Sentirse bien

Muerto viviente y viviente muerto

Una ilustración del Hekiganroku, “Crónicas del acantilado azul".
photo_camera Una ilustración del Hekiganroku, “Crónicas del acantilado azul".

En el Hekiganroku, quizá más conocido en la tradición zen como “Crónicas del acantilado azul”, se cuenta el caso del maestro Dogo, cuando fue acompañado de su discípulo, Zengen, a un funeral. Zengen tocó el ataúd y dijo: "Dime, por favor, ¿esto es vida o es muerte? Dogo le contestó: "No quisiera decirte si es vida o es muerte". 

Todo lo que nace o tiene un principio muere o tiene un final. El ser humano es el único en la naturaleza, que aun entendiéndolo, intelectualmente, ni lo siente ni lo percibe verdaderamente, ni lo acepta para sí mismo, por lo cual conoce no solo el dolor, que inevitablemente causa, sino también el sufrimiento añadido. Esta perniciosa dualidad del ser humano, el apego a la vida por un lado y el horror a la muerte por el otro, es la base en donde se asienta la angustia existencial, que hace que en la muerte solo perciba muerte y en la vida solo vida, por lo tanto se pasa la vida tratando de engañarse a sí mismo, con distracciones diversas, que le hagan olvidar lo que cree un horroroso destino final, sin darse cuenta que no puede escapar de sí mismo y que el grado y el número de escapes que intente (viajes de placer, amores fantasiosos, dinero, juergas, banquetes...), indican precisamente el grado de tensión e infelicidad que padece y de los que busca deshacerse así, pero que nunca lo va a conseguir, al menos de una forma estable y permanente. Por eso estas personas, que son la mayoría, viendo lo que les pasa, no creen en un amor o felicidad permanente. 

A veces buscamos inspiración, para comprender mejor nuestra vida, en doctrinas esotéricas o en autores que tienen fama de filósofos o intelectuales de renombre, pero que luego no están a la altura, en la propia aplicación de lo que dicen en su propia vida. Por el contrario aquí en Occi-

dente tenemos la enseñanza de Jesucristo que nos dice que para ir al cielo, (y entiendo yo que se refiere a la máxima felicidad y Amor ya aquí en la Tierra, pues también dice: "El reino de los cielos está en vosotros mismos"), tenéis que nacer de nuevo. Pero para nacer de nuevo primero hay que "morir". 

El ser humano todo lo que hace es por y para su propio ego. Sin el ego pierde las referencias de su existencia y se sentiría perdido y sin sentido alguno en la vida normal. Pues bien, lo que está diciendo Jesús es que si no abandonamos nuestro ego, nuestra referencia básica de lo que somos o creemos ser, nuestra propia autoimagen, no podemos acceder al otro mundo, al de los cielos, de paz y amor permanentes y encontrar así nuestra verdadera naturaleza divina, porque también dice: "Sois templo del Espíritu Santo" y "dioses sois". Así que no debe ser tan horrible "morir" para "vivir" de nuevo mucho mejor y permanentemente. La muerte, en mi opinión, a la que se refiere Jesús no es necesariamente la muerte física, sino la muerte del ego.Por eso los místicos nos dicen que la "muerte es vida y la vida es muerte". Pero por desgracia el ser humano normal está tan enquistado en su ego que le resulta muy difícil reconocerlo, y cuando alguna vez, como ahora mismo cuando Vd. está leyendo este artículo, lo consigue, ese estado de conciencia suele durar poco tiempo, pues pronto el sofoco de la vida normal lo vuelve a engullir, prometiéndole satisfacciones mundanas que siempre resultan efímeras, pero que en principio pueden ser ilusionantes. Como a pesar de todas las prédicas y el ejemplo de tantos "Sabios que en el mundo han sido..." el ser humano normal no suele ser capaz de abandonar sus falsas ilusiones, y con ellas su querido ego, seguirá cargándose de tensión con sus éxitos y desplomándose con sus fracasos, hasta que esta continuada fricción le cause la enfermedad, y la prematura muerte física que tanto le horrorizaba.

Cuando ya no hay pensamientos en la mente, como ocurre en la meditación auténtica, y estamos profundamente relajados, todo el cuerpo-mente entra en un estado de enlentecimiento de todas sus funciones psíquicas y orgánicas, pudiendo incluso llegar al estado de hibernación, y de proyección astral de su cuerpo psíquico, a otra parte del espacio. Entonces el cuerpo físico se parece más a un muerto que a un vivo. Sin embargo cuando sale de ese estado de meditación profunda, todo su cuerpo se siente revivir con más energía que nunca.

L a meditación profunda es una muerte viviendo, y autoregenerándose gracias a ese estado de consciencia para vivir mucho más feliz, libre y plenamente. El practicante es un "muerto" viviente. 

La vida ordinaria es el conjunto de actos y pensamientos desarrollados en la lucha diaria, por realizarse o pasarlo bien, sin conseguirlo nunca plenamente ni permanentemente, pero teniendo siempre el motor del deseo encendido, hasta que termine por agotarse. La persona ordinaria es pues un viviente "muerto". Jesús lo expresó así: “Dejad que los muertos entierren a sus muertos".

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