Vida OurenSana

Bienestar animal, carnes e Ike Jime

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Esta semana logre sacar algo de tiempo para acudir al fisioterapeuta. Llevaba muchos meses (por no decir años), sufriendo bloqueos y pinchazos. Unas veces estaba bien y otras no podía ni rotar el tronco o el cuello, cual carballo centenario. En la sesión con mi nuevo ángel de la guarda, desarrollamos una conversación muy didáctica sobre las fascias, el concepto de tensegridad corporal y muchas mas cosas. Mi cerebro era una esponja tanto de conocidos como de nuevos términos en los que poder divagar hasta llegar a un fin lógico para mi interés.

La fascias son un tejido conectivo que forma una red tridimensional, la cual une todo el cuerpo, desde los pies a la cabeza. Da coherencia y protección a toda la estructura corporal. La ciencia está encontrando evidencias de que es un tejido inteligente, flexible y adaptable.

Los dolores que yo sentía no se podían tratar de forma local y puntual, en la zona de la espalda media. Tirón de un lado, punto gatillo (puntos que pueden estar generando dolor en otras zonas del cuerpo, que a priori, no estarían relacionadas). Descompresión lumbar, dorsal, cervical, masaje con calor…y para casa. Estirado como un palo de escoba y con una sensación de desahogo que casi me hace saltar las lágrimas. Y es que la fascia responde a diferentes estímulos. La temperatura, la presión y a las emociones.

Estar cabreado contrae todo el cuerpo, la tristeza nos convierte en el jorobado de Notre Dame y la alegría o la paz nos hacen levitar suavemente. Poco tardé en encontrar una similitud entre las emociones y algo que me atañe a mí por profesión, el bienestar animal.

Como se crían y tratan a los animales da buena repuesta a que es lo que podemos recibir de ellos. Los pollos camperos distan de años luz a los pollos enjaulados para engordar y morir. Hay estudios que demuestran que el bienestar animal, siguiendo diferentes parámetros, influye en la calidad de los alimentos. Si un animal está muy nervioso en el momento del sacrificio, generará mucho acido láctico, el cual se traducirá en carnes pálidas. Si el estrés se prolonga más tiempo (por ejemplo, en un transporte largo y hacinado), el animal puede gastar toda la “gasolina” muscular, dando como resultado una carne muy dura y oscura.

Pasa un poco lo mismo en el mundo marino. Los pescados cuando mueren por asfixia fuera de su medio acuático generan mucho ácido láctico por el estrés que tienen. Este ácido láctico hace que se estropeen las propiedades organolépticas de su carne. Hay una curiosa, prodigiosa y respetuosa técnica japonesa llamada “Ike Jime”. La técnica consiste en que, con el pescado vivo, hacer un corte preciso en la zona de las agallas y en la cola, descubriendo la medula espinal. De este modo, pueden introducir rápidamente un alambre fino de lado a lado y así cortar cualquier reflejo nervioso en el animal. Muerte rápida, relajada y conservando el mejor sabor y textura de sus carnes.

Ahora, después de estas informaciones, en nuestras manos (siempre que tengamos la opción) está hacer hincapié en adquirir para nuestro consumo animales que hayan tenido una cria y trato digno, principalmente por su bienestar, y secundariamente, por sus carnes.

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