Pasó lo que pasó | Marcharon, que tenían que marchar

Manuel Baltar estrechando la mano a Luis Menor tras la Xunta Directiva Provincial.
photo_camera Manuel Baltar estrechando la mano a Luis Menor tras la Xunta Directiva Provincial.
El periodista Antonio Nespereira analiza la actualidad de la semana desde su tribuna "Pasó lo que pasó"

Sin oposición  

Se celebraba una comida multitudinaria en el viejo cámping de Leiro un día cualquiera de 1990. En la mesa presidencial, entre otros, Victorino Núñez y José Luis Baltar. Se iba el primero de la Diputación hacia la presidencia del Parlamento de Galicia en el primer Gobierno de Manuel Fraga y el segundo, su lugarteniente, ocuparía la silla del primero. Era ese el motivo del ágape, una suerte de homenaje. A los postres Victorino Núñez contó que su carrera profesional había comenzado como secretario del Concello de Leiro y que, de joven, se cayera al río en las fiestas del pueblo. Una chica del lugar observó la escena y le preguntó qué le había pasado. Él, al quite, respondió: “Te lo cuento bailando”. Se casaron al cabo de un tiempo.

Baltar, también en el epílogo de la ingesta, confesó que sustituir a Victorino era muy difícil, que el listón había quedado muy alto, “pero eu como son baixiño pasarei por abaixo pero o listón sin pasar non ha quedar”. Y vaya si lo pasó. Iba su íntimo amigo por Lalín camino del Parlamento a tomar posesión y ya se había hecho fuerte en la Diputación y en toda la provincia. Lo que pasó en su etapa ya está hasta en la memoria colectiva. El 24 de enero del 2012 dejó el cargo y por una muy ourensana práctica política, acabó sentándose en su puesto su hijo José Manuel, que de camino hacia construir su propia marca perdió el José. Ambos dirigieron el PP y la Diputación, y la Diputación y el PP, en un mestizaje también muy ourensano. Les llovieron a ambos chuzos de punta desde los partidos de la oposición. Fueron asimilados al caciquismo y a ellos culparon de todos los males de esta tierra desde la última glaciación. Impertérritos, aguantaron el chorreo, que llegó a asuntos personales muy vidriosos, como los que aireó Jácome antes de profesar la fe baltariana como el más ortodoxo de los conversos.

Manuel Baltar llegó también hace nada a la estación destino y Luis Menor le despedirá en el andén de camino a sabe Dios dónde. Tiene que ser frustrante para todos los partidos lanzarle toda clase de armamento porque los Baltar fueron caza mayor y resulta que ambos se fueron cuando quisieron, pudieron o le dijeron. Pero no por el fuego de la oposición.  No traspasaron el listón, ni por encima ni por abajo, como el patriarca hizo con Victorino. Se quedó la oposición calada hasta los huesos por caer al río que se llevó los supuestos escándalos. Sola, sin bailar siquiera.

Ya hay pactos     

Es muy dudosa la creencia de que cada vez es más difícil encontrar consensos entre los políticos de signo antagónico. No está todo perdido, sino esperen unos días. Están empezando su andadura las corporaciones municipales y lo primero que hacen es constituir órganos de gobierno y acto seguido fijar los sueldos de liberados y asesores. Se barrunta el primer acuerdo de barra de bar: cuántos somos y a cómo tocamos. Llenado el buche de gobierno y oposición, se pacta y se vota. El alcalde Jácome quiere más, ya anda por los 75.000 euros. En tiempos sería un escándalo, hoy es la recompensa del trabajo bien hecho. Y como tal será retribuido y aprobado.

El pulpo

Es que todo ha subido un montón, de ahí que nuestros representantes se protejan de los rigores del IPC actualizando la nómina. Ya quedamos a este lado todos los demás ahorrando para la tapa de pulpo, que amenaza con subir. Con el churrasco y la carne ó caldeiro debería de ser declarado Patrimonio de la Humanidad, una vez que resolvamos lo de la Ribeira Sacra. Mientras, no vendría mal un Centro de Interpretación del Cefalópodo para ir abriendo boca.

La mascarilla

El Gobierno nos liberó de las ataduras de la mascarilla en los pocos sitios en los que todavía era obligatorio. Se vendió como una victoria, que lo es, sobre el virus y las pésimas consecuencias que ocasionó en todo el mundo. Tres años después, la sanidad aún arrastra achaques, pese a que prometimos preservar al sistema y dignificar a sus profesionales. En eso deben trabajar los gestores porque lo de la mascarilla es ya una anécdota, aunque se venda como un logro. Los deberes sanitarios ya son otros. Muchos y muy urgentes.

El portafotos

Alberto Núñez Feijóo.
Alberto Núñez Feijóo.

Feijoo quiere ser presidente del Gobierno y creyó que para tomar impulso lo mejor es retroceder a la infancia. Como el Ulises que vuelve a Ítaca. Por eso se fue a Os Peares, su lugar de nacimiento e infancia breve. Se colocó delante del estanco de su abuela Eladia. Cerca, la vieja tienda del Alparagatero, al otro lado del puente sobre la desembocadura del Sil, el bar de Gumersindo, el taller mecánico de Milucho, la tienda de Ester y el comercio de la señora Concepción. Había parada del Auto Industrial y del Freire que venía de las ferias de Ferreira o Monforte. Oficina del Banco Pastor, las bodegas Tres Ríos, el consultorio del médico Randulfe, el bazar de los Quintela, la tienda del Catalán, el horno del Rivelo, la farmacia, tres carnicerías, el cine de la parroquia, el colegio de Casdavil, el cuartel de la Guardia Civil, oficina de Telefónica... La estación de ferrocarril, bulliciosa. Más de 150 familias viviendo en el poblado de Fenosa con colegio, capilla, casino, economato, la residencia de peritos y los chalés de los ingenieros. Sil arriba, otras familias en los cercanos embalses de San Pedro o Santo Estevo por donde anduvo Saturnino, su padre. Hoy eso está tras la niebla de la memoria. Feijoo volvió a Os Peares para reinvidicar el rural. Difícil tarea, Alberto. Tu abuela Eladia y los olvidados te desean suerte.

Al poner la lupa

Cosas de pandillas de los años sesenta

Parece aquella cita de las pandillas de los años 60 que se reunían por las Fiestas del Corpus y que ya dejó de celebrarse, no se sabe si diezmada por las ausencias o por el cansancio de contar cada año las mismas anécdotas. El manto de la añoranza tapa las noches de la pegada de carteles porque los que siguen yendo son casi siempre los mismos desde hace décadas, cada vez más mayores. Alguno/a pegó un cartel con su efigie pidiendo el voto allá por la primera comunión y a golpe de brochazo de photoshop aguanta y va a por cuatro años más en el escaño. La imagen plural de cada parroquiano arropando a los suyos en la parte de abajo del parque de San Lázaro es la viva imagen de la nostalgia y el anacronismo. Nadie está esperando por la liturgia de la cola, el caldero y la escoba, consagrada en la Transición y que a nadie interesa ya. Más por obligación que por devoción varias decenas de militantes se dieron cita. Es gente que asume que si hay que ir se va.

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