantos han sido algo en España y han estado más de un día en la ciudad de los rascacielos. Aunque en El Faro comían muchos prebostes, quienes daban vidilla y carácter al local era la gente de la bohemia. El éxito fue tal que 'había que esperar hasta dos horas para comer', eso sí 'sin excepciones', de forma que ser famoso o importante era marchamo inútil para el atajo.

José era administrador y relaciones públicas, en tanto que su socio se ocupaba de los fogones. Fueron un buen tándem, que incluso idearon un sistema para no discutir por la gestión. 'Decidimos llevar la responsabilidad del negocio en días alternos. Yo tenía todos los poderes los lunes; él los martes, y así sucesivamente'. 'Así logramos trabajar sin discusiones ni diferencias'.

José recuerda ufano cómo en un local con capacidad para 40 comensales llegaron a servir 300 menús en una sesión. Ganó numerosos galardones y distinciones, entre ellas la de 'mejor promotor de la comida española en Nueva York'.

Afable, cariñoso y rodeado del afecto de los suyos, Pérez Montes hace memoria sentado en la terraza de su espléndida casa celanovense, para contar que con el éxito comercial y económico se metió a comprar casas y locales y en ese momento su socio y él decidieron pasar el testigo a la segunda generación. Pero el recuerdo permanece. 'El Faro -dice- fue una universidad de hostelería para los que trabajaron en él, pues al salir de allí triunfaron en la profesión'.

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