OURENSE DE AYER

La lectura popular de aquellos años

Si empezamos por la infantil, tenemos que decir que en los comics de aquellas generaciones de los 50-60 no se leían palabras o frases malsonantes...

Si empezamos por la infantil, tenemos que decir que en los comics de aquellas generaciones de los 50-60 no se leían palabras o frases malsonantes. Como mucho, figuraban como tacos “córcholis, cáspita, caracoles, resopla, mamporro, rediez”… que definían exclamaciones de admiración, contrariedad o sorpresa por algo, por parte de alguno de los protagonistas de la historieta en acciones determinadas.

Por supuesto que a las “chicas o señoras” en los tebeos, las dibujaban castamente vestidas y sin marcar demasiado las curvas de pecho o caderas. Había que iniciar a los niños despertándoles la afición por leer la trama del cómic, pero ojo, nada más. También es cierto que la mayoría de las series de “chistes” de aquel mercado eran destinadas al consumo infantil, que luego aún se prolongaba en bastante recorrido de la adolescencia. Os acordaréis de los cuentos del “TBO”, “Pulgarcito”, “Mortadelo y Filemón”, “El Capitán Trueno”, “Jaimito”, “Zipi y Zape”, etc. A estos sucedían, cuando se iba entrando en edad del pavo, las aventuras de “Jack el Negro”, “Roberto Alcázar y Pedrín”, “El Guerrero del Antifaz”, etc. Eso ya era más serio. Las niñas, sin embargo, disponían de menor variedad de comics. Pero se acordarán de “Los amigos de Cristina” o “Esther y su mundo”. Creo que había algunos más.

En Ourense existía un punto referente en el entretenimiento literario de juventud. Este era “La Viuda”; librería en la cual las estanterías estaban repletas de chistes y novelas, porque era lo que gustaba y se demandaba, lo que se leía, teniendo en cuenta de que cada uno tenía sus preferencias por un tipo de historias y protagonistas. Se valoraban los últimos títulos expuestos semanales en la librería. Quienes no recuerden aquel mundillo es que no han pasado por niños. Luego se empezaba a leer novelas. Y estas narraciones de filosofía no demasiado profunda, en aquellos libritos de bolsillo edición en rústica, estaban clasificadas en diversos temas: vaqueros, de M.L. Estefanía; policíacas y terror, de Alan Poe, para chicos, y novela rosa, de Corín Tellado o Isabel Saluela, para el género femenino. Estos autores, y alguno más que no recuerdo, tenían invadido el mercado de consumidores de la lectura fácil y barata, que era la que nos gustaba a la mayor parte de la juventud de aquella generación ourensana (y muchos otros no tan jóvenes) en los muchos ratos de ocio. Las historietas dramáticas o folletinescas que nos proponían con diversidad de títulos nos comían el coco. Había chicos que eran verdaderos expertos, y tan pronto llevaban un tercio de la “obra” leída ya se imaginaban el final. Yo no era capaz de eso y me llamaba mucho la atención.



Intercambios

Luego, una vez leídas, las novelas se cambiaban a otros rapaces por otras, en similar estado de conservación y temática; eso era indispensable. Como la mayor parte de la juventud en nuestra ciudad nos conocíamos, no había problema de entendimiento para el canje. Además existían kioscos “especializados” habituales para tal menester: en la Alameda, en el Jardín del Posío, y en el parque de San Lázaro. Costaba el cambio cincuenta céntimos, cuando el precio de una nueva era dos pesetas. Los tebeos eran más baratos; merecía la pena. Me acuerdo que había chicos que disponían de más “pasta” y se jactaban de poseer “valiosas colecciones” de sus autores preferidos, nuevas del “trinque”.

Había así mismo un peculiar mercadillo de cambio directo, que era el que se hacía en Padre Feijóo, en frente de La Viuda los domingos por la mañana, al que también se recurría para el intercambio de cromos de futbolistas o cualquier otro tipo de colecciones que en ese momento podrían estar de moda. Recuerdo las de “Emblemas heráldicos” que eran unos cartoncillos con forma de escudo del tamaño de un sello, que se tenían que adquirir obligatoriamente como suplemento en la entrada de los cines y otros espectáculos, como contribución al Auxilio Social. Allí se trocaba todo, y además, se hacían amistades entre “colegas lectores”. Era habitual quedar con otros amiguetes el sábado, para “ir a cambiar” al día siguiente. Formaba parte de las cosas importantes que había que hacer el domingo por la mañana, puesto que todos teníamos el gusanillo metido en el cuerpo.

Las chicas se incorporaban un poco mas tarde que los hombres al consumo de novelas, pero luego eran igualmente devoradoras de los sensibles argumentos de Corín, que hacia en más de una ocasión suspirar o verter alguna lágrima de ternura sobre las páginas de la “desgarradora” historia de amor imaginada con exagerada ternura por la celebre autora.

Eran pasatiempos de la generalizada juventud, en años de limitadas aficiones de entretenimiento intelectual. Aquella lectura popular de novela barata no era muy instructiva, pero no dejaba de ser lectura.

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