REPORTAJE

Huerto ecológico y comunal

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photo_camera Mar Sabater, Paula González y Neus Canadell observar los cultivos que se desarrollan en la huerta comunal.

Mar Sabater y Neus Canadell hablan con la misma soltura de riegos de  exudación o de la llegada de una planta llamada consuelda a la Ribeira Sacra que de los remedios que utilizaban las abuelas contra las plagas. 

Ninguna tiene acento gallego, pero la impronta del amor por la fértil tierra de la Ribeira Sacra las hace más gallegas que a nadie. Son dos de las dos impulsoras de la que ellas la llaman “horta comunal de boas prácticas do Colado do Vento”. Es un huerto experimental en la aldea de Arxeriz (Sober), en el que trabajan más de una decena de voluntarios de tierras lucenses y ourensanas, y que quieren convertir en ejemplo de huerta ecológica para enseñar a otros a plantar las suyas.

Ceo que necesitamos un alpendre, que cuando trabajamos por la mañana aquí no se aguanta el calor”, sentencia Mar Sabater contemplando la pared de ladrillo visto de la casa que cierra la huerta comunal de O Colado do Vento. En medio minuto, ella y Neus Canadell tienen una lista de lo que necesitan: uralita, una carretilla, sillas para poder descansar del trabajo en la huerta… Y, ya de paso, culeiros, una carretilla, regaderas, un invernadero pequeño… Pero prefieren que todo, absolutamente todo, sea reciclado. Cosas que ya no sean útiles para otras personas, pero sí para ellas.

Este espíritu de colaboración se respira con fuerza en el pequeño terreno de la aldea de Arxeriz, donde la asociación O Colado do Vento creó hace alrededor de tres años su huerta ecológica comunal. Todo, absolutamente todo, se hace siguiendo los principios inamovibles de la agricultura ecológica, que son muchos más que no usar productos químicos, explica Sabater: “Hay varios puntos fundamentales, y evidentemente uno es no usar químicos, sino remedios naturales. Pero igual de importante es no dar jamás la vuelta a la tierra y cubrirla en cuanto se levanta (para evitar el efecto desertización, es decir, que muera lo que está vivo en ella), y hacer un buen compost”.

Para quien nunca ha estado en una huerta ecológica es una sorpresa encontrar en medio de los bancales especies que no son comestibles, como claveles japoneses o consuelda, una planta que parece milagrosa. Sabater explica que es la única que tiene B12 y que los ejércitos romanos sobrevivieron gracias a ella, aplicándola en compresas sobre sus heridas, dado su enorme poder regenerativo.

Un sacerdote de la Ribeira Sacra la trajo a estas tierras desde un templo budista de Japón, y así se ha ido repartiendo por esta y otras huertas de la zona. Con esas plantas aparentemente ajenas a una huerta es como se lucha contra las plagas. También usan las ortigas, la mejor base para un buen compost, en el que también se utiliza consuelda. Otra de las plantas que hay entre los bancales ahuyenta a los topos, y la albahaca mantiene la zona baja en insectos. “No es nada milagroso, son los trucos que usaban nuestras abuelas y bisabuelas”, recuerda Neus Canadell. Más callada que las dos sabias, Paula Verao, epicentro de O Colado do Vento, asiente. Ella es una de las personas más jóvenes que trabaja esta huerta, y, como el resto, está aprendiendo remedios ancestrales que perdieron la batalla frente a los productos químicos.

Mar Sabater los detesta: “Las plantas se hacen resistentes a ellos, pero no a los remedios naturales”, sentencia. Así se explica que, con muchísima menor inversión económica, una huerta ecológica dé piezas con un valor nutricional un 30% superior al de la huerta “normal”. Lamenta que todo ese valor cultural de la huerta gallega tradicional se haya ido perdiendo: “En Galicia costó introducir los químicos, pero ahora está costando lo mismo volver al cultivo tradicional: aquí teníamos en el siglo XVIII la mejor agricultura de Europa, totalmente holística”. Y ellas quieren recuperarla.

No son soñadoras: “Nuestro huerto tiene menos plagas que los otros”, aseguran. Atribuyen al desconocimiento que sus vecinos escojan cuidar sus huertas con pesticidas antes que recuperar las “recetas” de sus antepasados.

Pero en O Colado do Vento están empeñados en que ese pasado, mucho más saludable, se vuelva presente. En la huerta comunal trabaja un núcleo duro de una decena de personas, pero hay otras volantes, que completan hasta una veintena. Trabajan un día a la semana, normalmente los sábados, y aunque la mayoría viven en la Ribeira Sacra, llega gente “hasta desde A Coruña y A Rúa”, comentan.

Su nuevo reto es conseguir expandir este modelo de huerta ecológica al resto de la Ribeira Sacra. “Queremos que la gente venga y aprenda, para que este modelo se imponga”, explican. El sueño de estas mujeres va muy lejos: “Nos gustaría que los productos de huerta de la Ribeira Sacra, cultivados de esta manera, llegasen a ser una marca de calidad, una D.O.”. Por eso están convirtiendo la huerta en un campo experimental. La próxima temporada habrá bancales de permacultura, y mientras explican que en este tipo de cultivo la tierra del bancal jamás se toca ni se mueve, repiten que quieren personas que vayan a aprender con ellas. Para hacerlo basta escribir a [email protected].

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