Tribuna

Huellas de identidad

Tomás María Mosquera, político carballiñés, fue el encargado de firmar el proyecto de ley de la abolición de la esclavitud de la isla de Puerto Rico

No es una novedad señalar que parte de la historia de nuestras localidades permanece viva, bajo la denominación de sus plazas o de sus calles. Siempre fue algo habitual en el ser humano recordar a sus figuras más ilustres a través de este tipo de homenaje. De alguna manera, se mantenía viva la conciencia colectiva de la comunidad. Pero tampoco es una falacia, afirmar que, luego, sus nombres quedan relegados, sin más, a ser testigos de piedra de nuestras idas y venidas. Por eso, cuando analizamos las huellas de alguno de ellos, rotulados en una plaza, en una calle, o en ambos lugares a la vez, como sucede con Tomás María Mosquera, al instante, brota la auténtica razón de su existir…

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Tomás María Mosquera, político decimonónico ourensano.

Este político nacido a finales del Trienio Liberal en San Ciprián de Castrelo, una parroquia de Cea, dentro del distrito de O Carballiño, firma la víspera de Nochebuena de 1872 el proyecto de ley de la abolición de la esclavitud de la isla de Puerto Rico. Lo presenta en la sesión de 24 de diciembre para su deliberación en las Cortes. Podría tratarse de un acontecimiento más, muy importante, eso sí, entre los múltiples hechos que engrandecen la historia. Ahora bien, que se presente en unas fechas tan señaladas es más que posible que responda a un interés político y, también, a una motivación personal.

A pesar de que uno de los líderes de su partido radical, Martos, quiso arrogarse en parte el mérito del proyecto, lo cierto es que aquel carballiñés, ministro de Ultramar, fue el artífice de restablecer uno de los derechos más inalienables de las personas, como es el de la libertad. ¿Y en qué mejor momento que en Nochebuena? Quizás, fuese una casualidad. Pero… tampoco sería un dislate pensar que la decisión de llevar, precisamente, en ese día el proyecto a la Cámara no tuviese nada que ver con su formación, con su pasado seminarista. Es verdad que cualquier día era bueno para abolir cuanto antes la esclavitud. Sin ir más lejos, Rusia ya hacía más de una década que había abolido, incluso, el régimen de servidumbre. No obstante, la Nochebuena, sin duda, para un exseminarista, queramos o no, siempre tiene una connotación especial. Es el día idóneo para poner rumbo a una nueva vida.

Tomás María Mosquera y García, después de pasar por el Seminario de Ourense, cursa jurisprudencia en Santiago y, luego, se licencia en Derecho en Salamanca. No le resultó nada fácil dar el salto a la escena pública nacional. En su travesía tuvo que lidiar con auténticos “miuras” de la política. Paracaidistas o cuneros, como Seijas Lozano, hombre fuerte del partido de Narváez, se presentaban con frecuencia por el distrito de O Carballiño y, una vez tras otra, lo vencen en las elecciones. Sólo cuando el escenario electoral se vuelve favorable al partido radical, obtiene acta de diputado en la Cámara Constituyente de 1869. 

A partir de ese instante, en el Sexenio Revolucionario, su trayectoria política, aunque pueda parecer corta, sin ninguna duda, es intensa. En la última etapa del reinado de Amadeo de Saboya entra en el Gabinete de Ruíz Zorrilla y el presidente le confía la cartera de Ultramar. Allí se encuentra con el desafío de sacar adelante el proyecto de abolición de la esclavitud. Las circunstancias socioeconómicas le sugieren afrontar el reto, primero, en Puerto Rico.

La existencia de un menor número de esclavos que en Cuba, la escasa actividad agraria que, en realidad, era el sector que agrupaba la mayor parte de la mano de obra en cautiverio, o la mayor predisposición por parte de los propietarios a acatar la ley, hacía albergar esperanzas de que el abolicionismo prosperase en ese país. Si después, estos argumentos, además, se revisten con el ajuar de las indemnizaciones que recibirían los propietarios por esta “mercancía humana”, tanto del Estado como del gobierno insular portorriqueño, todo hacía presagiar que no habría fisuras en la ley que veía la luz en plena I República.

A la postre, aquel proyecto primigenio, presentado por el político carballiñés, es el que nutre la normativa que al final destierra la lacra de la esclavitud en América. Por eso es incuestionable que, previamente a que Serrano, en 1874, le confiase la cartera de Fomento, y, por supuesto, antes de que sus paisanos le dedicasen una plaza en Ourense (la "do Ferro") o una céntrica calle en O Carballiño, su legado ya había quedado, para siempre, gravado en el paseo de la fama de los políticos inmortales.

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