O Tangaraño en Coba de Lobo

En torno al occidente urbano se alzan Cabeza de Vaca (no supongo el nombre que derive del famoso explorador, famélico errabundo por el costero sur de Estados Unidos y luego gobernador del Rio de la Plata), Piñor, el valle del Miño. En los altos de Parada y Piñor se halla la antes ermita ahora templo, como de parroquia, de San Benito, que por acá de Coba de Lobo, que algo del nombre apropiado porque en su cercano vértice geodésico, años ha, vimos pasar de largo un lobo a un despreocupado trote sin que le importásemos demasiado. Coba de Lobo honra a su santo allá por el 11 de julio, pero más rituales se le hacían monte abajo en el enorme peñón granítico de O Tangaraño, que por esas fechas y hasta mediados del pasado siglo aún conservaba la tradición de las tres Marías, que elegidas por la madre del paralítico o tullido se pasaban de una a otra, por las aguas milagreiras de este estanque bajo la roca, hasta tres veces al niño con la exclamación de: “María, ahí che vai o tangaraño”. Testigo fui cuando esto sucedía en el gran penedo que se apoya en tres puntos y cuando por entonces en esta oquedad había una piscina de agua que se aportaba por un canalillo. Ahora está seco, y, hasta la tradición desparecida, a pesar de que al pie aún proliferen las retamas donde se dejaba abandonada la ropa del niño y se anudaba uno de estos arbustos. Si al año siguiente secaba, señal era de que el paralítico no curaba. Pero como raro que una retama, xesta, sucumba por esta lazada, se creía que los niños sanaban casi todos. Yo no vi una seca. La ruta, hoy bien señalizada con unos cuantos caminos que bajo el erbedal, madroñal, te lleva al gran penedo desde el cual espléndida vista de la ciudad. A propósito de la señalización, con esta fiebre del caminar apenas existe camino, sendeiro, vieiro, corredoira, verea que esté sin las clásicas señales blanqui-amarillas o blanqui-rojas o incluso blanqui-azules. No es que critique las señales, pero a veces en plena montaña agreden visualmente un tanto, sobre todo si impresas en señeras rocas. Ya fuera de señales nos encontramos tras los muros del pazo da Pereiriña, en As Airas, adquirido por la familia Carballo-Eire, con viñedo, grandes bosques y muros circundantes, en muchos tramos abatidos. Ya en contacto con la carretera, entrada en Moreiras donde uno de tanta vinculación, por visitas constantes, con un recuerdo para Reza, fotógrafo de este diario gran parte de su vida; para Luis Padrón, periodista de La Región, sobrino del cura Evaristo Vaamonde, el impulsor de la Veracruz de Carballiño; para Peixe, montador de circo y futbolista amateur, para los Rego, de esa familia de músicos de banda, y de uno, Manolo, que sin ser músico ocuparía en la ciudad cargos edilicios, carlista de pro, reconocido con placa por el municipio. Y prosiguiendo, el paso por la barroca iglesia de dos torres gemelas, cuando seguimos pista a traviesa hasta Mugares, de notable iglesia también, que por sus campanarios torreones, más fortaleza pareciere; aldea de las canteras de los Cortiñas y asiento en cercanías del difícilmente localizable Castelo de Louredo, el guardián de las entradas del Miño juntamente con el de Alba de Búbal, en tierras de Amoeiro, en la otra orilla. Al retorno, en el Campo de Roma, pasaje por la casa del munificente Mani Moretón, el fotógrafo de libros y de grandes colecciones de arte o monumentos; más adelante, la de Pepe Turzós, un nonagenario y elegante funcionario de Hacienda, que pasaba las vacaciones en la casa paterna de la carretera de Celanova con tienda de ultramarinos. Yendo hacia la cima de Coba de Lobo, antes de tomar el camino a la cima del santuario recordaba a Alberto Prego prestándole una ayuda a su amigo Xavier López que se estaba haciendo una casa, subidos ambos en el tejado de una obra que ya tomaba cuerpo. Ascender por el camino era como rememorar a “Pepito Serrano”, que no era tal sino así dicho por su elegante porte; un emigrado en Cuba ligado a la paterna casa donde alguna desinteresada ayuda prestaba y al que siempre encontrábamos en el mismo lugar año tras año, él trajeado, de corbata y finos, pero por demás impolutos zapatos, que nunca sabríamos cómo se las arreglaba para pisar por aquellos polvorientos y pedregosos caminos. Llegados a Coba de Lobo recuerdos por docenas del singular cura Don Florencio, aquel de tal carácter que se negaría a besar el mismísimo anillo episcopal por desidencias con el ordinario de la diócesis, en presencia de Otero Pedrayo, que creo testigo de ello fue. El párroco, cual un Savonarola, por su vehemencia en el púlpito, arengaba a los fieles en la misa para que depositasen su óbolo, y a fe que todos enardecidos por el cálido verbo del abate.