Tribuna | En el Puente, la procesión va por dentro

Antonio Alvarez lleva más de treinta años acudiendo con uvas de Alongos para adornar a Santiago.
photo_camera Antonio Alvarez lleva más de treinta años acudiendo con uvas de Alongos para adornar a Santiago.
Los mayores, los clásicos, los que nacimos aquí, tenemos prisa por volver a las fiestas tradicionales

Perdona. Una cosa son “Las Fiestas del Puente” y otra, “las Fiestas de Santiago”. Es decir, las nuestras, las que esperábamos los pontinos que hoy tenemos… bastantes años. Fiestas que se nos fueron quedando atrás. Porque se fueron modernizando, poniéndose al día de acuerdo con los tiempos que iban llegando. Fiestas que arrancaban con “el folión no Pino” del día 24 y que seguían con un 25 en el que despertabas a “bombazo” limpio, ibas a la Procesión y luego a la solemne misa de 12. Las primeras que conocimos “los mayores del lugar” fueron las misas de don Germán y luego las de don Jesús. Pero antes siempre, siempre, la procesión. Con estandartes, Santa Ana y no faltaba el Santiago. El que iba a caballo y el otro Santiago que vino después.

MEMORIA

Pero el tiempo ha pasado deprisa. Cada año, más rápido. Podíamos pensar en hacernos mayores, muy mayores. Pero nunca pensamos que podíamos llegar a conocer esta época del covid, que nos ha dejado sin fiestas el año pasado y en éste ha pasado lo mismo. Y sabe Dios hasta cuándo. Los mayores, los clásicos, los que nacimos aquí, tenemos prisa por volver a las fiestas tradicionales. Ya no serán posiblemente las que arrancaban de víspera con las verbenas, que al día siguiente, el día grande tenían la procesión y la misa solemne, la recepción en La Troya, la “comerota con los invitados” , la romería campestre en el campo de Santiago y la verbena en las calles pontinas. Con una carrera ciclista por la tarde. Y otra jornada festiva el 26, el día de Santa Ana, para liquidar en casa todo lo que había sobrado el día anterior en comida, merienda y cena, y bailar de nuevo tranquilos. Solos. En familia.

DICHOSO COVID

Bajaban su ímpeto las tales fiestas en los últimos años y tenía que aparecer José Manuel Cabaleiro a organizarlas deprisa y corriendo a última hora. Podíamos pensar en qué había que hacer para recuperarlas, para actualizarlas, ponerlas al día, pero no podíamos pensar en que iba a llegar el tal covid. Que echaba abajo aquellas jornadas bailables que tanto molestaban a Monseñor Temiño, pero también se cargaba la Procesión. Y por eso en su homilía ayer el sucesor de don Germán y don Jesús, ahora simplemente llamado, en confianza, Paco, tenía que admitir que “la procesión iba por dentro”. Era la que lamentábamos, la que no podíamos tener, la que añorábamos. Tan mal iba la cosa, y por segundo año consecutivo, que teníamos que conformarnos con la misa. Y echándole valor, teníamos que, en lugar de abarrotar la Iglesia, colocarnos en los bancos “uno o dos”. Y en lugar de reunir a cientos de fieles, conformarnos con ser, como ayer, 120, exactamente contados. Pero le echamos coraje, y al final cantábamos el himno de Santiago y luego el de Galicia. Y aplaudíamos casi felices. Y esa era toda nuestra fiesta.

LAS UVAS

Y el “Santiago Peregrino” desde luego se sentía feliz. Y Toño Alvarez, el que en sus años mozos tenía “transportes Chato” y que lleva por lo menos treinta años en tal día como ayer trayendo sus uvas ya a punto de la cosecha de cada año en Alongos, para que las luciera el Santo allí estaba de nuevo. Para que quede claro que la vida sigue y que llegará el día que el tal Covid se irá con su estúpida música a otra parte; y los pontinos de la nueva ola y los clásicos, los más mayores, los que aún quedamos, los que de niños corríamos “a las varillas” y a disparar petardos; los que después crecimos bailamos sin parar mientras hubiera música, los que aplaudíamos a los ganadores de la carrera ciclista, y los que ahora quisiéramos que nuestros nietos tuvieran “festas como aquelas”, volviéramos a tener fiestas de las de antes. Las del Puente.

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