CRÓNICA

Ribadelago, la presa que no resistió

9 de enero de 1959, la presa de Vega de Tera revienta. Tras de sí una inmensa ola de barro y rocas que arrasa un pueblo, Ribadelago, en Sanabria. Son 144 los muertos. A María y Camilo, de Amoeiro, esta historia les tocó bien cerca.

Ninguno de los dos estaban en Ribadelago aquella gélida noche del 59, a veces el destino guarda estos quiebros. Sí sus recuerdos y parte de sus seres queridos.

A María Fernández (75 años), y Camilo Fernández (69 años), hermanos y vecinos -hoy- de A Bergueira (Amoeiro) su progenitor -Alejo- los llevó de muy niños a Ribadelago, donde éste trabajó de cantero durante seis años en la construcción del salto de Moncabril. María se casaría allí, con Baltasar García, vianés -ya fallecido- que trabajaba de electricista en la empresa. Ellos estrenarían la iglesia el día de su boda, reparada por la hidroeléctrica. Les casaría -ella, 16 años- el mismo cura, Plácido Esteban González, que minutos después de la medianoche, desde lo que quedó del campanario,  repicaría sin cesar para alertar a sus parroquianos que algo muy grave acababa de suceder. Seis meses antes, Camilo y su padre cogieron otro rumbo, oficialmente la presa estaba rematada. María, embarazada, aguardaba por suerte en Viana, lugar de procedencia de su marido, para dar a luz. Éste, Baltasar y su cuñado Modesto, guardia civil, reciben el regalo envenenado de la presa.

Un monstruo inerte

Desde el aire la presa de Vega de Tera es hoy un escalofrío roto, un boquete intacto de 140 metros de largo y cascotes de mampostería y hormigón esparcidos como material ingrávido. La presa, una de las varias construidas en la zona, nunca se remató, y sus restos figuran a modo de infausto recuerdo. Dicen que el origen del colapso estuvo entre el segmento 19 y 21, fruto de una negligente cimentación. “Os canteiros, como traballaban por metros, cando non vían ao xefe corrían e corrían, botaban unha capa de masa e fora, pero se cadra quedaba medio metro sen masa”, argumenta Camilo. Falta de unión, laminados entre capas, grietas. La versión de la rotura por parte de las autoridades fue atribuida en un primer momento a las continuadas lluvias, a causas desconocidas, incluso se habló de un terremoto.

Desde el embalse de Vega de Tera a Ribadelago hay 8 kilómetros de distancia y 600 metros de desnivel, en una garganta natural hasta el llano. En 14 minutos Ribadelago quedaría arrasado, solo se salvarían las construcciones más altas. Una ola de 9 metros de agua, rocas, árboles y enseres encontrados al paso se demolieron con la fragilidad de una construcción de naipes. La zona era atrasada, incluso para los nuestros. “A xente andaba descalza e levaban os zocos na man”, pero tampoco eran receptivos a la presa. Para evitar contrariedades se construyó un cuartel de la Guardia Civil. Modesto, el cuñado guardia de María, aquella noche tuvo suerte. El agua le elevó hasta el techo, después bajaría. “O meu marido librouse porque fora botar a partida onde o Fidel”, comenta María a Camilo, tratando de aunar recuerdos. Todo el agua derramada llegaría hasta el Lago de Sanabria donde ésta revocaría causando más daño. “Varias das casas nas que viviamos quedaron en pé, estaban máis altas, da que tivemos xunto a igrexa non lle quedaron nin os cementos”. Es duro recordar, incluso con la distancia de por medio. Sobre las viejas fotos los hermanos repasan cada una de esas viviendas, para reubicar los pensamientos y las emociones. Muchos vecinos se encaramaron a lo alto de los árboles, de las rocas, incluso en el campanario de la iglesia, que fue lo que de ella quedaría. Carretas, animales, casas, “Ata o autocar do Autorex”, quedarían a merced de las aguas. Del medio millar de vecinos, 144 perecieron, 14 familias enteras. En una noche de frío zamorano, la avenida del agua arrasó con el tendido eléctrico y la oscuridad ya fue total. “Sálvate tú, deja a los demas”, le diría un cabo a Modesto. “Mentres se poida hai que axudar”. “Ao meu cuñado só lle morrerían os animais” que, igual que la mayoría de las casas, tenía en la planta baja.

El régimen pagaría 95.000 pesetas por hombre fallecido, 80.000 por mujer, 25.000 por niño.Tan sólo se recuperarían 28 cadáveres.

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