Obituario | Quique Castro, un galaico-portugués

Si le dijeras a Quique en qué país le gustaría vivir, seguramente que la respuesta sería de tan meditada que ni el mismo, a pesar de su inclinación por el vecino país, podría contestarte. Hasta el extremo llevaba su amor por Portugal y sus gentes, que su misma consorte Milagros, con un sentido del humor inigualable, decía: "Ao Quique solo lle falta ter unha muller portuguesa e irse a vivir pra alá". Esto era propio del carácter de Milagros, Maitos para los que la tratábamos, y para los imnúmeros clientes a los que atendía en los mostradores de la desaparecida Caixaourense, extremando sus atenciones con la gente más desprotegida o por la edad o por su estatus. Tanto era su distintivo que se la conoce aún hoy en los medios íntimos como a Maitos da Torre. De esta casta era también su consorte Quique, de la que difícil es hallar gentes tan entregadas más allá de lo que la profesión dicta. Cuando se pierde un amigo se va algo. Esto lo sentirán Maitos y sus tres hijos, sus próximos y los de esa pandilla de casi una docena de matrimonios; y nosotros ese algo de los encuentros con él, de esos intercambios en conversaciones que acaso no tendrías con otro. Quique Castro tenía algo de eso, de ese amigo del detalle que siempre tenía algo que contarte. Podíamos suponer que la crónica de una muerte anunciada acompañaba a Enrique Castro Iglesias desde hace unos meses en los que ni aun perdía la sonrisa, la calma, con la música como sedante. Este amigo que de tan liberal, afable y servicial trasmitía todo menos inquietud, dando la impresión que todos deberíamos ser como él. Una referencia, como suma de la cortesía. Con Quique compartía empleo y me sonaba porque iba de una a otra oficina por su calidad de hombre comodín cuyas virtudes proyectaba sobre la clientela, y en la jubilación, con los amigos. Quique de tan portugués era el mejor guía que podrías encontrar, especialmente en las poblaciones cercanas a la frontera. Si Quique pasaba la frontera hacia Tourem, Pitôes das Junias o Caldas do Gêres era más conocido que muchos vecinos, y por ende el que te podía informar donde se comía mejor o se compraba o se podía visitar tal o cual pueblo, villa o ciudad y sus monumentos. Desde Mugueimes, en Muiños, si preguntases a cualquier vecino por el Quique de Bande, porque nacido allí donde su padre alcalde había sido, te podría decir que tanto de un sitio como del otro. El mismo se manifestaba en ese sentido. Viajamos unas cuantas veces ya por Pitöes das Junias, Tourem, Ponte de Lima, Viana, Oporto con este amigo que de tan impregnado de la cultura portuguesa hacía de las atenciones una delicia y una fuente de información porque en cuanto pisaba tierra lusa no quedaba libro sin comprar, pan o dulcería sin traer, monumento sin visitar o mesón o restaurante en que no se sentase. Esto todo sin olvidar nuestra cultura como si de un galaico-duriense se tratase por lo que, a veces, hasta yo creería que el amigo más encajaría en aquella provincia romana de la Tarraconensis, llamada Gallaetiae, que se extendía desde el Douro hasta la costa Ártabra de la mar Cantábrica y aun por las tierras bercianas hasta la Astúrica. Un compendio de su afección sería su biblioteca lusa de la que confieso me he nutrido para alguna de mis referencias sobre el país. Quique, de tan liberal te prestaba esos libros y nunca te los reclamaba como invitándote a que sacaras de ellos el mejor provecho… y sospecho, que si te los quedaras, lo daría por bien empleado, en un más que se ha de decir de tan singular amigo, al que imagino pícaro ante estas manifestaciones mías desde la dimensión en la que cada cual le sitúe. Nosotros, mientras tanto, ya le hemos colocado en el panel de esos amigos inmarcesibles.