El seminarista que cuida abejas en Ourense

Primero está Dios, y después, las abejas. Carlos Barreira tiene 21 años y el maravilloso sobrenombre de “el seminarista apicultor” entre sus compañeros de vocación en Ourense. Los domingos por la tarde conduce hasta su pueblo natal, Terroso, en Vilardevós, para cuidar de sus veinte colmenas. “La abeja es un animal lleno de simbología. Lo que más me fascina de ellas es su organización, cómo trabajan y esa inteligencia que muestran pese a no ser racionales”, confiesa uno de los 13 jóvenes que estudian en la Diócesis de Ourense para ser ordenados sacerdotes. El amor por su apiario empezó en el confinamiento, cuando su vecino Vicente, que ya falleció, le insistió en lo mágico de cuidar abejas. “Era un hombre muy bueno, encantador, y le enseñaba a los niños del pueblo a buscar a la reina porque es difícil encontrarla entre tantas; las demás la tapan cuando se abre la colmena”, explica. Vicente fue quien le regaló su primera colmena en el año 2020. “Me dijo: Voy a prepararte una colmena y así aprendes. Me causó tanta curiosidad que decidí tener más y ahora disfruto mucho cuidándolas”, reconoce este veinteañero, que estudia Teología en el Seminario Mayor Divino Maestro, en la ciudad. Tras esa primera colmena de descubrimiento, compró algunas más y fue atrayendo enjambres con cera. Un año después, un anciano del pueblo que ya no podía atender sus colmenas se las vendió regaladas. “Estaban en mal estado, pero las arreglé y las tengo en una finca de mis padres porque deben estar alejadas de la población y de las casas”, asegura. El horario del seminario, donde estudia desde hace tres años, es intensivo, así que atiende a las abejas cuando puede, semanalmente o cada quince días. “No soy un gran apicultor; hay que gente que sabe técnicas curiosísimas. En invierno, puedes alimentarlas con agua y azúcar, aunque hay quien dice que se mantienen con la propia reserva del enjambre”, afirma Carlos, que aprovecha las horas libres que tiene el domingo, tras la labor pastoral, para acercarse a Terroso, la aldea de sus padres. Miel muy oscura y dulcísima El premio a su dedicación y curiosidad, además de verlas trabajar y moverse, son unos setenta kilos anuales de miel dulcísima y muy oscura, debido a los robles y brezos que crecen en Vilardevós. “Se hace una cosecha de miel cada año y la usamos para consumir en casa”, dice este hijo único que descubrió su vocación poco a poco. “Surgió de adolescente, sobre todo cuando me formaba para la confirmación, pero fue creciendo con el tiempo”, recuerda Carlos, que, de niño, soñaba con ser capitán de barco o Guardia Civil del Seprona, porque le encanta el campo. “Los estudios son importantes, pero hay que tener madurez y vocación para ser ordenado sacerdote”, señala este joven, que aunque tiene clara su prioridad, formarse para ser cura, cree que es bueno tener entretenimientos como sus abejas o la música del órgano. “Si en un futuro tengo una labor pastoral que me ocupa mucho, primero serán las cosas de Dios”, promete el seminarista apicultor.