MANUAL URGENTE DE OURENSANISMO

El día que vivimos peligrosamente

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He sido tête de la course durante toda mi aventura en solitario por la OU-105 hasta el golpe vil e inesperado de la mala fortuna: la salida de cadena. 

Con esto de que venía Óscar Pereiro al Foro La Región, y ante el inminente comienzo de La Vuelta, se me ha secado el cerebro como a Don Quijote, y me he montado en una bicicleta. Qué estupidez, habiendo dromedarios. Peor aún. Me he puesto a pedalear. Irresponsabilidad suprema. Aventura al filo de lo imposible. La mirada, fija en el horizonte, como un ánade real hambriento contemplando una rana joven. La salida, Seixalbo norte. La meta, Seixalbo sur.  Etapa reina.

Sudor, guantes sin dedos, y mallas fosforitas. Gafas de rock, de espejo color hortera de bolera. Máxima exigencia. Nada de paseos. Competición pura. Dientes. Puritos Dux. Lo bueno no tiene precio. “Ojo porque hay gooool en la Condomina”. Seguros Finisterre. Para no dejar cosas en el aire. García, en el recuerdo, en lejanas tardes inolvidables de La Vuelta y el Tour, cuando toda la radio deportiva la hacía él. Y la otra también. Minuto y resultado. 

A cada pedalada, un recuerdo de toda una niñez montado en bicicleta, serpenteando montañas entre La Coruña y Ribadeo, según la época del año. Avanzo taquicárdico total. Mi pedaleo es cansado como esa pose de los grandes ciclistas. Pero lo mío no es una pose. Estoy jodido. Seixalbo, con el corazón en un puño. Me ha dado un bajón de azúcar, a falta de diez metros para la meta. Han transcurrido quince desde la salida. Pájara traidora. Sofocón en Las Vegas. Respiro, y el aire, como que se me encaja en la garganta, y me sale por las orejas  pero sin pasar por la casilla del salida. Bajonazo, chirivitas, y piel pálida. No sé si caeré desmayado. Muy vistosas y profesionales las lonchas de fiambre que llevo pegadas a los riñones, pero poco prácticas si lo que te falta es dulce. Así que me he entregado a la dieta del caballo, que es como la del cucurucho, pero con terrones de azúcar. 

TARDES DE RADIO

En mi memoria, en plena gesta del ciclismo ourensano, la voz de García y las sintonías deportivas de otra época. Parece que fue ayer, la tarde en que Armstrong, que aún no estaba proscrito, ganó una gran etapa del Tour de Francia, poco después de que le extirparan un testículo por un cáncer de muy mal pronóstico. 

Año 1999. Cito de memoria. Había hecho papilla a Alex Zülle, ciclista suizo y precursor de las gafas hipsters. SuperGarcía se vino arriba en los últimos kilómetros. Literalmente. Que yo estaba en aquel estudio “Antonio Herrero” de la Cope esa tarde. Con su micrófono inalámbrico con cascos incorporados, y su puro humeante, se puso en pié para ver a Armstrong cruzar la meta en la pantalla grande del estudio. "Talludito, talludito". 

Mientras, la tarde avanzaba una barbaridad y María Teresa Campos se impacientaba en la puerta. Aquella radio de las estrellas era como un botafumeiro. Los programas de García eran así: se sabía cuándo empezaban pero no cuándo acababan. Al contrario que el espacio de la tarde de María Teresa Campos los días de ciclismo. García, por supuesto, fue el primero en pinchar en directo aquel día al flamante ganador de etapa, el héroe de la jornada. El gigante Armstrong estaba oficialmente de vuelta tras superar la enfermedad.

“Buenas tardes y enhorabuena”. “Buenas tardes, José María”, respondió el de Texas, aún sofocado por el brutal esfuerzo. “Tú dirás lo que quieras, Lance, pero hoy has ganado con dos pelotas”. García era un huracán, un torbellino, la pasión por la radio, la polémica, y la comunicación. Pero no siempre era un hombre preciso entrando en cifras.

SALIDA DE CADENA

Vuelvo a mi competición. He sido tête de la course durante toda mi aventura en solitario por la OU-105 hasta el golpe vil e inesperado de la mala fortuna: la salida de cadena. 
El fantasma de Carlos Sainz, la desventura española en Eurovisión, la pérdida de Cuba, la maldición de España en cuartos. Todo se me ha venido encima. Grasa por todas partes. No sé qué pasa que lo veo todo negro. Mi homenaje a Los Salvajes. Mi amiga mala suerte. Los Secretos. No hay nada más frustrante que hacer anuncios de suavizante, que cantaba Un Pingüino en mi Ascensor, relatando el suicidio de Mimosín. Y la retahíla de la banda sonora de la decepción. Una salida de cadena, chirriante, y el atroz desengaño de los que habían confiado en mi triunfo en la etapa Seixalbo-Seixalbo. Un acceso de torpeza en mi largo historial olímpico. 

Lo rehago a cámara lenta y duele otre vez. Veloz pedalada al aire, alerta vaga e imprecisa, y caída a hueverío abierto contra la barra central de la bicicleta, que es uno de los dos dolores más terribles que un varón puede sufrir sobre dos ruedas. El otro es que después de cien kilómetros de escapada, las bellísimas azafatas del Tour de Francia le entreguen el peluche al idiota que venía chupándote el trasero desde la salida. Toda una lección para la vida.

EL DESCENSO

Comprendo mejor por qué los ciclistas tienen andares de John Wayne, que era un tipo fantástico que experimentaba el mismo arqueo de piernas con o sin caballo debajo. Me he bajado de la bicicleta con serias dificultades. El arcén, mi meta. Sin remedio, soy duda para La Vuelta 2016, porque creo que la pedalada al aire y sin cadena me ha provocado una rotura de fibras, ahí donde más duele, entre el culo y las témporas. Entusiasmo contenido entre el resto de corredores. De no ser por este fatal incidente, es posible que a esta hora estuviera aún montado en el sillín, mirada fija y lengua al viento, maillot amarillo. Triunfante y ufano. Ya con el rígor mortis.   

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