Vanessa Malavé: emigración con final feliz, una profecía autocumplida

Tiritando a las tres de la tarde un viernes de ventisca, y recién salida de la peluquería, Vanessa Malavé Rivas (Venezuela, 1995) comparte el escueto relato de su vida a las puertas de entrar a su trabajo como dependienta en una frutería. Originaria de Cumaná, capital del estado Sucre, donde residió hasta los veintidós años, recuerda su vida allá, “maravillosa, de playa, no tienes los problemas del invierno”, palabras que retrotraen a un auténtico paraíso mientras de pie enfrenta un frío del demonio. Vanessa Malavé de pequeña. Graduada como técnico medio en salud, se casa joven, y se muda a Mérida, ciudad en los Andes venezolanos que sirvió para aclimatarla a la meteorología ourensana. Allí monta con su pareja una tienda de repuestos de motos que estuvo un par de años en activo. “Cuando empezó a devaluarse el dólar, supimos ver que no iba a ir bien la cosa”, confiesa, y con tal reflexión toman la iniciativa de emigrar. “Me los traje el año pasado”, cuenta sobre los suyos, que allá quedaron, pero que finalmente siguieron su camino. Vanessa se siente ‘chévere’, y así lo transmite. “Lo tengo todo, una familia preciosa, mi madre y mis hermanos aquí conmigo, estamos económicamente estables”, describe un sueño hecho realidad a bien seguro resultado de no pocas incertidumbres. Antes de la frutería, fue lavacoches y, anteriormente, servicio doméstico con cuidado de ancianos. Su marido también le dio duro en una empresa de reparto por los pueblos y en la construcción “hasta que se lesionó el hombro y dejó de trabajar”, puntualiza. Vanessa Malavé. Aficiones y vocaciones “En mi tiempo libre me reúno con amigas y juego a fútbol en el Campus, con las chicas de la congre”, comparte Vanessa una afición. El hábito no hace al monje y aquí tenemos una buena mezcla de ‘inputs’ que nos enseñan a desconfiar de los estereotipos. No albergaba la imaginación una imagen de Vanessa con griñón bailando alrededor de un balón, y rompe asimismo la magia de tal danza esta joven al revelar que lo suyo no es la Iglesia católica, sino el Salón del Reino de los Testigos de Jehová. “Imitamos el ejemplo de Jesús, respetamos a la Virgen, pero adoramos a Jehová como único Dios, y el Espíritu Santo es la fuerza con la que él ejerce su poder”, todo esto explica Vanessa entre escalofríos y antes de ponerse a vender hortalizas. Proyecta esta venezolana de aire juvenil con su chándal y sus bucles que la vocación en su iglesia no riñe con los placeres mundanos. Llaman al teléfono y Vanessa quiere ser cortés, pero el móvil sigue suena que suena y no queremos perturbarla. Dice al aparato un “cielo, aún no llegué”, que entendemos no es el paraíso de allá arriba, ni el que debería ser la tierra, ni aquel de Cumaná, sino un marido llama que llama el resto de la entrevista, en la que, pese a todo, ella continúa respondiendo educada. “Nuestra misión es dar a conocer la Biblia, a Jehová, que se acerquen a él”. Explica Vanessa el porqué de la predicación de casa en casa, y aclara “es el modelo que nos dejó Jesús”. De poco tiempo ha de disponer una madre de dos criaturas y trabajadora a jornada completa para responder al llamado. “Lo hacemos voluntariamente, en nuestro tiempo libre, y por amor a las personas, tenemos una esperanza que está en la Biblia y queremos compartirla con todo el mundo”, aclara. Aprovecha e invita Vanessa a una cena de los Testigos en un Liceo que se vistió de Cenáculo este año el 24 de marzo. Si el menú de ella dependiera incorporaría las patatas en cachelos, plato de aquí favorito, y la cachapa venezolana, que viene a ser la prima de la arepa, pero más sofisticada. Poca ‘galeguidade’ hay en Vanessa, que dice en idioma patrio “mecachis”, suena a aquello de que del otro lado del mundo todos los de aquí son gallegos ya vengan de Villajoyosa o de Cortegada. De eso abunda también en estos lares, lo de pensar que ancha es Castilla desde el Cabo de Hornos hasta Ciudad Juárez. “Me gusta trabajar por lo que quiero”, comparte Vanessa su esencia, y enumera familia y emigración. “Si no hay esfuerzo, no se consiguen las cosas”, añade sobre lo que le concierne, aunque deje una parte en las manos del de arriba. “Así como aconteció lo malo, también se cumplirá lo bueno”, actitud y profecía en un mismo cuerpo augura Vanessa una vida eterna bonita. Marcha Vanessa Malavé feliz y apurada a su misión laboral porque la suerte ha querido que hoy haya podido también ejercer la voluntaria. Dice el libro de los salmos que Jehová es tan real como el viento. Entrevista acabada, el primero ha de estar contento, no tanto el segundo, que es muy de borrar palabras y que de tanto soplar se presume anda un poco ‘arrecho’.