La meditación en la vida diaria

Una joven practica meditación en su vida diaria.
photo_camera Una joven practica meditación en su vida diaria.
El deseo y la voluntad han de rendirse para renunciar al ego, y que la mente emocional y de deseo se calme.

Si realmente realizamos de una forma estable la consciencia de “pensar sin pensar” en nuestra meditación diaria, de modo que se esté vacío de pensamientos, no debería haber dificultades para extrapolar ese estado de conciencia a la conciencia cotidiana. No olvidemos que la meditación es un medio para vivir ecuánimemente y con sabiduría. Si en nuestra vida diaria no hay la suficiente flexibilidad para sentirnos meditativos en las acciones normales, de una forma espontánea y natural, es que no hemos llegado en la práctica de la meditación aún a donde hay que llegar, o dicho de otra forma, es que no hemos experimentado aún plenamente el vacío estable de la mente, y la subsiguiente introducción en el espíritu vital.

Lo que se considera normal en la vida ordinaria, es que las personas estemos algo estresadas a causa del interés desmedido que ponemos en alcanzar algo, o escapar de algo. No comprendemos la quietud y la tranquilidad ante las metas u objetivos que nos proponemos, o que nos exigen proponernos, o ante el peligro que creemos que se avecina, o que se avecina realmente, sin darse cuenta que esta tranquilidad de espíritu, es precisamente la mejor actitud posible para solucionar cualquier problema. Aquí es donde se tiene que confirmar la presencia del ánimo meditativo, imperturbable ante los fenómenos, exactamente igual que cuando está realizando su práctica de meditación, sin fenómenos que traten de alterarlo.

Nadie que intente llegar a este estado de conciencia incondicionado debe pensar que por medio de unas estrategias, nuevas o antiguas, o técnicas especiales, o saltando de unos métodos a otros, y queriendo componer unos con otros, se puede alcanzar dicho estado de conciencia. Al contrario, esas raras componendas, son propias de principiantes que quieren buscar atajos. Pero no hay atajos posibles. Cada uno ha de limpiarse del mal Karma que haya acumulado, o sea de todas las acciones debidas a la ignorancia básica anterior, como ya he explicado anteriormente, sino estará acumulando más Karma todavía en su egomanía por querer indagar, en vez de dedicarse enteramente a la práctica meditativa que sea, aunque a veces le resulte árida.

Los que suben a la montaña partiendo de distintos puntos y por distintos caminos no deben perder el tiempo en querer conocer qué camino lleva otro, bastante tienen ya con el suyo propio. Otra cosa sería, cuando ya se ha alcanzado la cúspide o sus proximidades, entonces ya no es necesario perder el tiempo indagando en el camino de los demás y cual será el mejor. Pero solo al final lo comprenderemos realmente, porque nos veremos en el mismo estado de conciencia, y así, por ejemplo, el que iba por el camino del Amor encuentra automáticamente la meditación, y el que iba por el camino de ésta encuentra el Amor.

La vida cotidiana con sus requerimientos ordinarios, sin pensar en más nada, haciendo todos los días lo que tengamos que hacer, "pensando sin pensar", "haciendo sin hacer", es el gran Templo en el que se pone a prueba el espíritu verdadero. Si esto, solo de pensarlo te resulta monótono, vacío, tedioso... es que no has llegado a dónde hay que llegar en tu práctica meditativa. En todos estos casos de "querer" y no "poder", lo que recomiendo, por experiencia propia, es volver a sentirse principiante. Reconocer que uno por sí mismo solo no puede llegar a dónde hay que llegar, o sea que el ego no va a llegar nunca a su objetivo prefijado, que es el espíritu, pues este está "Vivo" y no va a dejarse conquistar por ningún ego, de modo que solo cediendo en su deseo de consecución, como el principiante que lo ve muy lejos, hay posibilidades de que se deje alcanzar, es decir cuando ya no haya un ego que quiera alcanzarlo. Así pues, aunque al principio de este "Gran camino que no tiene nombre alguno", es necesaria una gran fuerza de voluntad y de no rendirse ante la dificultad, a medida que nos aproximamos al final, que como ya hemos mencionado, paradójicamente, vuelve a ser el principio (en una dimensión más elevada). El deseo y la voluntad han de rendirse para renunciar al ego, y que la mente emocional y de deseo se calme. Solo así, con la rendición de la mente se puede dar lugar el paso al nivel espiritual auténtico, en el que cuerpo, mente y espíritu vuelvan a la unidad original. 

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