Una escapada a Huesca

Hace tiempo que queríamos conocer Huesca, pero al final siempre parecía quedar a desmano. Por fin, aprovechando unos días libres esta primavera y después de las típicas dudas ?como casi siempre ocurre- y de alguna deserción, nos pusimos en camino con la ventaja de que uno de nuestros amigos había estado destinado allí. Todos sabemos el tiempo que se ahorra y la cantidad de cosas que se aprenden cuando viajas con alguien que es un buen conocedor de la zona.
El primer día dormimos en Estella, en una antigua fábrica de harina reconvertida en un agradable hotel a orillas del río Ega. Estella es una ciudad con un rico patrimonio artístico que merece una visita más pausada. En esta ocasión y después de tanto tiempo, nuestro objetivo era conocer de la provincia de Huesca todo lo que nos permitiesen los pocos días de que disponíamos.

El primer día lo iniciamos en la Selva de Oza. Por ser primavera la vegetación estaba exuberante y el agua bajaba con fuerza entre los peñascos de los cauces. Ejemplo de ello y visita obligada, es la Boca del Infierno, una garganta excavada por el río Aragón que resume en grado máximo la belleza natural de la zona. De regreso visitamos Siresa, Ansó ?cuya iglesia alberga un buen retablo- y otros pueblos que mantienen en sus casas y en sus calles los rasgos de la arquitectura del Alto Aragón.

Por la tarde realizamos la visita más deseada para mí: San Juan de la Peña, que en realidad son dos monasterios. El nuevo, que data del siglo XVII, está muy reconstruido y alberga una hospedería y un centro de interpretación. Por su parte, el viejo es una de las joyas del patrimonio artístico de nuestro país. Por estar en una zona natural protegida, ambos se comunican mediante un autobús interior o a pie, ya sea por carretera o tomando un atajo por el medio del bosque. Mi experiencia aconseja no tomar el atajo, al menos en primavera, porque hay muchas piedras, está resbaladizo y tiene mucha pendiente. ¡Una odisea! Pero nos reímos mucho de la situación. Ya se sabe, no hay atajo sin trabajo.

La peculiaridad de San Juan de la Peña estriba en la perfecta integración en el paisaje, a lo que contribuye la enorme roca que lo cubre y que convierte su interesante claustro románico en una obra de gran originalidad. A esto hay que sumarle la belleza de sus capiteles en los que recomiendo detenerse por su interés artístico y riqueza iconográfica. Además, el monasterio que se remonta al siglo X acoge una iglesia prerrománica, otra románica y una capilla gótica, así como el Panteón Real y el de Nobles. De éste, su último morador fue el ilustrado conde de Aranda.

Al descender de San Juan de la Peña te encuentras con el pueblo de Santa Cruz de la Serós que tiene dos iglesias románicas, San Caprasio y Santa María, ambas de interés.

La ciudad de Jaca, en pleno Pirineo aragonés, sería nuestro centro de referencia para los dos días siguientes en los que nos dedicaríamos a conocer la ciudad, a subir hasta Panticosa y a visitar las iglesias de Serrablo en el Alto Gállego.

Jaca ha sido testigo de buena parte de la historia del Camino de Santiago, prueba de ello es su interesante catedral románica tan ligada a las peregrinaciones jacobeas y que en la actualidad añade a sus propios méritos artísticos un interesante museo de pintura románica que es necesario visitar para tener una visión completa del románico oscense. A su tradición jacobea suma la de haber sido fortaleza militar de relevancia como lo atestigua la Ciudadela, una fortaleza pentagonal mandada construir por Felipe II y que se mantiene en un buen estado de conservación albergando un museo y otras dependencias.

Jaca es tan rica en monumentos como pobre en cafeterías en las que poder tomar un buen desayuno a las ocho y media de la mañana. ¡Una odisea! Y otro momento de diversión ante este pequeño contratiempo.

La mañana que subimos a Baños de Panticosa el tiempo era espléndido y la carretera conjugaba la dificultad y belleza propias de las carreteras de alta montaña. El enclave natural donde se ubica el balneario de Panticosa es único al tratarse de un circo glaciar cuyas paredes son elevados picos. Al pie del decimonónico hotel existe un ibón o pequeño lago que se nutre de las aguas cristalinas de los ríos y torrentes procedentes de las montañas vecinas.

Este lugar, idílico donde los haya, ha sido en cierta medida la decepción del viaje pues su estado actual causa sensación de abandono debido a las casetas y restos de materiales de obras, a un viejo hotel desmantelado y otras intervenciones arquitectónicas desafortunadas. Mucho me temo que de seguir así, Panticosa nunca recobrará la magia de antaño. Sin embargo, no por ello deja de ser un lugar relevante por su marco natural y que recomiendo visitar.

Las iglesias de Serrablo, en pleno Pirineo, reúnen las tentativas artísticas de los siglos X y XI con una gran sobriedad pero a la vez con una inmensa variedad de matices. Esta variedad ha hecho que surgieran discrepancias entre los entendidos a la hora de encuadrarlas bien en el mozárabe, bien en el románico. No obstante, esto no resta un ápice de su interés puesto que las iglesias serrablesas conforman un grupo singular que lamentablemente no es todo lo conocido que se merece. Solo un conocimiento de la zona como el que tenía nuestro amigo nos ha permitido ver, en tan poco tiempo, un número tan elevado de ellas: Orós de Abajo, Oliván, Busa, Lárrade, Javierre del Obispo, Santué? Todas son de pequeñas dimensiones porque van ligadas a núcleos de repoblación y a una sociedad agraria y de pastores. En las primeras construcciones se aprecia el arco de herradura, mientras que en las más tardías éste desaparece para dar paso al estilo lombardo.

El último día, cuando el cansancio comenzaba a hacer mella, nos encaminamos hacia Huesca no sin antes disfrutar de varias iglesias románicas que nos encontramos por el camino. Sin embargo, antes de llegar a la capital hay dos lugares que es imprescindible visitar, uno por su belleza natural y otro por su belleza artística. Me refiero a los Mayos de Riglos, impresionante paisaje fruto desde el punto de vista geológico de la sedimentación de conglomerados de cantos rodados unidos por grava y arena. A la vista del profano, sorprende la espectacularidad de las rojizas paredes verticales de más de trescientos metros de altura. Este maravilloso paisaje es la escuela natural de muchos escaladores.

El otro lugar al que hacía referencia es el castillo de Loarre cuyos orígenes se remontan al siglo XI. En la actualidad, está considerado como uno de los mejores ejemplos de arquitectura civil y militar de Europa. Su buen estado de conservación lo convirtió en el lugar idóneo para el rodaje de la película 'El Reino de los cielos'. A mí me llamó la atención su ubicación, las impresionantes murallas, pero sobre todo la iglesia de San Pedro o Capilla Real que alberga en su interior y que es un bello ejemplo del románico del siglo XII y XIII con un ábside semicircular, decorado con columnas adosadas con capiteles historiados y con decoración vegetal.

La ciudad de Huesca puso el punto final a este viaje, pero debido a la falta de tiempo no hemos podido dedicarle la atención que se merece. Sí hemos podido visitar la catedral y sus dependencias gracias a la comprensión de la agradable señora que vendía las entradas. La catedral, que inició sus obras a finales del siglo XIII, es gótica y alberga en su interior un retablo renacentista de alabastro que llama la atención de los visitantes por su grandiosidad. La iglesia románica de San Pedro también merece una visita más detenida.

Concluido el viaje, el balance final ha sido muy positivo porque fueron unos días muy intensos, con buen tiempo, mucho arte, mucha naturaleza, buena compañía y ganas de volver para saborear otra vez más las migas de pastor, para seguir descubriendo sus paisajes llenos de contrastes y para disfrutar de su amplio muestrario del mejor arte medieval.

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