VACACIONES EN EL MIñO (26 DE JULIO)

Envidia, bizarrez y okupación

photo_camera Túnel en Manuel Murguía, casi desconocido.

Empiezo a dudar de que estos paseos buscando rincones que recomendarles sean buenos para mi felicidad: no dejo de encontrar zonas en las que querría vivir.

Parada con pincho

Envidia, bizarrez y okupación

Empiezo a dudar de que estos paseos buscando rincones que recomendarles sean buenos para mi felicidad: no dejo de encontrar zonas en las que querría vivir. A partir del hecho de que yo querría vivir ahí y, sin embargo, hay gente que sí que vive ahí y yo no, la envidia me corroe y, con la envidia, viene el estrés y, con el estrés, las células se oxidan antes. Resultado: el cutis me queda fatal y la espalda se me tensa.
Otro trocito de pueblo monísimo en medio de la ciudad. Otro callejoncito que, si no van sobre aviso, se les puede pasar. En este caso, no tiene ni nombre: es la sección “Interior” de la calle Manuel Murguía. Si avanzan por esta calle en dirección al centro, a su derecha aparece este pasadizo que, a primera vista, no parece más que la entrada a un garaje o a un patio interior.


El sitio es un cul-de-sac con mucho encanto y un tanto bizarro. Al fondo a la derecha, la casita encantadora: su jardín, sus plantitas en potes colgantes… Siguiendo a la izquierda, otra casa con su señora escalera y su galería: ésta está deshabitada (ruego a Bakunin k la envidia kochina no me transforme en okupa). Y luego, a la izquierda, la bizarrez hecha lugar: un techo de uralita da sombra a una pared de piedra; del techo penden un farol y una lámpara que no acierto a definir más que como rococó y, para finalizar, un poste rematado con un busto con gorra de camuflaje. Pestañeo. Doble pestañeo. Sí, poste rematado con busto con gorra de camuflaje. 


Salgan por donde han entrado, tuerzan a la izquierda, avancen unos metros, ¿ven esa terracita tan mona, tapada por la frondosa sombra de un árbol? Es la del Bar A Fraga. Siéntense, pídanse un algo y, mientras, repítanse que la envidia es propia de gente ruin.

Mira Ourense 

Perdidos en  la ignorancia

uploaded_arbol_resultEste árbol que ven en la foto está aquí, en Ourense, en un parque que, por lo que parece, no tiene ni nombre; así que, mucho menos, va a tener un cartel que explique qué árbol es éste del cual cuelgan judías. Y como a mí me deja loca ver judías colgando de un árbol, pues voy e investigo en Google, que todo lo sabe. Tecleo “Árboles de judías” y selecciono “Imágenes”. Salen algunas iguales a las que aquí ven, así que al menos descarto que sea una variedad mutante de la ribera del Barbaña (que, con la de mierda que tiene, tampoco sería extraño, como ese pez de tres ojos del río de Springfield). Pero ninguna de las imágenes me lleva al nombre del árbol. 
Quito “Imágenes” y vuelvo a “Web”. Me remite a una novela titulada “Árboles de judías”, no me sirve; me remite a unos dos millones de entradas sobre el pueblo judío y sus árboles sagrados, no me sirve. Me enfado con Google por no saberlo todo y un vacío existencial me atenaza: si Google no lo sabe todo, ¿entonces quién?

Dulce hogar

Consejos vendo

Llevo tantos años leyendo la sección de “Trucos del Hogar” de cuanta revista cae en mis manos, que he decidido que ha llegado la hora de poner alguno en práctica. Y como me parece una idea muy sabia, les recomiendo que hagan lo mismo. 
Empiezo por “Recupera las ollas que se te han quemado”, un clásico. Cojo las dos ollas que no he tenido corazón de tirar. Me las regaló mi madre, me dijo que eran buenas, que tuviera cuidado de no quemarlas: su visión chamuscada al fondo del armario es un recordatorio de lo mucho que debo enmendarme y lo importante que es no apartarse del fuego una vez encendido. 


Bien, las pongo al fuego, añado una parte de vinagre por otra de fairy más un puñado de sal. Las dejo hervir diez minutos. Voy a comprobar cuál es el siguiente truco que realizaré. Mientras trato de apuntarme bien las instrucciones, un penetrante olor me avisa de que hace diez minutos que se han pasado los diez minutos. Corro a la cocina. Las ollas están para llorar sobre ellas. Eso sí, la cocina está impregnada de un suave olor a fairy. Y vinagre.


Voy corriendo a mirar en internet “Trucos del hogar: quitar el olor a vinagre”. Me apunto bien todas las instrucciones. Solo tengo que frotar con limón. Frotar con limón, ya… ¡¿El qué?!, ¿¡el aire?! Malditos “Trucos del Hogar” de las narices… He decidido que ha llegado la hora de tener lecturas más serias. Y como me parece una idea muy sabia, les recomiendo que hagan lo mismo.

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