Corazón vacío

Hablo de tu infinita soledad,
dijo el fulano,
quisiera entrar
al saco de tu memoria
apoderarme de ella,
desmantelarla, desmentirla
despojarla de su último reducto.

Tu soledad me abruma,
me alucina,
dijo el fulano con dulzura,
quisiera que en las noches
me añorara,
que me echara de menos
me recibiera a solas...

( Mario Benedetti )
Se acercó, la puerta estaba abierta, le acogieron, alimentaron, secaron sus ropas. Ella le estaba esperando y, apenas días desde su llegada, ambos se entregaron a un cariño que ninguno recordaba, juntos curaron las heridas de un dolor reciente. Se acercó, abrió su coraza, se mostró limpio, sin esquinas, sereno. Ella le aceptó, dulce, noble, alma atormentada; compartieron ausencias, sufrieron juntos, penaron, lloraron silencios mientras sus voces se llamaban... mudas, necesitadas, hálito de luz escucharse.

El tiempo alumbró su necesidad de tenerse, hábito de pensar y pensarse, soñarse, escribir y leerse, quererse. Cada mañana, una poesía prendida en su mesilla, versos puros que la acompañaban hasta su regreso cayendo la noche, tiem po entonces para que las palabras cedieran sus espacios. Creo en ti, prendida en ti, susurraba, mientras ambos dejaban juntos pasar el tiempo.

Pronto, demasiado pronto, sus heridas cicatrizaron mientras el dolor de su alma se fue cerrando, la ausencia quedando atrás, el sufrimiento apagándose.

Un día, otro amanecer, poesía en su primer mensaje dejando llegar el alba, tarde cerrada quebrando su ausencia, la noche y su regreso. Llegó y al llegar pensaba, apenas llegando sentía sus brazos, sus caricias, besos, pasión, promesas. Llamó a su puerta, completó el ritual que tantas noches precedía su encuentro. No obtuvo respuesta, nadie abrió, nadie le buscó, nadie esperando su entrada. Pronunció su nombre, gritó su falta, esperó, uno y mil mensajes dejó ante su puerta. Nadie contestó, nadie abrió el paso, nadie. En aquel corazón nadie vivía, nadie en aquel corazón vacío de ausencias, vacuo, incierto, cerrado.

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