Tierras paciegas y fluviales por Os Chaos

Paseando, o eso quisiéramos hacer, a la vera del rio cuando arribados a Ponte Mandrás, de nuestro Camino sanabrés-ourensán, quedamos como detenidos al no poder transitar por entrambas márgenes de este Barbantiño, por acá pródigo en molinos, acequias, ingenios para la irrigación, amén de sus rumorosos rápidos, sus presas, sus molinos. Los antaño limpios senderos fluviales por los que transitar, ahora selvas de zarzales, nuestra silveiras, que por la acidez del terreno prosperan por doquier. A esto se une la desidia de algunos concellos que más dispuestos a innovar, creando nuevas rutas, que a conservar esas bellísimas sendas fluviales. Acaso habrán contrastado que por ahí ya no va la gente de paseo, por darles algún pretexto. Este rio Barbantiño, si en cambio,está operativo en sus senderos desde su desembocadura hasta a Ponte San Fiz, y de ahí para arriba todo lo ha invadido la llamada maleza, que yo prefiero llamarla vegetación, sin más. Así que esa prodigiosa ruta de Ponte Sobreira, pasando por Ponte Mandrás y Ponte San Fiz y más allá entre románicos puentes de gran fermosura, ya no es posible, cuando podría reabrirse con una simple brigada de desbrozadores. A ver cuánto dura la breve y recién abierta de Ponte Sobreira rio arriba. Frustrados, aunque motivados por el hermoso tramo del camino entre Rouzós y Ponte Mandrás, quedaríamos a las puertas mismas de lo que íbamos a recorrer, cuando la tomamos hacia el pazo da Martinga, el más ruinoso de cuantos se hallen, de buenos y restaurados en estos Chaos de Amoeiro, que por lo menos ahora permite, al despejarse de arbustos y árboles que los ahogaban, una visión total de la potencia de esa casa a la que ciñen fuertes muros. Nos dicen que esta limpieza promovida por el interés de descendientes de una pristina familia pacega, que lo tiene aún bajo su dominio, de la que resta, entre otros, la materna familia de una amiga, Alba Fernández, arquitecta y acertada diseñadora de láminas entre las que la de Florentino Cuevillas, y de esos alegóricos dibujos con que acompaña los textos dominicales de J. Noguerol, raiano de Arzádegos, esa aldea que se protege del oeste por el Mairos, que fue para escritor de muchas vivencias y de ellas partícipes nos hace. Más arriba, Cornoces y su iglesia desde donde se domina una amplia visión de las tierras más allá del Barbantiño, de un románico popular, de la que se cuenta que un rayo, de aquellas tormentas de novenario juniano de mediados de siglo, anduvo vagando por su interior y levantó en su salida algunas tumbas que circundan el templo. No por falta de ganas quedamos sin tirar de la cadenilla que mueve el badajo para tañer unas campanas que podrían oírse más allá del Barbantiño y hasta Souto, la misma capital de Os Chaos. Por el pazo de Cornoces, acaso por la hora, poca o nula actividad de los internos de una fundación a la que, para el cuidado de disminuidos, legó sus bienes la señora que propietaria fue. Y retomando un tramo del Camino de Santiago, este sanabrés-ourensán, cuando las tormentas parecían ceñirse por la ciudad, avistamos a lo lejos unos cuantos canes soltados por sus amos para solaz de ambos, y cuando llegados, sorpresa por hallarnos en inesperado encuentro con María Troncoso y su hermana Marta, que morando en el campo, se hallaban de suelta de sus canes por esos parajes. Con los Troncoso amistad de muchos años, lo que dio para una parada de cierto tiempo en la que cuando te encuentras con amigos muy de tarde en tarde quieres consumir la más de tiempo para intercambiar parlamento, recordando tiempos cuando su abuelo Maximino Casares, era ingeniero jefe de Obras Públicas, su hermano José, campeón junior de tenis de Galicia, inspector médico, gerente de hospitales públicos y ahora de sus negocios, entre los que de asistencia a mayores…o a su otro hermano Jorge, veterinario de A Xunta, y a estas dos hermanas que también jugaron a cierto nivel tenístico. Imbuidas por unos padres practicantes de aquellos tiempos del renacido tenis donde Pucho Troncoso, psiquiatra y forense a la sazón, era de los más aficionados o Mariló Casares, la esposa, también. Lo, si se quiere anecdótico, vendría cuando Marta nos presentaba al marido que se llama Maximino, como el abuelo, que ya es coincidencia de un nombre de tan escasa implantación por estos lares. Nos dijimos hasta pronto, complacidos de tal coincidencia en la que el parlamento daba para mucho más si no comenzase a instalarse la noche. Enzarzados como estábamos no advertimos que un tercero que con nosotros venía, ajeno a estos mundos que íbamos recordando, porque no mostraba impaciencia por unas conversaciones donde él ninguna intervención.